Primero de cuatro artículos escritos para la revista "En Defensa del Marxismo" por Julio Magri entre los años 1991 y 1992, y que seguiremos publicando en los próximos días en este sitio.
APUNTES A LA HISTORIA DEL TROTSKISMO ARGENTINO
(1930/1951)
Julio N. Magri
Trotsky sostuvo repetidas veces que un programa de partido
no podía limitarse a señalar las líneas generales del desarrollo revolucionario
sino que debía refractar esas líneas generales, resultantes del carácter
mundial del capitalismo, en las peculiaridades de cada nación y aún tener en
cuenta las condiciones específicas de la evolución de la conciencia del
proletariado. Este es el camino obligado para que el programa revolucionario
encarne en la clase obrera de cada país.
A la luz de esto es que la elaboración de una historia del
trotskismo argentino no debe agotarse en la recopilación de textos y hechos
olvidados o no debidamente apreciados, sino que debe servir para asimilar las
experiencias frustradas que tuvieron por objetivo estructurar el partido revolucionario.
Una historia del trotskismo debe sacar a luz cómo se abordaron en el pasado los
problemas estratégicos y cuales fueron los aportes y las limitaciones en la
estructuración del programa. El propósito del historiador no es canonizar a los
grupos políticos que actuaron en nombre del trotskismo o más precisamente de la
IV5 Internacional, sino caracterizar su actuación política a la luz de las
condiciones imperantes de la lucha de clases del movimiento obrero
internacional y del marco histórico de la nación en cuestión.
La importancia a este respecto de la “Historia del
trotskismo argentino (1929/60)” de Osvaldo Coggiola (Ed. CEAL-Centro
Editor) está fuera de cuestión. La recopilación y ordenamiento de la vasta
literatura y de las discusiones que enfrentaron a los grupos que se proclamaban
trotskistas y sus relaciones con la IV5 Internacional, constituye un mérito
indiscutido del autor. Coggiola evalúa a lo largo de su trabajo los problemas
estratégicos que, conscientemente o no, estuvieron en la base de las crisis de
esos grupos y de su fracaso para actuar en conformidad con una estrategia
cuartainternacionalista.
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El movimiento trotskista nace en Argentina a comienzos de la
década del ‘30, pero durante sus primeros quince años tendrá una vida larvada y
errática. No obstante, es el receptáculo de varias escisiones que se producen
en el stalinismo.
El gran debate que recorre las filas trotskistas (y no sólo
trotskistas) es la caracterización del país, el carácter de la revolución y las
tareas a cumplir. En líneas generales, los primeros grupos trotskistas
sostenían que Argentina era un país capitalista desarrollado, en el que no se
planteaban las tareas de independencia nacional. Una minoría, no obstante, partía
del^ carácter atrasado del capitalismo argentino y de su dependencia del
imperialismo mundial, para señalar la vigencia de la liberación nacional. Una
expresión de la debilidad teórica de la época es que esta minoría fue incapaz
de sacar a la liberación nacional del plano de la abstracción y extraer las
conclusiones políticas concretas, por ejemplo, con relación a las tentativas
autónomas de la burguesía y a los movimientos nacionalistas.
Resulta notable que los primeros trotskistas argentinos no
percibiesen la cuestión nacional en los años ‘30 cuando ésta se expresó con
particular intensidad. La crisis mundial de 1929 puso al rojo vivo los vínculos
semicoloniales de la Argentina con Inglaterra y abrió una colosal crisis
política y social. La colonización financiera de Gran Bretaña produjo una
temprana y extraordinaria integración de Argentina al mercado mundial pero,
dialécticamente, aisló al país, al mismo tiempo, de la circulación general de
la economía mundial por su carácter unilateral, por el bloqueo que ejercía
contra la industrialización. La caída del comercio exterior, a partir de 1930,
produjo una brutal expulsión de las masas agrarias y urbanas del interior del
país y la ruina de la clase obrera. Otra consecuencia fue la quiebra del régimen
político y el inicio de la era de los golpes militares.
En realidad, los trotskistas negaban la opresión
imperialista por el hecho de que Argentina no estaba ocupada por una fuerza
militar extranjera y porque contaba con una industria y u-na clase obrera con
cierto desarrollo, al menos en relación a los demás países latinoamericanos.
Consideraban al imperialismo en términos de fuerza militar o como explotación
de las naciones exclusivamente agrarias. La semiindustrialización de las
naciones semicoloniales aparecía, entonces, como sinónimo de autonomía
nacional, que no podía ser compatible con la dominación del capital financiero
internacional.
Esos grupos trostkistas no tenían en cuenta que “el
capital financiero es una fuerza tan considerable, por así decirlo, tan
decisiva en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de
subordinar, y en efecto subordina, incluso a los Estados que gozan de una
independencia política completa…” (El imperialismo, Lenin). Lenin colocaba
a Argentina en la categoría de estos últimos.
En verdad, estos primeros grupos trotskistas establecían una
continuidad, no con Lenin y Trotsky, sino con Juan B. Justo, uno de los
fundadores del PS, quien, partiendo de que la colonización del agro y el
establecimiento de los grandes medios de transporte habían integrado al país al
sistema capitalista internacional, a-preciaba al imperialismo, unilateralmente,
como factor de universalización del modo de producción capitalista. Por eso
Justo sostenía que el capital extranjero “sano” era un progreso (la tarea del
poder político debería ser impedir que se manifestara su lado enfermo o
negativo, tesis que luego haría suya el nacionalismo burgués — APRA, UCR,
etc.). Los trotskistas podían discutir sobre el grado del atraso o dependencia
del capitalismo argentino, pero negaban que la opresión imperialista
constituyera una valla insalvable al desarrollo burgués nacional independiente
de las naciones atrasadas. Es decir, que negaban que Argentina sufría, al mismo
tiempo, las consecuencias de un elevado desarrollo capitalista (ramas modernas
controladas por el capital financiero) y de un insuficiente desarrollo del
capitalismo (atraso agrario, industria artesanal, ausencia de integración
autónoma al mercado mundial).
A fines de la década del ‘30 Quebracho (Liborio Justo)
sostendrá, sin embargo, que “la Argentina es un país semicolonial sometido
al imperialismo” y que está planteada la lucha por la liberación nacional
(ver Coggiola, págs. 32 en adelante). Esto desatará una violenta polémica en
las filas trotskistas. Se pondrán de relieve, entonces, las lagunas,
debilidades y la inmadurez teórica de esos grupos.
Para un sector del trotskismo de esa época (Antonio Gallo,
Jorge Lagos) el planteamiento de la liberación nacional significaba el abandono
de la estrategia de la revolución socialista, la negación del carácter
capitalista del país y conducía al “frente popular” (colaboración de
clases con la burguesía nacional).
Para Gallo y Lagos, liberación nacional concluía con la
independencia formal.
“La burguesía argentina, a diferencia de los demás
Estados latinoamericanos — sostenía Gallo— se basa en una economía de
cierto grado de desarrollo propio, tiene una gran experiencia, cuenta con un
Estado bien organizado y un aparato de represión formidable. Ya ha hecho su
revolución y está dispuesta a gozar de sus beneficios. No tiene el menor
propósito de lanzarse a ninguna revolución ‘antiimperialista” (Coggiola,
pág 34).
Como se puede apreciar, Gallo consideraba que el imperialismo
no tenía vigencia allí donde la burguesía nacional contaba con un Estado
propio, es decir, que la consideraba una clase dirigente y opresora plena.
Gallo excluía como propio del imperialismo al conjunto de las relaciones,
cadenas y trabas políticas y económicas que sujetan a las naciones atrasadas y
que por ese motivo confieren al Estado nacional y a la burguesía nativa un
carácter semi-dirigente y semi-oprimido (Trotsky). Lenin había advertido que “para
el capital financiero la subordinación más beneficiosa y más cómoda es aquélla
que trae aparejada consigo la pérdida de la independencia política de los
países y de los pueblos sometidos. (Pero)… Los países semi-coloniales son
típicos, en este sentido, como ‘caso intermedio Se comprende, pues que la lucha
por esos países semidependientes haya tenido que exacerbarse particularmente en
aquella época del capital financiero, cuando el resto del mundo se hallaba ya
repartido” (El Imperialismo…).
Tanto Gallo como Lagos deducían la inactualidad de la cuestión
nacional en Argentina de su apreciación de que la burguesía argentina no estaba
interesada en la lucha antimperialista, lo que sí ocurriría en el caso de las
demás burguesías latinoamericanas.
Pero la opresión nacional no se establece por la capacidad o
disposición subjetiva de la burguesía nacional para librar una lucha
antimperialista. Gallo, por ejemplo, le extendía una “certificado de lucha”
a las burguesías latinoamericanas y se lo negaba a la burguesía argentina,
cuando en realidad la burguesía argentina protagonizó mayores movimientos de
resistencia al imperialismo que cualquier otra de América Latina.
El problema correctamente planteado sigue siendo otro. La
vigencia de la lucha nacional está presente donde, aún si existe un Estado
nacional, éste se encuentra bajo la dependencia (económica, política o militar)
de un Estado extranjero, en virtud de un conjunto de relaciones históricas, en
el caso argentino su temprana subordinación al capital comercial y financiero
británico. La opresión nacional otorga un carácter progresivo a las tareas
nacionales aunque no a la burguesía nacional. Esta tiende a la unión más
completa con el imperialismo, por imperio de la fuerza de atracción del capital
financiero (bien que esa tendencia nunca pueda transformarse en unión total), y
teme, por otro lado, al proletariado y a los levantamientos agrarios. El yugo
imperialista exacerba la diferenciación interna de la nación, por eso en lugar
de armonizar los intereses de las clases nativas agudiza la lucha en el seno de
la nación oprimida, es decir la lucha del proletariado contra la burguesía
nacional.
Para Gallo la consigna de liberación nacional subordina al
proletariado a las clases dominantes nativas razón por la que Lagos la califica
de variante de “frente popular”. Pero si la burguesía puede encubrirse
con las banderas del antimperialismo para reclamar el apoyo del proletariado y
del conjunto de las masas ello se debe a que la opresión imperialista se
manifiesta inevitablemente por todos los poros de la sociedad. No es posible
acabar con la influencia de la burguesía entre la clase obrera y las capas
pobres negando el yugo opresor. Si los trotskistas proclaman la abstención en
la lucha contra el imperialismo, la burguesía nacional cuenta oon las manos
libres para manipular a las masas, presentándose como la abanderada de los
intereses nacionales. La vanguardia obrera, en este caso, lejos de preservar la
independencia de clase del proletariado, queda aislada como un grupo
antinacional, incapaz de distinguir el campo imperialista.
Para Gallo y Lagos la lucha por la liberación nacional
significaba que el antagonismo entre la burguesía nacional y el proletariado
quedaba abolido, tesis ésta propia del stalinismo. Este sostiene que el
proletariado debe subordinarse a la burguesía en nombre del enemigo opresor
común. Como Gallo y Lagos rechazaban esta conclusión, creían resolverla
suprimiendo de sus cabezas la opresión imperialista y las reivindicaciones
nacionales. “La teoría y la estrategia marxista rechazan terminantemente, en
todos los casos, la estúpida idea de que el proletariado deba convertirse en
abanderado de ideas y de movimientos burgueses de “´liberación nacional`”
(Documento de la LOS, ver Coggiola, pág. 36). Lo que no se comprendía era que
la realización revolucionaria de las tareas de la emancipación nacional superan
el marco de la democracia burguesa, que la lucha antimperialista debe servir
para desenmascarar las vacilaciones y cobardía de la burguesía nacional ante
las tareas históricas de la nación y que todo esto sirve para potenciar al
proletariado como abanderado de las masas oprimidas.
Aunque Quebracho señalara la vigencia de la cuestión
nacional y rechazara la asimilación de Argentina a las metrópois imperialistas,
lejos estuvo de comprender el significado que esto tenía en la lucha de las
naciones sometidas (surgimiento de movimientos nacionalistas de masas) y en el
programa político del proletariado. En 1943, Quebracho rompe con el trotskismo.
Quebracho lanzará la insólita y prostalinista acusación de que “el líder de
la IV Internacional se puso al servicio del imperialismo yanqui en México”,
ofreciendo como prueba, ni más ni menos, que el análisis y las posiciones
políticas de Trotsky frente a la cuestión nacional. Es decir que no había
entendido nada de su propio planteo.
Quebracho sostuvo que la nacionalización del petróleo por el
general Cárdenas en México, en 1938, no era más que una “lucha
interimperialista” sin el menor atisbo de reivindicación nacional.
Quebracho pasó a suscribir las posiciones de ciertos grupos trotskistas
ultra-izquierdistas mexicanos que atacaron a Trotsky por el apoyo que éste
brindó a la medida de Cárdenas. Estos grupos sostenían que la nacionalización
del petróleo “sirve al imperialismo norteamericano contra el imperialismo
inglés” (L.C.I., julio 1938, citado por Quebracho en: “León Trotsky y Wall
Street”, pág. 97). Esto no les impedía a esos grupos y a Quebracho decir, al
mismo tiempo, “que la medida de Cárdenas era progresiva y debía ser apoyada
por los militantes revolucionarios” ( ídem, pág 92). Sin embargo,
calificaban a la nacionalización de Cárdenas como una inspiración… del
imperialismo norteamericano.
Es evidente que al asimilar la nacionalización del petróleo
por Cárdenas al imperialismo yanqui, los llamados “trotskistas”
mexicanos se cerraban el camino hacia las masas. Para Trotsky la ubicación
correcta de la lucha nacional no era más que el punto de partida para que el
proletariado no quedara entrampado en el campo burgués. La burguesía mexicana,
para ganarse una base de apoyo en la clase obrera y para contar con un capital
político para su regimentación, llegó inclusive a proponer la participación
obrera en la industria nacionalizada. Para Trotsky estaba fuera de cuestión (“sería
un error desastroso, una abierta impostura”) que las nacionalizaciones y la
co-dirección obrera cambiaran el carácter de clase burgués, del gobierno y que,
por lo tanto, eliminaran la necesidad de la revolución proletaria. El problema
era otro. En la medida que disputaba una reivindicación nacional y buscaba
interesar a los obreros en ella, el peligro era que la clase obrera fuese
ganada a la política burguesa nacionalista. El esfuerzo de Trotsky estuvo
destinado a establecer la correlación política y programática de la lucha
nacional y proletaria, cómo y en qué medida la participación obrera podía
permitir el desarrollo de la oposición política al régimen burgués, desnudar
sus vacilaciones, cobardía e impotencia en la disputa antiimperialista.
Quebracho, por lo tanto, aunque planteó la “liberación
nacional”, no salió de la abstracción, era incapaz de reconocerla en un
enfrentamiento político concreto. Tenía una caracterización insuficiente del
movimiento nacionalista de contenido burgués, ni que decir de la conducta que
debía adoptar el proletariado revolucionario. Trotsky supo oponer el
proletariado a la burguesía en la cuestión nacional, en el caso de México,
Quebracho le dio simplemente la espalda. El señalamiento de la liberación
nacional no agota la necesidad de determinar las peculiaridades nacionales de
un país, es muy abstracta. Las posiciones de Quebracho sobre la liberación
nacional, en lugar de ser el punto de partida para la elaboración del programa
y la política del proletariado en la Argentina atrasada y semicolonial no
pudieron hacer frente al surgimiento en Argentina de un movimiento nacionalista
de masas, el peronismo, que logrará dirigir y regimentar a la clase obrera. Los
trotskistas argentinos no estaban teóricamente preparados para lo que se venía.
1945: EL PERONISMO
Estos problemas se manifestaron con total crudeza en 1945.
Coggiola señala que, con excepción de algunos núcleos de grupos trotskistas
que, más bien empíricamente, reconocieron el lado progresivo del peronismo en
relación a la Unión Democrática, la mayoría lo calificó de “movimiento
reaccionario”, de tintes policiales, asimilable al fascismo. Entre ellos se
encontraba Jorge Abelardo Ramos, entonces defensor de “las posiciones
anti-liberación nacional” (Coggiola, pág 96) pero que meses después
descubrirá las virtudes peronistas pasándose abiertamente al campo burgués.
En esa época hace su debut en las filas trotskistas Nahuel
Moreno, quien llevará al extremo las caracterizaciones y posiciones erróneas de
sus predecesores y contemporáneos. '
Moreno reconocerá el carácter atrasado y semicolonial de
Argentina, entroncando en el pensamiento de Quebracho, pero negará la
peculiaridad de los movimientos nacionalistas de masas de contenido burgués,
pues asimilará a la burguesía nacional con el imperialismo.
“La crisis general del imperialismo en todos los
terrenos, político, social, económico, colonial, acelera la unidad general del
mundo capitalista y no debilita esa unidad. La burguesía de los países
atrasados que forman parte del mundo capitalista están cada vez más unidos al
imperialismo por motivos económicos, sociales y políticos, a pesar de que no
dejan de tener roces con los países metropolitanos por el reparto de la
plusvalía, como consecuencia del fortalecimiento del poderío de sectores de la
burguesía de los países atrasados, lo importante es que estos roces no debilitan
el frente único imperialismo-burguesía nacional sino que la crisis fortalece
cada vez más ese frente único” (Moreno, “GCI, agente ideológico del
peronismo en el movimiento obrero”, noviembre 1951). Como dice Silvio
Frondizi (“La realidad argentina”, tomo II): “Es evidente que aquí se
confunden dos cosas: la tendencia de los gobiernos de los países
semicoloniales, con los límites de esa política… ”.
La tendencia de la burguesía nacional hacia el
entrelazamiento con el capital financiero en modo alguno puede darse de una
manera armónica. El imperialismo extiende el parasitismo, es decir que agudiza
las contradicciones nacionales.
La transformación del frente único imperialismo-burguesía
nacional en bloque monolítico significa que el capital financiero sería capaz
de resolver las contradicciones que oponen a las naciones oprimidas con el yugo
imperialista. La tendencia a la alianza no elimina sus límites y
contradicciones. Trotsky señaló magistralmente que “la llamada burguesía
*nacional9 tolera todo tipo de degradación nacional mientras pueda mantener su
existencia privilegiada. Pero cuando el capital foráneo se propone asumir la
plena dominación de toda la riqueza del país, la burguesía colonial se ve
obligada a recordar sus obligaciones ‘nacionales’” (“La revolución china”).
Hay que subrayar que las teorizaciones de Moreno se hicieron
en relación al peronismo — movimiento de masas burgués— que debía enfrentar al
bloque reaccionario del imperialismo yanqui y la burocracia del Kremlin.
Tenemos aquí un ejemplo terrible de la relación entre la insuficiencia teórica
y la más completa ceguera política.
Para Moreno, Perón era un agente inglés, y “la
dependencia de la burguesía nacional, su falta de ‘nacionalismo’ su rol
antinacional y ‘reaccionario’… (hace que) todo gobierno burgués
argentino será el agente de Inglaterra”.
Moreno no niega la progresividad del nacionalismo de un país
oprimido; denuncia su “falta” en el peronismo. Pero es indudablemente
incapaz de concretizar su caracterización, al calificar a todo movimiento
nacionalista de contenido burgués como reaccionario. La falla de Moreno
consiste en lo siguiente: no determina el peso específico de las
contradicciones nacionales en la estructura social e histórica del país; no
advierte la correlación entre esas tareas pendientes concretamente definidas y
el peronismo.
El peronismo —dice— “… es francamente totalitario; ha
tenido y ha logrado hacer controlar serios roces con el imperialismo yanqui,
por seguir siendo Argentina el tradicional baluarte del capitalismo europeo,
especialmente del inglés, y no por ser antimperialista o reflejar un sector
burgués nacional antimperialista” (Moreno, citado por Coggiola, pág. 99).
Pero si para Moreno esto era el peronismo, ¿qué era para él
la Unión Democrática? Moreno no caracterizaba a la Unión Democrática de bloque
al servicio del imperialismo yanqui. Por el contrario, era al peronismo al que
caracterizaba como “la vanguardia de la ofensiva capitalista contra las
conquistas obreras”, es decir, como el bloque burgués proimperialista por
excelencia, como “un movimiento dirigido y formado por militares y marinos,
curas y profesores, conservadores y sindicalistas a granel, ex-socialistas y
radicales, matones y caficios, industriales y comerciantes, ganaderos y
terratenientes, curas y artistas de varieté o radioteatro, agentes del
imperialismo y nacionalistas trasnochados” (citado por Coggiola, pág.
98/99).
El peronismo, en síntesis, era, según Moreno, “el más
grande defensor de las relaciones burguesas tradicionales del país; dominio de
los exportadores, sobre todo de los ganaderos y frigoríficos y estrechas
relaciones con el imperialismo inglés”. La UD, en comparación, era
progresiva. Tenemos, así, por primera vez, la determinación del carácter de un
movimiento burgués en una nación oprimida por su demagogia democrática-formal
(U.D.), sin tener en cuenta su contenido proimperialista, en oposición al “totalitarismo”
de los movimientos nacionales.
Hasta un ciego podía ver (y estas citas son de un texto de
1949) que los representantes históricos burgueses, como el imperialismo yanqui
y los de la burocracia del Kremlin, estaban en la Unión Democrática, y que en
1949 Perón estaba girando a la órbita de los Estados Unidos.
Sin lugar a dudas es propio de los movimientos nacionalistas
burgueses buscar apoyarse en un imperialismo contra otro. Más aun, Perón para
asegurar el mercado inglés de carnes, compró a cambio los ferrocarriles y otras
propiedades, a precio de oro, como lo reclamaba la Bolsa de Londres. Esto
demuestra que la burguesía nacional actúa dentro de los límites que le impone
su propio carácter de clase explotadora, como una fracción de la burguesía
mundial. Por esto mismo, la oposición del imperialismo yanqui a Perón no llegó
hasta la invasión militar como lo reclamaba el PC. Pero los intereses del
imperialismo mundial estaban en la Unión Democrática. Aunque esta realidad no
entraba en su esquema, Moreno llegó a explicarla del siguiente modo: “El
imperialismo inglés, sin dejar de tener muchos de sus servidores y agentes
nacionales en la oposición al gobierno (de Perón) tantos que hacen mayoría,
apoya decididamente a este último, como mejor forma de defenderse de la
penetración del imperialismo rival”. Como bien concluye Coggiola, “Perón es,
pues, un agente inglés combatido por los agentes ingleses en la Argentina, y ya
es difícil saber en qué mundo vivimos… ” (pág. 99).
Los movimientos nacionalistas burgueses procuran por
definición la regimentación del movimiento obrero, con la finalidad de usarlo
como factor de presión frente al imperialismo (para lo cual llega, incluso, a
tomar iniciativas de organización de los trabajadores), y por sobre todo, para
liquidarlo como clase independiente (esto con más razón por cuanto el
proletariado tiende constantemente a superar los límites a que pretende
confinarlo la burguesía). El peronismo se propuso y logró una amplia
regimentación y estatización del movimiento obrero, al mismo tiempo apeló a
formidables concesiones a los trabajadores. El peronismo se esforzó por
regimentar al movimiento obrero, pero nunca hubiera sido- un fenómeno de masas
si se hubiera limitado al sometimiento policial de los sindicatos.
Para Moreno, el peronismo, al revés, se limitó a estructurar
un Estado policial, de reacción política, agente inglés, el más grande defensor
de los estancieros y frigoríficos. Moreno ignora la democratización que impuso
el peronismo al obligar totalitariamente a los patrones (muchas veces obligado
él mismo por las huelgas) a aceptar una avanzada legislación laboral y una
incuestionable re-distribución de la renta nacional.
Las citas de Moreno son ilustrativas del grado a que llegó
su posición antiobrera y proimperialista.
“El 17 de octubre el movimiento obrero fue movilizado no
sobre consignas antimperialistas o anticapitalistas sino para asegurar el orden
burgués representando por la policía y el ejército y para liberar a Perón (poco
importan los gritos, Viva Perón, Muera Braden)… No se trató por lo tanto de una
movilización de clase ni de u-na movilización antimperialista sino de una
movilización fabricada y dirigida por la policía y los militares, y nada más…
No hubo ni iniciativa del proletariado ni oposición al régimen capitalista, ni
lucha o conflicto con éste… No fue por lo tanto una movilización obrera… El 17
de octubre representó al mismo tiempo el punto culminante de esta ofensiva y el
debut de otra… ” ( “¿Movilización antiimperialista o movilización de
clase?” Nahuel Moreno en “Revolución Permanente”, N2 1, 21/7/1949).
“Los militares… incitaban al proletariado a ir contra la
burguesía. Se produjo al calor de tal demagogia todo un movimiento obrero
artificial que era alentado y apoyado por funcionarios estatales y policiales.
Al decir artificial queremos decir que no fue consecuencia de la situación
desesperada del proletariado o de su experiencia o conciencia” (“Frente
Proletario”, N- 7, agosto 1947, pág 4.) Estas eran también las posiciones de la
Sociedad Rural y la Unión Industrial para quienes las demandas obreras eran
excesivas y artificiales, antojadizas, y el proletariado tenía lo que
necesitaba.
Ciertamente, la movilización del 17 de octubre no fue una
movilización de clase (aunque la inmensa mayoría de sus protagonistas y de las
organizaciones que la impulsaron fueran obreras), esto porque estaba bajo la
dirección de la burguesía nacional y de una parte del aparato estatal. No es la
composición social sino la dirección política lo que determina, en última
instancia, el carácter de una lucha. Pero claro que fue una movilización
antimperialista, y hasta cierto punto antiburguesa, pues se reclamaba contra la
anulación inminente de conquistas obreras fundamentales (aguinaldo, pago de
feriados, vacaciones). Todo movimiento de masas dirigido por la burguesía
desnaturaliza su contenido profundo. Pero la burguesía no puede nunca crear
artificialmente un movimiento obrero, debe partir de las aspiraciones e
iniciativas ya contenidas en él. Actúa, no artificialmente, sino
preventivamente. El planteo abusivo, extremo y unilateral de Moreno mide, por
cierto, la ceguera política de quien llegó a atribuirse la representación de un
trotskismo consecuente.
Es oportuno aprovechar la ocasión para señalar que, más
tarde, Moreno reivindicará para el partido laborista de Gay y Cipriano Reyes,
que va a surgir como consecuencia del 17 de octubre, un carácter obrero
independiente. Pero el Partido Laborista sí que fue “artificial” sin
raíz ni contenido. Este último fue un aparato transitorio con base en la
burocracia sindical, ciento por ciento sometido al nacionalismo burgués.
Moreno consideró al peronismo “un movimiento reaccionario
de derecha” y a los sindicatos surgidos en 1945 del siguiente modo: “En
cuanto a su esencia son sindicatos estatizados, es decir, los sindicatos
oficialistas son sindicatos fascistas o semifascistas” (“Frente
Proletario”, N3 7, pág 2). Moreno terminó coincidiendo con la
caracterización típica del PS y del PC: que el peronismo era nazi-fascista, es
decir el nacionalismo burgués de una nación opresora, no de una oprimida.
Ahora bien, ni el caracterizar a Perón como un agente
inglés, ni el negar que la Unión Democrática fuera un bloque pro-yanqui, ni el
no advertir al ascenso mundial del imperialismo yanqui (todos estos, factores
que tienen que ver con el análisis concreto) explican que se identificara a
Perón con el fascismo. Moreno reconocía que los agentes ingleses eran mayoría
en la Unión Democrática y que la rivalidad anglo yanqui no era la cuestión
decisiva. El embellecimiento de la Unión Democrática por parte de Moreno tenía
que ver con que en el bloque proyanqui participaban los llamados partidos
obreros (PC, PS) y los de la burguesía liberal o democratizante.
Para Moreno, el peronismo era un movimiento que venía a
anular las conquistas obreras, en especial, la independencia y libertad
sindicales. Pero en realidad el proletariado había perdido conquistas en la
década del ‘30, en tanto, que la burocratización de los sindicatos había
llegado a un nivel desconocido, con la burocracia dividida entre el frente
popular y la corruptela directa del Estado.
Moreno presentaba a las direcciones obreras comprometidas
con los regímenes de la década infame y, luego, integrados orgánicamente en la
Unión Democrática, como portadores de la independencia obrera.
La regimentación obrera por parte del nacionalismo tiene un
carácter reaccionario, no importa que sea el de un país oprimido, y debe ser
combatida intransigentemente por el proletariado. Pero esto sólo es posible si
la vanguardia del proletariado se coloca como abanderada de la lucha
antimperialista y nunca sosteniendo al bloque de fuerzas proimperialistas.
Se llegó a plantear que los sindicatos, al ser dirigidos por
una burocracia nacionalista vinculada al Estado, aunque sean mayoritarios y de
masas, pierden su carácter obrero y se transforman en burgueses. En cambio, los
sindicatos dirigidos por una burocracia stalinista o socialistas no sólo serían
obreros, sino, además, independientes de la burguesía. Lógicamente esto es una
fabulosa apología de los aparatos contrarrevolucionarios del stalinismo y de la
socialdemocracia, en momentos, ni más ni menos, en que estaban metidos hasta el
pescuezo en la coalición política dirigida por el embajador yanqui Braden. Es
así, que la corriente morenista —el GOM— afirmaba que el PC y el PS eran
permeables a la presión obrera y reflejaban su evolución y conciencia
políticas, rasgo que los diferenciaba de las burocracias de origen nacionalista
burgués. “En cambio, la burocracia reformista contrariamente a la anterior
(a la nacionalista) depende fundamentalmente de los obreros. Refleja en cierta
medida su presión y diferentes estados de ánimo por los que atraviesan
aquéllos… Su sumisión ideológica a la burguesía, que no la exime de roces con
ella, sobre todo en las cuestiones tácticas a adoptar frente al movimiento
obrero, no indica para nada sumisión a los gobiernos, sectores o partidos
dominantes” (I.Rios, “El GCI y el problema sindical”, págs. 52/53,
subrayado nuestro).
El stalinismo y la socialdemocracia, defensores por
excelencia del orden burgués, serían los reflejos de la conciencia e
independencia obreras. El “trotskismo” concluía, por la vía de la
negación de las cuestiones nacionales, en el campo del imperialismo y en la más
abyecta apología del stalinismo y la socialdemocracia.
Para Moreno, la CGT y los sindicatos peronistas habían
dejado de ser sindicatos en el sentido más elemental de la palabra, o sea, un
canal de lucha por el salario. A partir de aquí, la perspectiva que se va a
trazar es la de la destrucción de la CGT y los sindicatos y no va a
tener ningún planteo en favor de la democracia sindical, de la independencia de
los sindicatos del Estado y por una nueva dirección del movimiento obrero. Las
consignas del GOM eran: “Frente Único contra la CGT”, “Por la destrucción de
la CGT” (Frente Proletario, N9 60, 18/8/51).
Durante todos esos años se produjeron luchas muy importantes
contra la burocracia sindical y la estatización impulsada por Perón que
ofrecían un terreno favorable para emancipar a las masas peronistas de su
dirección. A espaldas de las enseñanzas de la II9 y III9 Internacional que
planteaban el trabajo en los sindicatos reformistas, reaccionarios e inclusive
fascistas, Moreno consideraba inadmisible realizar esa tarea en los sindicatos
peronistas.
“Querer que proceda de otra forma (la CGT) es utópico. Lo
reprochable no es que la CGT actúe de tal o cual forma, pues ello está
consustanciado con su naturaleza misma: lo realmente peligroso es que
compañeros que se dicen marxistas reprueben dicha actividad, con la ilusoria
esperanza de que se puede modificar y entrar por el buen camino. La CGT como
agente estatal-patronal está en todo su derecho de actuar así o peor si ello es
posible; en cambio nosotros no tenemos el mismo derecho al lloriqueo blandengue
o al reproche ofendido” (I. Rios, ídem).
En esta frase se resume el entierro de la posición
morenista. La lucha en los sindicatos reaccionarios o burocráticos, para
conquistas a las masas, es interpretada como una política para modificar la
naturaleza de la burocracia o de los sindicatos burocráticos. El morenismo
expresaba con esto un analfabetismo teórico descomunal. En su cabeza, la
experiencia de cuatro internacionales había quedado reducida a un agujero
negro.
RAMOS
También el grupo nucleado en torno de la revista “Octubre”
se había ubicado en el campo del antiperonismo. Uno de sus animadores era Jorge
Abelardo Ramos, quien actuaba bajo el seudónimo de Víctor Guerrero.
En el primer número de esta autodenominada “revista
mensual del trotskismo”, que apareció en noviembre de 1945, Ramos sostenía
con relación al desenlace político de la jornada del 17 de octubre:
“El coronel Perón explota en su provecho esa política
traidora del stalinismo y consigue arrastrar a algunos sectores o-breros
políticamente atrasados detrás de su aventura demagógica. Cuando finalmente es
expulsado del poder por Campo de Mayo, cuya oficialidad comprende que la
situación del Ejército se ha vuelto difícil, Perón moviliza a esos sectores
obreros, incluidos los trabajadores de la carne (que dan la espalda al
stalinismo por sus reiteradas traiciones) y con la ayuda de la burocracia
estatal y la policía los lanza a la calle en una demostración de fuerza. El
e-jército, impresionado por el gabinete oligárquico proyectado por el doctor
Alvarez y por las demostraciones peronistas, teme represalias y un regreso
directo al 3 de junio… Mientras las fracciones militares se tiran el poder entre
ellas como una pelota, el proletariado permanece quieto y callado y, como
quería el coronel, “va del trabajo a casa”…” (Octubre, N9 1, pág. 17).
Para Ramos el conflicto entre Perón y la Unión Democrática
está vacío de contenido, no ve su carácter nacional, y por eso se limita a
describir la crisis en la cúpula del Estado.
Ramos negaba por ese entonces hasta la posibilidad del
surgimiento de movimientos nacionalistas de masas en los países semicoloniales
e identificaba en forma absoluta a la burguesía nacional con el imperialismo.
Luego de afirmar que “la burguesía desnuda crudamente su impotencia para
luchar consecuentemente con el imperialismo”, lo que supone diferenciar a
una del otro, Ramos ponía un signo igual entre ambos.
Para “Octubre”, “los sucesos del 17 y de octubre…” son
un forcejeo por el gobierno dentro de las clases poseedoras de nuestros
país, forcejeo dentro del cual actuó dividido el proletariado” (N9 1, pág.
6). De ahí la conclusión de Ramos de que el proletariado debía ser
prescindente, es decir que no debía tener una política propia en este
conflicto, pues de lo contrario “continuará siendo girado por los distintos
sectores de la burguesía nacional y del imperialismo para servir los intereses
de las clases enemigas” (ídem, pág. 4).
Al proclamar su neutralidad, Ramos estaba llamando al
proletariado a no explotar en su beneficio la crisis política del Estado. No se
entiende entonces cómo pretendía evitar que la clase obrera dejara de girar en
tomo a la burguesía. Ramos se hará luego peronista, cuando comprueba que es la
única vía de una carrera política personal.
Ramos primero negó la lucha nacional y le contrapuso en
abstracto la lucha de clases; inmediatamente después eliminó a la lucha de
clases y proclamó la vigencia exclusiva de la lucha nacional. Era la posición
clásica del menchevismo y del stalinismo. La lucha nacional no cancela la lucha
de clases —¡no lo hizo, sino que la destacó, en las revoluciones inglesa y
francesa de los siglos XVII y XVIII! La lucha de clases en el interior de la
nación oprimida —entre el proletariado y la burguesía— se potencia con la lucha
nacional: arranca al proletariado de su estrecho círculo corporativo y le
plantea los grandes problemas políticos e incluso internacionales. La revista “Octubre”
denunció al anti-yanquismo de Perón como demagogia, lo mismo que el PC y el PS,
sin comprender que aún si esto era cierto, la cuestión de la lucha contra el
imperialismo yanqui, contra la intervención de Braden y contra el “nuevo
orden internacional” de Roosevelt, Churchill y Stalin, estaba de todos
modos planteada. Al tomar como referencia las posiciones de Perón, y no las
contradicciones nacionales de Argentina, Ramos ya era sin saberlo un
seguidista, quizás ciego, de la burguesía.
“La secretaría de Trabajo y Previsión fue ideada como un
mecanismo gigantesco de domesticación y control sobre el movimiento obrero
independiente” —decía Ramos en “Octubre”. Perón afirmó constantemente que
encabezaba un movimiento de renovación en los métodos de la lucha económica de
la clase obrera. Hasta qué punto puede ser ello exacto lo demuestra el hecho de
que su principal apoyo lo encontró en los sindicatos más infectados de
reformismo, es decir, de colaboración con la burguesía (la Federación de
Empleados de Comercio, por ejemplo) y en los líderes más corrompidos, como
Borlenghi, Domenech y Almarza, o en viejos elementos desplazados, como Cipriano
Reyes. Se adaptó a su servicio al ala derecha del movimiento sindical, pactó
con algunos sindicatos más o menos neutros y persiguió despiadadamente al
movimiento sindical que, por sus vinculaciones políticas (el caso de los
sindicatos stalinistas) se pusieron abiertamente en contra suya” (ídem,
pág.4). Al “nacional” Ramos se le escapaba que las “vinculaciones
políticas” del stalinismo y del PS que “molestaban” a Perón eran el
gobierno norteamericano y la Unión Industrial antiperonista. Cuando Ramos se
pasa luego al peronismo presentará como progresiva la estatización de los
sindicatos a través de “los líderes más corrompidos”, “más infectados de
reformismos” y del “ala derecha del movimiento sindical”, etc., etc.
En un trabajo sobre la izquierda nacional (“La Izquierda
Nacional y el FIP”, de Norberto Galasso) se reivindican los análisis
políticos de “Octubre”, con la única salvedad — dice el autor— de que “no
acierta aún en la caracterización correcta del 17 de octubre’' (pág 61).
Como puede apreciarse, el historiador tiene poco apego al rigor histórico.]
Las posiciones de “Octubre”
estaban sustentadas en una caracterización más amplia, histórica del país. Para
Ramos, la acción del imperialismo universalizaba el modo de producción
capitalista, y cualquier oposición a ello significaba pretender trabar la libre
circulación del capital.
“La naciente burguesía criolla —decía— iba a entrar
a partir de la emancipación política, en un largo período de guerras civiles,
fruto directo del atraso feudal y bajo nivel productivo. Los caudillos se
convertirían en los jefes de los distintos sectores-económicos regionales
empeñados en predominar o simplemente subsistir”.
"El más fuerte de todos, Rosas, toma el poder en
Buenos Aires en nombre de los ganaderos y lo retiene durante cerca de veinte
años, aislando al país y acentuando su atraso…”
“La caída de Rosas implica la liquidación del caudillaje
provincial, condición preliminar para la unificación nacional y la organización
política del Estado burgués. La supresión de las aduanas interiores y las
restricciones regionales caracterizan económicamente el período que se abre en
Caseros. Desde un punto de vista más general, la victoria de Urquiza sobre
Rosas, con todas sus consecuencias, cumple fines democrático-burgueses” (Víctor
Guerrero, Octubre N2 1, págs. 11 y 12). Burgueses, sí, ¿pero democráticos? El
imperio esclavista de Brasil y el capital comercial británico, eran los
introductores de la democracia, y Mitre, en definitiva, su despachante de
aduana. La formación del Estado burgués “argentino” anunciará la próxima
destrucción de Paraguay y la definitiva balcanización de América del Sur. Esta
vía de universalización del capitalismo se adapta a los estrechos horizontes de
la libre circulación del capital inglés, es decir, se opone a una amplia
circulación libre de los capitales. El aislamiento de los estados del norte de
Estados Unidos y la poderosa formación de un mercado interior en el espacio
norteamericano, favorecieron infinitamente más la libre circulación de capital
que la temprana integración en América del Sur.
El número 2 de “Octubre” recién salió al año
siguiente, en noviembre de 1946, como vocero de la LCR (Liga Comunista
Revolucionaria), ahora con la colaboración de Niceto Andrés, como resultado de
un acuerdo político con el grupo nucleado en torno del periódico “Frente
Obrero”.
Sin pestañar, Víctor Guerrero dice aquí que “nuestra
posición antes de las elecciones” había consistido en “apoyar
críticamente a la burguesía del país semicolonial; (un) apoyo
condicional (que) no significaba en modo alguno sembrar ilusiones sobre
el ‘antimperialismo’ de Perón, sino ayudar a las masas con el ritmo de su
propia experiencia…” (Octubre n2 2, pág. 3). Justificaba estas mentiras en
que “la inexistencia de un partido revolucionario y las medidas obreristas y
‘antimperialistas` de Perón habían
movilizado a la clase obrera en su apoyo, despertándola de un letargo político
de años; que en una lucha en la cual intervenían desnudamente el imperialismo
yanqui y la burguesía nacional industrial de un país semicolonial, con el apoyo
de amplias masas, era deber de los revolucionarios” ese “apoyo crítico”.
Ramos descubría el “antimperialismo” de Perón cuando
el choque más serio con el imperialismo yanqui había pasado — y no retornaría
hasta 1954/55. Con el triunfo electoral de Perón el 24 de febrero de 1946 se
había cerrado la cusís del régimen político y terminó el breve peí iodo
movilizador del peronismo. Perón, de inmediato, se empeñó en recomponer sus
relaciones con los explotadores nativos y foráneos y en regimentar a fondo al
movimiento obrero. El 24 de febrero de 1946 no se inauguró una fase antiimperialista
sino la recomposición política en la burguesía y la decidida estatización y
totalitarización de los sindicatos.
Mientras existió una disputa con el imperialismo, Ramos se
declaró prescindente, y cuando esta disputa amenguó se emblocó con el
peronismo.
Ramos se “peronizó” con el argumento del apoyo
crítico o condicional a la burguesía nacional cuando ésta emprende una
disputa antimperialista y pretendió que esta posición era un gran aporte de
Trotsky en sus escrito sobre América Latina. En verdad, Trotsky nunca planteó
el apoyo “crítico” a la burguesía nacional. Lo que planteó fue que la
clase obrera debe ocupar su lugar en el campo de lucha contra el imperialismo
—y esto de manera incondicional, es decir, con independencia de la dirección de
esa lucha nacional— no que debe apoyar a la conducción burguesa de la lucha
nacional y que los revolucionarios deben criticar permanentemente sus
vacilaciones e inevitables capitulaciones, en especial en el curso de la lucha
antimperialista y desenmascararla, con el fin de independizar al proletariado
de la burguesía y conquistar la dirección obrera de la revolución nacional, que
se convierte así en permanente.
A partir de aquí, Ramos pasará a defender a rajatablas el
liderazgo histórico de la burguesía nacional.
“Pero la historia traza originales caminos —dice
Víctor Guerrero (Ramos) (en el número 3 de “Octubre”). El crecimiento
industrial argentino, el surgimiento consiguiente de su proletariado, la
estrechez de su mercado nacional la desnuda hostilidad del imperialismo yanqui,
la madurez política de la burguesía nativa, fueron los cinco factores que
transformaron a la Argentina en la conductora del movimiento nacional en
América Latina. Perón ha realizado con métodos “plebeyos” el reajuste político necesario
a la burguesía nacional. Pero las fronteras argentinas resultan demasiado
estrechas para el desarrollo actual de las fuerzas productivas. La “conciencia
continental” de la burguesía nace, como ya hemos afirmado, de la inexorable
necesidad de un mercado…
“El Plan Quinquenal y la Unión Aduanera con Chile
limpiarán el camino de la clase obrera de las escorias feudales (chau
universalización del capital logrado en 1853, JM), harán retroceder al
imperialismo de sus puestos de control de la economía argentina y continental
restringiendo así sus mercados y agravando su crisis y proveerán una escena
histórica más amplia para la futura gran lucha entre la propia burguesía
latinoamericana y el proletariado del continente"(Octubre n 3,
enero/febrero 1947, pág. 5).
“Octubre” se dedica en los números siguientes a la
tarea de revalorizar a la burguesía nacional y proclamar la vigencia del
peronismo. “El triunfo de Estados Unidos sobre Inglaterra en su vieja lucha —
sostenía Jacinto Almada (Ramos) en “Octubre” N 5— coincide con otro
acontecimiento no menos notable: el nacimiento de la burguesía industrial
argentina (sic). Cuando Wall Street se disponía a tomar posesión de la herencia
colonial inglesa en el continente, la nueva burguesía argentina se cruzó en su
camino levantando a su paso un vasto movimiento nacional en América Latina
(increíble, JM). Aunque su política es una amalgama de atrevimiento, doblez y
cobardía, propios de la burguesía colonial contemporánea, conmovió a millones
de hombres, despertándolos a una nueva vida política. Tal es el caso del
proletariado argentino, brasileño, boliviano, venezolano, chileno.
Recíprocamente, la clase obrera se transformó, en el curso de la lucha, en la
protagonista del movimiento nacional”. Ramos no dejaba de ser pomposo para
adornar la estatización de los sindicatos.
“La crisis del imperialismo —proseguía Ramos— creó
para la Argentina la posibilidad de la industrialización. Las oleadas
revolucionarias de la posguerra transformaron a nuestro proletariado, por la
inexistencia de un poderoso partido obrero, en la fuerza combatiente del
movimiento nacional conducido por la burguesía. Esos dos hechos ofrecieron a la
burguesía argentina el singular privilegio de iniciar los primeros pasos de la
unificación nacional, es decir, de liquidar el yugo imperialista mediante la
fusión económica y política de los 20 Estados actuales en una gran nación…”
Evidentemente se trataba de una pura fantasía; Perón por esa
época (1950) estaba buscando desesperado un préstamo del Eximbank.
La revista Octubre, estuvo siempre autocolocada “bajo la
bandera de la IV Internacional” pero después de su número 5, dejó de
aparecer. Ramos rompió con la IV9, se despojó de la calificación de trotskista
y se convirtió en un funcionario del gobierno.
Coggiola sigue analizando las posiciones posteriores de
Ramos en su historia del trotskismo pero éste ya no tiene nada que ver con el
trotskismo.
U.O.R. (UNIÓN OBRERA REVOLUCIONARIA)
La UOR, dice Coggiola (pág. 92) “parece haber sido el
grupo (trotskista) más numeroso, al menos entre 1943 y 1946”. La UOR
sostenía que “Por su desarrollo económico, la existencia de un proletariado
numeroso y concentrado (más de un millón de obreros urbanos y de medio millón
de trabajadores rurales) y las formas de relaciones de propiedad existentes en
el campo, la Argentina debe ser considerada como un país netamente capitalista”
(“La burguesía, el imperialismo y la clase obrera”, Tesis de Oscar — UOR—
en el Boletín interno de discusión del movimiento cuarta-internacionalista
argentino N91, marzo de 1947).
Oscar negaba la existencia de una explotación económica imperialista
y de una opresión nacional. Afirmaba que las tareas de la revolución planteada
eran directamente socialistas. “Por el desarrollo del país, decía, por el
peso del proletariado urbano y por la existencia de un fuerte proletariado
rural, la clase obrera argentina subirá al poder en base a un programa
fundamentalmente socialista. Esto no significa que no busque el apoyo del
campesinado o de la pequeña burguesía urbana. En este sentido la lucha por la
revolución agraria y contra el imperialismo deben ocupar la atención de todo
partido que se proclame revolucionario (ídem).
El planteo de Oscar deja claro que no negaba al
imperialismo, sino que otorgaba un peso específico reducido a la dominación que
podía ejercer. En cierto modo, reflejaba la coyuntura estatizante del
peronismo, que había disminuido enormemente el peso del capital extranjero.
Oscar no se preguntaba sobre el porvenir de esta coyuntura y por lo tanto no
tuvo en cuenta la posibilidad de una ofensiva del capital financiero para
re-colonizar el país. Debemos suponer que dejaba de lado el carácter de la
economía mundial en la época imperialista.
Para el dirigente de la UOR, en 1945 se había producido en
el país un choque interburgués; existía una camarilla militar que, para
perpetuarse en el poder apelaba a la demagogia; y no existían diferencias
sustanciales entre el peronismo y la Unión Democrática. Así sostenía que “…
los marxistas debemos insistir en la afirmación de que tanto la UD como el
peronismo son los ejecutores —pese a sus diferencias secundarias— de una misma
política burguesa, tanto en lo que se refiere al proletariado como en lo que
atañe al imperialismo” (ídem), Por ello aseguraba que no había diferencia
entre un triunfo del peronismo o la Unión Democrática —pues ambos hubieran sido
gobiernos burgueses.
Oscar centraba, no obstante, el fuego contra el peronismo. “La
movilización peronista del proletariado tuvo un sentido profundamente
reaccionario. La dictadura llevó hasta lo último la corrupción del movimiento
obrero al que dio como salida de sus problemas la supuesta acción bienhechora
del estado burgués. Los marxistas rechazamos de plano todo intento de presentar
al peronismo o a su ala izquierda, el laborismo, como un movimiento de
avanzada. Sólo un cambio profundo, en programa, métodos de acción y objetivos,
puede hacer que ciertas ramas del peronismo —y desprendidas de éste o que
puedan desprenderse en el futuro— se constituyan en organismos más o menos
revolucionarios” (ídem).
Dice Coggiola, que la
UOR se negó a militar en los sindicatos peronistas hasta 1948 (Coggiola, pág
105). Tendrá una existencia errática y en 1951 se disolverá, “con la
resolución del III° Congreso Mundial de la IV° Internacional sobre la sección
argentina” (ídem, pág. 105), que reconoce a la organización dirigida por
Posadas.
“FRENTE OBRERO”
Como señala Coggiola, el grupo nucleado en torno al
periódico “Frente Obrero” fue el único que “a contramano de la casi
totalidad de la izquierda de la época” señaló “el papel del imperialismo
como orquestador de la oposición ‘democrática’ al gobierno juniano y el
carácter progresivo de las movilizaciones contra el semigolpe de estado que
derribó a Perón el 10 de octubre de ese año” (Pág. 95).
“Los que se engañaron —sostenía Frente Obrero— tomando
la movilización de estudiantes, burgueses y damas perfumadas por los preludios
de la ‘revolución’ (se refiere a la manifestación antiperonista del 19 de
setiembre de 1945) juzgan a la huelga general del 17 y 18 de octubre como
una especie de aberración, que echa al suelo todas sus teorías. La aberración
estaría en todo caso, en que individuos que se denominan a sí mismos marxistas,
se pongan del lado del imperialismo en sus escaramuzas (!) con sectores de
nuestra burguesía semicolonial” (N- 2, 29 de octubre de 1945, pág. 3).
Como se puede apreciar, “Frente Obrero” caracterizó
el carácter relativamente antimperialista del 17 de octubre, pero luego
pretendió que el peronismo intervenía en los sindicatos para liberarlos de los
agentes yanquis.
“Al proletariado argentino —decía “Frente Obrero” n°
2— la política peronista en los sindicatos le ofreció un inesperado apoyo
para librarse, en parte, del abrazo asfixiante de los partidos socialista y
comunista que querían utilizar las fuerzas de la clase obrera para remachar las
cadenas de la explotación imperialista” (pág. 1)- El objetivo de la
estatización de los sindicatos no fue éste, sino acabar con el proletariado
como clase. Los objetivos “nacionales” de la burguesía son, al mismo
tiempo, disminuir la presión del capitalismo extranjero y ampliar la
explotación de la clase obrera — dos aspectos indisolubles del reforzamiento de
la burguesía nacional como clase. Los trotskistas simplemente no conseguían
caracterizar a la burguesía nacional y a los movimientos policlasistas que se
derivan de la correlación de clases en un país dependiente.
“Frente Obrero” tuvo una vida efímera; salieron
solamente dos números (setiembre y octubre de 1945). A fines de 1946 se unificó
con Ramos en torno de la revista “Octubre”, sobre la base del apoyo “crítico”
a Perón.
GRUPO CUARTA INTERNACIONAL
El “Grupo Cuarta Internacional” (GCI) hizo su
irrupción política a fines de 1945 dirigido por Posadas. Después de editar unos
boletines mimeografiados, publicó, a partir de junio de 1947, el periódico “Voz
Proletaria”.
Este grupo reconoció el carácter semicolonial del país y la
existencia de los movimientos nacionales de orden burgués en las colonias y
semi-colonias.
“Estamos perfectamente de acuerdo con los compañeros que
afirman que una burguesía nacional es impotente históricamente para liberarse
de la coyunda imperialista. Bien. Pero el hecho de su impotencia histórica —que
el proceso ulterior de los acontecimientos irá a descubrir— no autoriza a
afirmar de ninguna manera que una burguesía nacional no intente o promueva esa
liberación, porque ello sería negar la existencia de los movimientos
nacionalistas en las colonias y semicolonias” (Boletín N° 2, marzo 1946,
GCI, pág. 3).
El GCI atribuía la condición semicolonial de Argentina,
básicamente, al carácter agropecuario de la producción. “Argentina, a pesar
del desarrollo de la economía y de la industria, es aún una semicolonia, porque
depende en su base económica de la producción agrícola-ganadera y de la
exportación de materias primas y porque está sometida a la gran industria y
finanzas del mercado mundial imperialista” (Voz Proletaria, N° 1, pág. 1,
junio 1947).
Para el GCI la industrialización estaba en contradicción con
la dominación del imperialismo, por lo cual la burguesía industrial tenía un
carácter objetivamente antimperialista. “Lo que menos interés tiene el
imperialismo anglo-yanqui es que se desarrolle la industria de estos países. Al
contrario: el imperialismo yanqui como el inglés necesitan, más que nunca, que
América Latina — Argentina entre ellas— sean mercados compradores para sus
artículos industrializados y para invertir capitales —el inglés, en la medida
que pueda invertirlos— en industrias accesorias a las suyas, manteniendo a
América Latina como productora de materias primas” (Voz Proletaria, n° 4,
agosto 1948, pág. 6). En este punto el GCI coincidía con “Octubre”,
ninguno de los dos veía que las necesidades de la reproducción ampliada del
capital obligaba al capital financiero a industrializar parcialmente a la
periferia. Los trotskistas parecían desconocer las leyes de la evolución y
reproducción del capital, o en todo caso eran luxemburguistas, que precisamente
caracterizaba que el esquema de reproducción de Marx “no cerraba”
Para el GCI Argentina “es aún una semicolonia”, es
decir que estaba dejando de serlo, debido al desarrollo industrial y a las nacionalizaciones.
Para el GCI, el golpe de junio de 1943 había producido una
revolución antimperialista, en la que la burguesía industrial nacionalista
había desalojado del poder a la oligarquía. “El gobierno se apoya, para su
política de oposición al imperialismo, sobre ese movimiento de masas y no sobre
la policía y el Ejército” (GCI, citado por Coggiola, pág. 102). La clase
trabajadora apoyaba ese movimiento nacionalista “por su instinto de clase
anticapitalista y antimperialista”.
¡Para el GCI Perón se apoyaba exclusivamente en los
obreros y para nada en el Estado!
El GCI despliega una intensa labor en el movimiento obrero.
Silvio Frondizi sostiene que el GCI se encontraba “bajo la influencia
ideológica de Octubre”, pero que a diferencia de éste “no permanece en
su posición de apoyo incondicional” (La Realidad Argentina, Tomo II, pág.
96).
En 1951, el GCI será reconocido como la sección argentina
por el III° Congreso de la IV° Internacional. El III° Congreso plantea la
unificación de las fuerzas trotskistas (el GCI y el POR dirigido por Nahuel
Moreno), para lo cual se aprueba una resolución de compromiso que intenta
amalgamar las posiciones. “En lo que concierne más particularmente a
Argentina, nuestras fuerzas unificadas se empeñarán en desarrollar desde ahora
su enraizamiento en la clase obrera del país, en plena evolución, y en crear
una corriente de clase entre los obreros organizados influenciados por el
peronismo, a fin de que ese gobierno reaccionario de la burguesía industrial
que se opone a la dominación del imperialismo, sea aislado de su principal
apoyo en las masas”( Revista Cuarta Internacional, Agosto/octubre 1951, pág
39).
La resolución revela dos cosas: la debilidad teórica de la
dirección de la IV° (“gobierno antimperialista reaccionario”) y su
incapacidad para actuar como partido, al sustituir las caracterizaciones
políticas por las maniobras.
La unificación no se produce por razones de aparato, ya que
Moreno no quiere ingresar al GCI. Luego aprovechará en forma oportunista una
escisión internacional para embanderarse, sin principios, con el sector
antagónico al apoya-de por Posadas.
EL P.O.R. (NAHUEL MORENO)
El GOM de Moreno se transformó en POR, a partir de entender
que había crecido en forma sustancial (nada cambia…). En las elecciones de 1948
y 1951 llama a votar por el PC y el PS.
“El PC levanta un programa que exceptuando su concepción
oportunista plantea una solución a los problemas del momento. Desde este punto
de vista, en sus principales formulaciones coincide con el POR… La lucha
antimperialista, la lucha por las libertades y contra la carestía están
contenidas en su programa… El stalinismo es, de todos los partidos legales en
la actualidad, el único partido obrero que se opone al imperialismo, que agita
un programa que encara las soluciones del momento y el único que reflejando las
necesidades de la clase obrera significa una garantía aunque momentánea”
(Frente Proletario, n9 67„ 15/10/51, citado por Coggiola).
“Nuestro partido debe utilizar las elecciones para propugnar
las soluciones clasistas contra la ofensiva gubernamental. La única salida que
da satisfacción a todos los problemas planteados es el apoyar al PS y al PC…”
(Resolución del POR ante las elecciones de marzo de 1950 en la Provincia de
Buenos Aires).
Estas posiciones se fundamentan en la estrategia del “frente
único proletario”.
El voto por el PC declara una coincidencia con el programa
del stalinismo, en lo referente a la “oposición al imperialismo”, “programa
que encara las soluciones del momento”, “único que refleja las necesidades de
la clase obrera” (35 años después el Mas volvió a descubrir que lo une al
PC un objetivo histórico al proponerse un “frente socialista”).
Se planteaba un frente “único” proletario dirigido al
PC, que debía dejar afuera al 99% de la clase obrera que seguía al peronismo.
Singular frente único. Pero el frente único con el PC tenía un definido
carácter contrarrevolucionario porque, de conjunto, el PC era una oposición
proimperialista al peronismo, ni que decir del PS.
EL GOLPE DE 1951 (QUIENES SUPIERON LUCHAR CONTRA ÉL)
El desarrollo de la crisis económica comenzó a erosionar la
estabilidad política del peronismo. Perón, como cualquier movimiento
nacionalista burgués, comenzó a girar a la órbita del imperialismo yanqui y a
acentuar la presión sobre el movimiento obrero (firma del tratado militar de
Río de Janeiro, Misión Eisenhower, acuerdo con el Banco Mundial, plan de
austeridad, Congreso de productividad, etc.)
La expectativa de un descontento popular como consecuencia
de la crisis, hizo levantar cabeza al golpismo antiperonista.
En 951 se produjo la primera intentona golpista, encabezada
por el General Menéndez. El morenismo no llamó a luchar contra el golpe. “Contra
el peronismo, el putsch, la oposición burguesa”, tituló el periódico
morenista, Frente Proletario N2 66, 8/10/51). Moreno se levantaba contra todo
el mundo, es decir contra nadie. Ni la conducta de Lenin frente al golpe de
Kornilov, ni la de Trotsky frente al golpe de Sanjurjo, en 1932, contra la
República española, le sirvieron de nada. Pero esta posición reflejaba
indudablemente la expectativa de que la victoria de un golpe “liberal”
democratizaría la situación política y a los sindicatos. El morenismo estaba
empeñado, en este plano, en ganar al PC y al PS para organizar un paralelismo
sindical.
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