Segunda parte de las cuatro entregas de los artículos escritos por Julio Magri para la revista “En Defensa del Marxismo”. En los próximos días publicaremos el penúltimo de ellos.
APUNTES A LA HISTORIA DEL TROTSKISMO ARGENTINO (II). LA CUESTIÓN BOLIVIANA (1943-46)
Julio N. Magri
Los acontecimientos políticos en Bolivia en la década del
’40 fueron objeto de viva discusión en los nacientes grupos trotskistas
argentinos. El interés fue provocado por los alcances revolucionarios que iba
cobrando la aguda lucha de clases en el Altiplano, luego de la derrota de
Bolivia en la guerra del Chaco; la aparición de una fuerte tendencia
nacionalista en el ejército y en la pequeña burguesía; la ausencia de una
importante tradición socialdemócrata y anarquista de la clase obrera; y el
profundo desequilibrio político del país; todo lo cual permitía pronosticar la
inminencia de la revolución boliviana con el consiguiente debate sobre su
carácter y la clase social que la llevaría a término.
EL GOBIERNO DE VILLARROEL
El 21 de diciembre de 1943 se produjo en Bolivia un golpe de
Estado de características similares al precedente en Argentina, del 4 de junio.
Una fracción del Ejército, nucleada en RADEPA, con el apoyo del MNR, desplazó
del poder al gobierno Peñaranda, un títere del imperialismo yanqui, y colocó en
su lugar al General Villarroel, secundado por Paz Estenssoro. El nuevo gobierno
pretendió inaugurar una política de “liberación nacional”, así como de
“erradicación de los odios” de clase.
El imperialismo yanqui, los “barones del estaño” (la
rosca) y el stalinismo (PIR) caracterizaron al golpe de “nazi-fascista”
y le declararon la guerra. El nuevo gobierno respondió con una política de
apaciguamiento frente al imperialismo y la rosca al punto de declararse a favor
de “un entendimiento de equitativo beneficio entre Bolivia y los Estados
Unidos”. EEUU se negó, sin embargo, a reconocer al nuevo gobierno, lo cual
“acrecentó grandemente la popularidad del nuevo régimen; fue perceptible un
movimiento de masas en su apoyo. Hubieron manifestaciones en Oruro, Potosí,
Cocha-bamba, en algunas minas. Menudearon las protestas contra el imperialismo,
pero el tono de los pronunciamientos aprobados se limitaba a exigir el
reconocimiento del régimen Villarroel, notándose en ellos la mano de los
movimientistas (MNR)” (1). El imperialismo, por su lado, exigía un rápido
llamado a elecciones, para pasar el poder a la Unión Democrática vernácula.
“El reconocimiento se otorgó, finalmente, cuando el gobierno
de Villarroel tuvo que capitular ante las exigencias del enviado norteamericano
Avra Warren. Todos los residentes alemanes y japoneses, muchos de ellos es
tablecidos hacía largo tiempo, fueron capturados con sus esposas e hijos y
entregados a EEUU, que los trasladó a campos de concentración en su territorio
mediante un puente aéreo. Sus bienes fueron intervenidos” (2).
El autor nacionalista, Luis Peñaloza, en su Historia del
MNR, reconoce que “el gobierno de Bolivia tuvo que aceptar condiciones
inadmisibles en otras circunstancias”(3) lo que le valió a Villarroel el
reconocimiento diplomático internacional. Pero lo más significativo era que
“del reconocimiento dependía, parcialmente, el éxito de las negociaciones para
la venta de estaño” (4) por lo que las concesiones de Villarroel al
imperialismo yanqui formaban parte de un acuerdo más global con la gran
minería.
La experiencia nacionalista no era novedosa en Bolivia, país
que había sido gobernado por militares nacionalistas en buena parte de la
década del ’30 (Toro y Busch). Comparado a esos regímenes nacionalistas, el de
Villarroel se caracterizó por un enorme conservadorismo. Por este motivo la
simpatía que logró en los sectores obreros fue superficial —el gobierno tenía
por apoyo a la policía y el Ejército. Cuando este último se desplazó hacia el
campo “democrático”, Villarroel quedó en el vacío.
La fuerza de choque de la oposición proyanqui fue
principalmente el stalinismo, el Partido Izquierda Revolucionaria, (PIR). El 24
de mayo de 1944 se formó la Unión Democrática Boliviana (UDB), que agrupaba a
los partidos de la rosca y al stalinismo, con un programa muy simple:
“extirpación del nazifacismo y solidaridad con las Naciones Unidas y
constitucionalización del país”. La UDB pasó a denominarse luego FDA (Frente
Democrático Antifascista) y a lanzarse audazmente a la formación de comités
tripartitos (maestros, estudiantes, obreros).
Según Mariano B. Gumuncio, “los radepistas de derecha,
proclives a la influencia de la proclama de la oligarquía y del Departamento de
Estado, fueron los autores de los cambios de ministros del MNR para lograr el
reconocimiento diplomático internacional” y prosigue: “A los tres meses de
cogobierno, el MNR fue totalmente desplazado de las funciones de poder…” (5).
La política de acercamiento de Villarroel a Estados Unidos
abrió una crisis en su gobierno y condujo al desplazamiento del gabinete de los
hombres vinculados al MNR, principal blanco del FDA. La rosca y el stalinismo
aumentaron entonces sus apuestas, planteando directamente la caída de
Villarroel. El reclamo cobró actualidad con el pasaje del ministro de Defensa y
del comandante de las Fuerzas Armadas al campo de la “constitucionalización".
Villarroel tuvo que hacer frente a tres intentonas golpistas, —a fines de 1944,
mediados de 1945 y a comienzos de 1946, en las que demostró que aún contaba con
el apoyo de la mayoría del ejército. Pero cuando los altos mandos cambiaron de
campo, luego del desplazamiento del MNR y en medio de una crisis económica y
social de proporciones gigantescas, el gobierno de Villarroel quedó reducido a
la nada.
En estas condiciones se inició un movimiento reivindicativo
salarial de sectores obreros y docentes en la ciudad de La Paz, que fue apoyado
por la Federación Universitaria. La Confederación Sindical de Trabajadores
bolivianos (CSTB), el gremio de los maestros y la Federación Universitaria
estaban política y organizativamente dominados por el stalinismo. El rector de
la Universidad, vinculado a la rosca, se puso a la cabeza de los universitarios
y se convirtió en el emblema “democrático” de La Paz. La prensa “democrática”
rosquera respaldó las movilizaciones, a las que presentaba en sus alcances “antifascistas”.
José Fellmann Velarde, un historiador nacionalista, en su
Historia de Bolivia (Tomo III) señala que “a fines del mismo mes de junio,
estalló una huelga de ferroviarios, seguida, a poco, por otras de maestros,
estudiantes y universitarios. Desde entonces, el gobierno empezó a vivir
artificialmente gracias a la inercia que, a veces, suele prolongar la agonía de
los gobiernos que ya han perdido su vitalidad” (6).
Fellmann Velarde admite que se había producido un giro en la
situación como resultado de la intervención de la masas. Hasta entonces la
situación política boliviana estaba caracterizada por el enfrentamiento entre
una variante burguesa nacionalista y otra “democrática” {ésta apoyada por el
imperialismo yanqui y el stalinismo), con reiterados conatos golpistas
alentados por la gran minería y la embajada norteamericana.
El cambio que se había producido consistía en la irrupción
de las masas ante un gobierno impotente. “Las manifestaciones se sucedieron,
cada una más beligerante que la anterior, hasta que el 10 de julio,
desembocaron en la muerte de un estudiante, Beugel Camberos…”(7). Sin embargo,
como lo reconoció Jorge Abelardo Ramos, en un texto de 1947, “el gobierno
Villarroel… aislado, cercado, en el filo del pánico pierde la cabeza y dispara
sobre una manifestación de estudiantes” (8).
Según Peñaloza, “La Federación Bancaria dirigida por el POR:
Edwin Moller, Victor Villegas, Angel Guerrero y otros de la misma tendencia
política, decretó la huelga de empleados de banco. Con excepción del Banco
Minero, todos los bancos obedecieron la orden aunque era ilegal” (9).
Liborio Justo (Quebracho) sostuvo que el movimiento del 21
de julio de 1946 tuvo características masivas y populares. “Aunque iniciado por
la pequeña burguesía, que había hecho un símbolo del mismo quitarse la corbata,
logró abarcar masas cada vez mayores, hasta alcanzar al proletariado urbano,
influenciado por el stalinismo. Sobre esa base se organizaron los llamados “comités
tripartitos”, de predominio pequeño burgués…” (10).
Esteban Rey, un periodista afín al trotskismo,
circunstancialmente en Bolivia en julio de 1946, en un pormenorizado relato de
los hechos señaló que “la clase trabajadora no participó desde el comienzo en
la insurrección. Simpatizó con los que se oponían y luchaban contra el
gobierno, se mantuvo casi ajena a los sucesos… Luego la clase obrera, superando
a sus propios líderes, bajó al terreno de la acción y llevó mucho más lejos que
nadie hubiera podido suponer que irían los acontecimientos”. Esteban Rey
transcribe volantes de la época, entre ellos del Comité Revolucionario de
Obreros Fabriles, que plantean el derrocamiento de “la burguesía criminal que
detenta el poder”. También el Comité Obrero Revolucionario, vinculado al POR,
lanzó un manifiesto, ya colgado Villarroel, en el que señaló que “la
caída de la camarilla nazi-fascista de Villarroel-Paz Estenssoro marca la
epopeya más grandiosa de la lucha de clases puesta de manifiesto en las grandes
jomadas del 18 al 21 de julio…”(11).
La represión gubernamental contra los manifestantes y
huelguistas colocó prácticamente a toda la ciudad de La Paz contra el gobierno.
Obreros, estudiantes, maestros, ganaron las calles, lucharon contra la policía,
tomaron por asalto la Municipalidad y edificios policiales, ocuparon la Casa de
gobierno y colgaron a Villarroel de los faroles de la plaza Murillo.
Con el acuerdo del stalinismo, el presidente de la Corte de
Justicia (un hombre del “establishment” rosquero) fue nombrado
presidente de la Junta de Gobierno. El stalinismo recibió algunos cargos en el
gabinete de “unidad nacional”, especialmente el ministerio de Trabajo. La tarea
del stalinismo, cuya consigna era “hay que trabajar ahora por una Bolivia
democrática-burguesa”, fue la de reprimir a los trabajadores.
Los obreros mineros no participaron de la sublevación;
debido a las concesiones que les había otorgado Villarroel y a la presencia
dirigente del stalinismo en las manifestaciones paceñas, los mineros fueron
hostiles al movimiento desatado en las ciudades, lo cual se acentuó con el
asesinato de Villarroel y con el regreso de la rosca al poder.
La sublevación popular que culminó el 21 de julio tuvo
entonces un carácter parcial, encuadrado por el stalinismo como punta de lanza
del imperialismo. Se corrió el riesgo en esos días de un enfrentamiento armado
entre los mineros, que estaban bajo la influencia villarroelista, y los
trabajadores de las ciudades, que se encontraban en la órbita staliniana.
Como consecuencia de su cooperación con los barones del
estaño y del propio imperialismo norteamericano, el stalinismo se terminó
“ganando” el odio de los mineros y rápidamente el del conjunto del
proletariado.
LA POSICIÓN DEL POR DE BOLIVIA
El POR de Bolivia también caracterizó al gobierno de
Villarroel de nazi-fascista y esto durante los tres años de su gobierno.
Guillermo Lora reconoce que: “el POR usaba el término nazifacista, como los
demás sectores políticos, para atacar o tipificar al gobierno Villarroel-MNR.
Esto fue un equívoco; fue el precio que se pagó por no haber podido (tal vez no
hubo fuerzas para ello) sobreponerse a la montaña de papel impreso que se
destinó a combatir el nazifascismo de Villarroel (12). Incluso “algunos Comités
Regionales, particularmente los de Cochabamba y Sucre, ponían demasiado
énfasis, actitud extraña al partido como tal, acerca de la naturaleza fascista
del gobierno Villarroel, esto como una concesión a la campaña stalinista, sobre
todo” (13). Sin embargo, Lora no explica por qué el POR, trotskista, se pudo
dejar influenciar por la campaña stalinista, ni tampoco las consecuencias que
esto tuvo en su acción política.
Ya directamente cuando comienzan las manifestaciones obreras
y de maestros, en julio de 1946, “los comités regionales del POR—prosigue Lora—
no demostraron una total homogeneidad tanto en su análisis de la perspectiva
política a mediados de 1946 como en su actuación en las jornadas de julio. Los
comités que actuaban en las ciudades, soportando la tremenda presión de la
propaganda del FDA y de los comités tripartitos quedaron impactados por las
movilizaciones populares, concluyeron creyendo que los comités tripartitos eran
revolucionarios y que había que apoyarse en ellos. Casi mecánicamente llegaron
al convencimiento de que el 21 de julio se estaba produciendo una insurrección
popular mal dirigida y que una acertada y osada intervención del POR
(espectacular proclamación del programa revolucionario, por ejemplo) podría
permitir que la victoria se tradujese, en el mejor de los casos, en el gobierno
obrero-campesino. Dentro de esta línea, actuaron los comités de Sucre,
Cochabamba y en gran medida el de La Paz” (14). Según Lora, habrían actuado con
una “línea revolucionaria” los comités de Oruro, Potosí y parte de La
Paz, aunque no señala qué fue lo que hicieron ni da a conocer el programa y las
consignas con que habrían actuado dichos comités y se limita a señalar que
libraron “recia batalla contra el PIR, el FDA, la rosca y los comités
tripartitos y la incapacidad del gobierno nacionalista”. Lo cierto es que
comités regionales del POR integraron los comités tripartitos y se movieron
prácticamente detrás de la política del stalinismo, en tanto que los restantes
estuvieron totalmente al margen de los acontecimientos.
Todo esto es una prueba concluyente de que el POR no previo
los acontecimientos ni la vasta movilización popular que tuvo lugar, ni la
situación revolucionaria que se podía crear. De este modo, la sublevación
popular de julio de 1946 quedó dominada por el stalinismo (que le dio un
desenlace contrarrevolucionario, pro-rosquero, antiobrero) como alternativa
única e indisputada. Lora dice que algunos comités del POR “lograron ubicarse
en una línea revolucionaria desde el primer momento: el 21 de julio se había
producido un levantamiento contrarrevolucionario, que no podía menos que
inaugurar un período de restauración rosquera, esto fue el sexenio, y que lo
correcto consistía en combatir los comités tripartitos y señalar a los
explotados una línea política independiente y contraria a los vendedores de las
jornadas julianas” (15).
Es evidente que el POR no estuvo presente como partido en
las jomadas de julio y que su balance sigue siendo, a casi medio siglo, para
decir lo menos, sumamente confuso. En La Revolución Boliviana, escrito en 1964,
Lora señala que “por sus objetivos y realizaciones, el 21 de julio de 1946 se
operó un levantamiento contrarrevolucionario, a pesar de que se apoyó en la
movilización masiva de ciertos sectores populares. El control político del
movimiento, de manera absoluta, estuvo en manos de la Rosca, que actuó por
medio de sus propios partidos, de la masonería, amo virtual de la situación y
colocada por encima de todas las divergencias políticas de su clase, y del
stalinismo, que fue el eje de las operaciones callejeras y el que imprimió
cierto carácter popular al movimiento”.
Aquí Lora presenta las jornadas de julio como un putsch
rosquero-stalinista que manipuló a las masas. Interpreta a las huelgas y
manifestaciones obreras como una creación de la masonería, que se valió para
ello del stalinismo. Llama a reprimir a los comités de masas tripartitos,
postulando una insólita guerra civil dentro del proletariado. No distínguela
tendencia revolucionaria de las masas, del putchismo frente populista de su
dirección staliniana. Considera simplemente irrelevante que el POR fuera a
remolque de los stalinianos. Aun en 1946 el POR seguía caracterizando a
Villarroel de “nazi-fascista” y esto no era una concesión al stalinismo
sino una consecuencia del simple hecho de que en tres años el POR no había
logrado esbozar una política ante el gobierno de Villarroel.
Lora dice que “lo correcto era combatir a los comités
tripartitos…” de lo cual se inferiría que los obreros ganados para “una línea
política independiente” debieron reprimir a los obreros sublevados contra
Villarroel. ¿Pero cómo hubiera podido el POR desplegar la “línea
independiente” si los trabajadores urbanos multitudinariamente se
levantaban contra Villarroel?
La caracterización de los acontecimientos de 1946 por parte
del POR son un justificativo de su total ausencia como partido en las jomadas
de julio; de que sus comités y militantes actuaron a ciegas con una
caracterización del gobierno de Villarroel y de los objetivos revolucionarios,
que eran del stalinismo.
La revolución rusa de febrero de 1917 sólo abrió un
desenlace socialista por la intervención del partido bolchevique; de lo
contrario hubiera consolidado un régimen de contrarrevolución burguesa como el
que surgió de la revolución de noviembre de 1918 en Alemania. Toda rebelión
obrera que no corona en la toma del poder, da lugar a la contrarrevolución
burguesa sea en la forma democrática o fascista. Decir que el desenlace del 21
de julio de 1946 no podía ser sino contrarrevolucionario es un juicio abstracto
del historiador, que se vale de los “resultados” posteriores a los
acontecimientos. Se trata de un enfoque historicista típico, del tipo “lo que
ocurrió no podía haber ocurrido de otro modo”.
De todos modos, los documentos de la época muestran que los
militantes del POR apoyaron la sublevación contra Villarroel. En lugar de
extraer un balance de la ausencia del POR como partido, Lora lo escamotea con
el argumento del carácter revolucionario del movimiento de masas contra
Villarroel: “La experiencia enseña que los observadores marxistas e inclusive
algunos militantes del POR no supieron dar la respuesta adecuada y creyeron que
lo popular era revolucionario” (15). ¿Dónde estuvo “lo revolucionario”,
entonces, en esos tres años de convulsión política enorme? En realidad, el 21
de julio fue un ensayo general “sui generis” de la revolución del 9 de
abril de 1952, donde las masas, yendo más a fondo en sus métodos
insurreccionales, cambiarán a la dirección stalinista por la nacionalista.
La ausencia política del POR en los sucesos de julio de 1946
(algo que volverá a suceder en la revolución obrera de 1952) la relata del
siguiente modo Guillermo Lora: “Escobar (seudónimo de Lora) secretario general,
perseguido por la policía villarrroelista y tremendamente agotado físicamente
se refugió en el campo por unos dos meses. Fallas técnicas determinaron su
total aislamiento de las actividades partidarias y hasta de las novedades
políticas. Cuando retornaba a la ciudad se informó vagamente en el camino (sic)
de lo sucedido en La Paz. En los datos que le proporcionaron viajeros y
tenderos (sic) habían inexactitudes de bulto. Su decisión fue ganar rápidamente
Oruro para informarse qué había ocurrido con el POR. Pasó de frente Llallagua y
en Huanuni supo que algunos dirigentes obreros lo buscaron infructuosamente,
sin que ahora se hubiese podido establecer que intenciones llevaban” (16).
El levantamiento de julio de 1946 fue contrarrevoluciónario
por sus resultados políticos generales, una vez que la revolución hubiera sido
confiscada a las masas. Las masas se insurrecionaron contra el gobierno
moribundo de Villarroel. La falta de : previsión del POR, su actuación
totalmente dividida, errática y a la rastra de los acontecimientos, sus
caracterizaciones políticas, dejaron a la vasta movilización popular sin
alternativa, no ya política, sino histórica, con relación a la del stalinismo,
enfeudado a la rosca y al imperialismo. El régimen que surgió del derrocamiento
de Villarroel fue contrarrevolucionario y no podía ser de otro modo, porque el
stalinismo fue la verdadera dirección política de las masas.
“La caída de Villarroel no detuvo el ascenso revolucionario
de las masas; por el contrario, lo estimuló mucho y le dio nuevas formas…”
escribió Lora en 1952 (17). Esto se explica porque las masas lograron desplazar
por un: momento la rivalidad entre el nacionalismo burgués y el imperialismo y
ocuparon el centro de la escena política, aunque no le hubieran dado su propio
desenlace político.
La calificación del levantamiento popular de julio de 1946
de contrarrevolucionario constituye una apología sinuosa del nacionalismo en el
gobierno y un justificativo de la ausencia de previsión e intervención
centralizada del POR boliviano.
LOS GRUPOS TROTSKISTAS ARGENTINOS: EL G.O.M.
El levantamiento de julio de 1946 provocó una viva discusión
en los grupos trotskistas argentinos que duró varios años.
La discusión sobre Bolivia entañaba una discusión sobre
Argentina, porque al igual que en el Altiplano, en Argentina había surgido un
gobierno nacionalista, enfrentado al imperialismo yanqui, que fue calificado de
nazi-fascista y que contaba con apoyo popular.
Para Nahuel Moreno (entonces en el Grupo Obrero Marxista,
GOM), “el régimen de Villarroel (al igual que el peronismo) desde su
surgimiento, fue tremendamente reaccionario y con francas características
totalitarias; supresión de las libertades democráticas más primarias,
persecusión a los opositores burgueses y proletarios… Como Bolivia nunca había
pasado por una época económica tan buena y de tanto trabajo como bajo el
gobierno de Villarroel, el gobierno reaccionario y totalitario para sostenerse
en el poder inició una política de demagogia social: ocho horas de tratfajo en
las minas, pago de despido, aguinaldo, etc., etc. En un principio logró el
apoyo de todo el proletariado boliviano. La carestía de la vida, el alza
continuo, que tenía como una de sus consecuencias más inmediatas el colosal
aumento de la burocracia y los gastos estatales, despertó del letargo
demagógico totalitario con prontitud a la pequeña burguesía, artesanado y
proletariado urbano de Bolivia, principalmente de La Paz, su principal ciudad.
El proletariado minero, sin ninguna tradición anterior política, seguía en su
mayoría bajo la influencia de Villarroel…”(18).
La calificación del gobierno de Villarroel como “reaccionario”
revela la torpeza teórica de Moreno, que era incapaz de distinguir entre el
imperialismo y los movimientos nacionalistas de contenido burgués. No le dio
importancia de principios al choque del gobierno nacional de Villarroel con el
imperialismo yanqui y sus agentes en el país, los barones del estaño. Estos,
para Moreno, no eran "reaccionarios” sino “democráticos”, lo
cual convertía al fallecido líder del Mas en pobre víctima de la demagogia
liberal. Los llamados sectores “democráticos” representaban a la gran
patronal (la gran minería) enlazada con el imperialismo mundial, y la
burocracia rusa.
El gobierno de Villarroel efectuó concesiones
importantísimas al movimiento obrero, en especial al minero, como las señala el
propio Moreno. Esas concesiones exacerbaron aún más la colisión con los barones
del estaño, para quienes las ocho horas, el pago del aguinaldo, las
indemnizaciones por despido, eran al igual que para Moreno “demagogia social”,
“totalitarismo”. En lugar de denunciar a la gran patronal minera, Moreno
atacó la concesión de dichas reivindicaciones que formaban parte de la lucha
histórica de los mineros y la clase obrera boliviana en su conjunto. Para
Moreno esas reivindicaciones no eran reales, es decir necesarias para las
masas, en virtud de que tenían un carácter de “demagogia social” para
los militares nacionalistas. El marxismo exige ir más allá de las proposiciones
unilaterales.
Los barones del estaño llevaron adelante una política
concertada de boicot económico contra Bolivia, explotando de este modo la
propia incapacidad política del gobierno nacionalista para llevar adelante su
enfrentamiento con el imperialismo. De tal modo, el sabotaje económico de la
patronal gran minera, unido a la impotencia nacionalista, generaron un cuadro
de descomposición económica que se tradujo en una colosal inflación.
Moreno omite por completo la responsabilidad del
imperialismo y de la gran patronal minera, en la descomposición económica del
último período del gobierno Villarroel. La atribuía al “aumento de la
burocracia y los gastos estatales”, sin distinguirlos que se debían… al pago
del aguinaldo, las ocho horas, etc. Moreno le daba la razón a la rosca
boliviana para quien el aguinaldo… era inflacionario y perjudicaba a los
trabajadores (adelantándose varias décadas a Cavallo).
La oposición de Moreno al gobierno Villarroel era
pro-imperialista. Era también la posición del stalinismo, Moreno apoyó el
levantamiento popular contra Villarroel con esa política y luego al régimen
político rosquero-stalinista conocido como el “sexenio”.
“Nosotros creemos que la actitud de nuestro partido hermano
fue completamente acertada,— dice Moreno evaluando al POR—ya que liquidar el
régimen totalitario de Villarroel a través de una revolución popular como fue
la del 21 de julio es una medida altamente progresiva para el desarrollo de la
lucha de clases en Bolivia y la primera tarea a cumplir en el proceso de la
revolución en Bolivia, es decir, abrir un período democrático de verdaderas
libertades democráticas aseguradas por la presión del proletariado y la
pequeño-burguesía que permitiría un enfrentamiento franco y resuelto de las
distintas clases bolivianas. ESO FUE JUSTAMENTE LO QUE SE LOGRO GRACIAS A LA
INSURRECCION POPULAR DEL VEINTIUNO DE JULIO, EL PERIODO MAS DEMOCRATICO DE LA
HISTORIA BOLIVIANA, QUE PERMITIO LA INTERVENCION DE NUESTROS PROPIOS COMPAÑEROS
EN EL PARLAMENTO” (mayúsculas, en el original) (19).
Moreno saludó el levantamiento del 21 de julio porque éste
logró la “institucionalización”, es decir porque estranguló la
revolución. Por eso no denunció al stalinismo ni destacó la traición de éste al
levantamiento popular. Para Moreno la “constitucionalización” de
contenido rosquero era progresiva y en esto coincidía punto por punto con el
stalinismo.
Moreno nunca se apartó de este punto de vista y es así que
en décadas posteriores seguirá apoyando y calificando de “progresivos”
los procesos de “institucionalización” impulsados por el imperialismo y
las burguesías nativas ante las crisis de los gobiernos militares. Para Moreno,
esos procesos de institucionalización inauguraban una nueva categoría que
Trotsky no habría previsto, la de la “revolución democrática contra los
regímenes totalitarios” es decir la "revolución” de una clase, la
gran burguesía nacional, contra sí misma (20). La oposición formal entre
democracia y dictadura le permite a Moreno pasar por alto los contenidos de
clase de los procesos políticos.
GRUPO OCTUBRE
El grupo Octubre dirigido por Jorge Abelardo Ramos, entonces
con el seudónimo de Victor Guerrero, a mediados de 1946 se había convertido en
un fervoroso partidario del gobierno peronista. Antes de 1946, Ramos había
negado la lucha nacional y había calificado a los gobiernos nacionalistas de
Villarroel y de Perón como “demagógicos” y “totalitarios”, etc.
(21).
Para Ramos el levantamiento de las masas bolivianas contra
Villarroel se asemejaba al “8-9 de octubre de 1945, cuando el esfuerzo común de
la oligarquía agropecuaria, el imperialismo y la pequeño burguesía derribó a
Perón e influyó sobre importantes cuadros del Ejército” (22).
Se trata evidentemente de una total distorsión, porque el
8-9 de octubre no tuvo lugar una sublevación popular sino un semigolpe de
estado ejecutado por una fracción del Ejercito, que detuvo a Perón y lo confinó
en la isla Martín García. A diferencia de la experiencia argentina, en Bolivia
las masas venían de una experiencia reciente con los gobiernos nacionalistas
(Toro y Busch) y un sector se movilizó contra el gobierno. Ramos reconoce que
en Bolivia ‘las grandes masas se ajustaban el cinturón”, debido a la fenomenal
carestía, lo cual creó “una efervescencia política natural” (23). La gran
diferencia con los sucesos de octubre de 1945 es que en Argentina, las
ilusiones en el nacionalismo militar recién empezaban y en Bolivia se habían
agotado.
Ramos identifica intencionalmente el levantamiento popular
boliviano con el semigolpe de estado del 8 de octubre en Argentina exclusivamente
para señalar que la actitud revolucionaria era defender a Villarroel como “el
17-18 de octubre la clase obrera argentina barrió de las calles porteñas, en un
aluvión incontenible, a la conspiración imperialista e impuso el retorno de
Perón, personificación episódica de las conquistas sociales del proletariado”
(24).
Pero las masas en Bolivia estaban movilizadas contra
Villarroel: no querían un retorno sino su caída. Ramos no dice que Villarroel
reprimió las huelgas obreras, detuvo a decenas de ferroviarios y lanzó la
policía contra los manifestantes populares. Villarroel se “auto-colgó”,
cuando la mano blanda que le tendió al imperialismo y a la rosca se convirtió
en mano dura contra los trabajadores. Es así que Ramos reconoce que “el gobierno
Villarroel, trabajado por contradicciones internas originadas por la presión
del imperialismo, aislado, cercado, en el filo del pánico, pierde la cabeza y
dispara sobre una manifestación de estudiantes. El resto es una sucesión de
episodios que culminan con el colgamiento de Villarroel y que no interesan en
este examen” (25).
Sí, interesan “en este examen”, porque la “sucesión de
episodios” no es otra cosa que un proceso de sublevación obrero-popular. Ramos
vacía los acontecimientos de julio de 1946 de la actuación de las masas, para
presentarlo como una acción de palacio, de la rosca y el imperialismo y por esa
vía justificar su apoyo a Villarroel.
UOR (UNIÓN OBRERA REVOLUCIONARIA)
La UOR, que editaba el periódico El Militante dirigido por
Mateo Fossa, tuvo una posición distinta a la de los restantes grupos. Para El
Militante el gobierno de Villarroel se enfrentó a una “oposición de la
burguesía y del imperialismo implacable”, pero que “el villarroelismo no podía
realizar ni siquiera en pequeña medida las dos reformas fundamentales exigidas
urgentemente para la reestructuración económica y social de Bolivia: la
revolución agraria que diera a los campesinos las enormes extensiones de tierra
en poder de la feudal burguesía y la expropiación §in indemnización de las
minas de manos del imperialismo, fuente del 80 por ciento del comercio exterior
y del presupuesto nacional” (26).
“A medida que pasaban los meses y que el gobierno ‘antimperialista'
se revelaba más y más impotente para cumplir sus promesas…”, iba madurando en
la clase trabajadora la necesidad de derrocar a Villarroel, según El Militante.
Finalmente, “en una lucha heroica donde murieron cerca de dos mil personas la
población paceña terminó con Villarroel y el MNR”.
“Los hombres del régimen derrotado y sus lacayos en el campo
obrero dentro y fuera de Bolivia condenaron el levantamiento como un golpe
imperialista”, sostuvo la UOR en una clara alusión a la posición de Ramos. “Sin
embargo, proseguía El Militante, el carácter popular del movimiento es
innegable. El 21 de julio fue un verdadero alzamiento popular en el que
intervino todo el pueblo de La Paz. No fue un combate entre dos fracciones del
ejército, ni una escaramuza entre grupitos aislados; fue una verdadera lucha
entre decenas de miles de hombres, mujeres y niños y un grupo fuertemente
armado que en último momento había sido abandonado por el ejército. El 21 de
julio fue un levantamiento popular donde las masas a fuerza de sangre y coraje
se apoderaron de fusiles y ametralladoras y asaltaron las comisarías, los
cuarteles y los edificios gubernamentales. Querer hacer creer que esta acción
fue fomentada y preparada por el imperialismo y la burguesía es dar, por cierto,
mucho más prueba de estupidez que de mala fe”.
Es indudable que la UOR soslayaba el problema de dirección
política de las masas, que estaba por completo en manos del stalinismo, aliado
a la rosca. La UOR destacaba el carácter popular del levantamiento, e incluso
afirmaba que “el 21 de julio tuvo un verdadero contenido antiburgués”. En parte
esta afirmación de la UOR es una exageración que tiene su origen en la
interpretación que hace del rol jugado por el POR boliviano en esos
acontecimientos, porque en forma insistente El Militante señala Que “la actitud
que asumió el POR estuvo de acuerdo con las características del movimiento
antivillarroelista y sus propias limitaciones”.
El levantamiento contra Villarroel fue ampliamente popular
pero ello no le dio un carácter "antiburgués" por falta de
independencia política. Las masas se movieron encuadradas políticamente en el
campo “democrático”, dirigido por el stalinismo y la rosca.
Publicado en abril de 1992
NOTAS:
(1) Guillermo Lora, “Contribución a la Historia Política de
Bolivia”, Tomo I, pág. 370.
(2) Mariano B. Gumuncio, “Historia Contemporánea de Bolivia”,
pág. 524
(3) Luis Peñaloza, “Historia del MNR”, pág.66.
(4) Ídem, pág. 66.
(5) Mariano Gumuncio, Ídem, pág. 525.
(6) José Fellman Velarde. Historia de Bolivia, pág. 317.
(7) Ídem, página 317.
(8) Víctor Guerrero, Revolución de Octubre n9 4,
marzo-abril, 1947.
(9) Luis Peñaloza, Ídem pág. 90.
(10) Liborio Justo: Bolivia. La Revolución derrotada, pág.
148.
(11) Liborio Justo: ídem, páginas 148 a 151.
(12) Lora, Ídem, Tomo II, pág. 14
(13) Ídem, pág. 15.
(14) Ídem, pág. 41.
(15) Ídem, pág. 38.
(16) Ídem, pág. 44.
(17) Liborio Justo. Ídem, pág. 155.
(18) Nahuel Moreno, “GCI, agente ideológico del peronismo”,
noviembre de 1951.
(19) Ídem.
(20) Jorge Altamira, La Estrategia de la Izquierda en
Argentina, capítulo “La revolución democrática” pág. 129 en adelante.
(21) En Defensa del Marxismo, n° 2, pág. 87.
(22) Revista “Octubre” n° 4, marzo-abril, 1947.
(23) Ídem.
(24) Ídem.
(25) Ídem.
(26) El Militante, n° 6, junio de 1947.
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