Última de las cuatro entregas de los artículos escritos por Julio Magri para la revista “En Defensa del Marxismo” entre los años 1991 y 1992.
Desde Prosa Urgente hemos rescatado estos artículos con la
idea de contribuir al debate en la izquierda. Podés encontrar el primero de
ellos acá, el segúndo acá y el tercero acá.
APUNTES PARA LA HISTORIA DEL TROTSKISMO ARGENTINO (IV).
EI PST BAJO LA DICTADURA (1976/1983)
Por Julio N. Magri
Hasta mayo de 1978, cuando ya habían pasado más de dos años
desde la instalación del régimen de Videla, el PST sostenía que el gobierno
militar no era ni objetiva ni subjetivamente contrarrevolucionario y que
no tenía por objetivo aplastar al proletariado sino sólo a la guerrilla. Para
el PST, el videlismo no se asemejaba al pinochetismo, debido a que su objetivo
era restaurar la democracia, una evidencia de ello, señalaba, era la apertura
política que ya entonces, apenas instalada la dictadura en marzo de 1976,
Videla habría inaugurado (llamada salida a la española). Matices más, matices
menos, se trataba de una caracterización similar a la del PC.
El golpe de Videla sorprendió a la dirección del PST. Hasta
las vísperas del 24 de marzo, sostenía que el movimiento obrero debía
prepararse para las elecciones previstas para 1976, ya que ése era el camino
que le imponían al gobierno de Isabel Perón, toda la burguesía y el
imperialismo. Para el morenismo, el imperialismo y la burguesía estaban
enrolados en la “institucionalización” y la dirección “institucionalista” en
las FFAA estaba representada, precisamente, por Videla.
Ante el golpe, se produjo un “natural” desbande de la
dirección morenista. Durante dos meses el PST no publicó ningún periódico. No
obstante, las directivas a los militantes, y en especial a quienes eran
delegados y activistas reconocidos, fueron de que debían presentarse en sus
lugares de trabajo, despreciando un pasaje a la clandestinidad con el argumento
de que el golpe estaba dirigido exclusivamente contra la guerrilla y que el
gobierno militar llamaría rápidamente a elecciones. Esto explica, en parte, el
número elevado de militantes del PST — unos 100— que fueron detenidos y
secuestrados en los días inmediatamente posteriores al golpe.
Recién en mayo de 1976 apareció la publicación del PST,
“Cambio”. Su primer número planteaba que “en líneas generales, se ha respetado
(sic) a los delegados obreros. Pero algunas (sic) detenciones, algunos (sic)
despidos, ciertas (sic) amenazas y la perspectiva (sic) de un terrorismo de
ultraderecha, cuya autoría sigue sin establecerse (sic), dejan en pie la
posibilidad (sic) de una persecución generalizada contra el activismo obrero…”.
Estas líneas condenan definitivamente al morenismo ante la conciencia de
cualquier activista clasista.
Respecto de los presos, “Cambio” sostenía que “¡uno de los
problemas que contribuyeron al desprestigio (sic) del gobierno derrocado el 24
de marzo fue la elevada cantidad de detenidos que permanecieron largos meses en
prisión sin ser acusados de ningún delito o transgresión... Otros, en cambio,
que son dirigentes obreros y políticos que nada tienen que ver ni con la
subversión (sic) ni con la corrupción…Harguindeguy (ministro del Interior)
sostuvo
que era intención del gobierno poner en libertad a los
detenidos que no sean sometidos a proceso. Hasta el momento no se ha puesto en
práctica esta medida. Mientras tanto, subsiste la incertidumbre (sic)”. Para la
dirección morenista el gobierno de Videla era la “dictadura más democrática del
Cono Sur” o “dictablanda”, y la represión sólo formaba parte de un ala
marginal, a la que el gobierno intentaba disciplinar e inclusive reprimir.
En junio de 1976, la revista “Cambio” fue sustituida por la
“La Yesca”. Ahora la dirección del PST plantea “que el asesinato de muchos
militantes anónimos no resultó suficiente; ahora están los cadáveres de
Michelini, Ruiz y Torres para probar que existe y actúa una ultraderecha
criminal — llámense centuriones de la libertad o como sea— continuadora de la
práctica de la Triple A (como O Globo cree, tal vez conectada en el Cono Sur),
y el gobierno argentino tiene la responsabilidad de investigarla, desnudarla y
combatirla” (destacado nuestro). El gobierno ya no era blanqueado con la
especie de que solo reprimía a la guerrilla, pero este reconocimiento desganado
de parte del PST, no le alcanzó para dejar de encubrir a la dictadura.
La ilegalización de los partidos de izquierda y la
suspensión de las actividades partidarias de los partidos burgueses (el PC
Entraba en este rubro, no fue ilegalizado) fueron generosamente relativiza-das.
“Sin embargo, decía La Yesca con relación a las leyes proscriptivas, un
artículo establece que para que el nuevo delito (ejercer actividades políticas)
sea punible debe haber sido previamente explicita-do como tal. Es decir, para
ser punible la actividad política-partidaría debe haber sido anunciada con
anterioridad. Evidentemente esto constituye un atenuante introducido en la ley
como contrapeso a su severidad general…” (La Yesca, idem). “Contrasta fuertemente
—prosigue la dirección del PST— el hecho de que en reiteradas declaraciones del
general Menéndez, del comandante Massera y del presidente Videla, entre otros,
se haya ratificado el objetivo democrático (sic) por un lado, mientras por otro
las autoridades se reservan (sic) un instrumento jurídico de esta naturaleza,
que permite el control sobre los partidos y tiende (sic) a eliminar, ahora más
que nunca, a la izquierda”.
La dirección del PST rápidamente dejó de publicar “La Yesca”
y luego de haber hecho lo mismo con “Cambio”. A fines de 1976 resolvió publicar
un “Boletín” donde la apología al régimen militar parece llegar al paroxismo.
“Si la fuerte presión internacional (originada por el ascenso revolucionario y
combativo de las masas europeas y, en menor medida, norteamericanas, como
distorsionadamente lo demuestra el triunfo de Cárter) fue contrapeso externo,
el temor a un enfrentamiento sangriento con los trabajadores argentinos fue el
contrapeso interno. Ambos contrapesos objetivamente impidieron que el 24 de
marzo se consolidara una dictadura férrea e implacablemente
contrarrevolucionaria al estilo Pinochet como piden algunos de los ‘duros’”
(pág.2) (destacado nuestro).
Esta caracterización se mantuvo inalterada durante todo el
año 1977. En la Revista de América enero-mayo de 1978), “un dirigente del PST”
señalaba en un reportaje “que hay una ‘apertura* pero que ella es mezquina,
insuficiente y todavía indefinida” (pag.32). Al mismo tiempo, se presentaba a
la UCR—que tenía más de 100 intendentes designados por el gobierno militar— y a
la burocracia sindical —que integraba las comisiones asesoras de las
intervenciones militares a los sindicatos— en la resistencia al gobierno
militar. En la misma Revista, en una nota titulada ‘La segunda etapa del
gobierno militar’, se decía bajo la firma de María Yesca que “el plan político
Videla-Viola, aunque no ha sido explicitado, por muchos indicios, puede
definirse por el objetivo de establecer un gobierno de ‘transición’,
‘cívico-militar’, negociado con los partidos tradicionales de la burguesía
…/'(destacado nuestro). Y aún más: “pareciera que la Marina y Massera
presionarían por una apertura política más acelerada que la de Viola-Videla…”.
Según el PST, entonces, estábamos en presencia de un gobierno aperturista”,
dominado por dos alas que pugnaban por demostrar cuál era más aperturista y
democrática.
En una manifestación de verdadera, aunque coherente,
inmoralidad política, la dirección del PST se opuso al boicot del mundial de
fútbol, propiciado por organizaciones internacionales, con el argumento de que
las mismas “exageraban” la magnitud de la represión en Argentina. La dirección
del PST acusó a quienes promovían el boicot al mundial de fútbol de… confusionistas
y pro-dictadura. En un monumento al sofismo más desvorganzado. “Pero sobre todo
consumaron su maniobra confusionista, al decir (la dictadura) que esa ‘imagen’
debía contrarrestar una campaña montada en el exterior por la ultraizquierda.
Es cierto que ésta le favoreció sus planes con la táctica equivocada y utópica
del boicot y con las exageraciones e imprecisiones sobre la realidad represiva
que padecemos (periódico Opción, julio 1978). La campaña del boicot tuvo en el
exterior un carácter de masas, precisamente porque denunció documentadamente
los campos de concentración, las torturas en la Escuela de Mecánica de la
Armada y el asesinato de los secuestrados. Los grandes aparatos
contrarrevolucionarios del PS y del PC se opusieron a implementar el boicot
(Gorbachov reconoce ahora la complicidad de la burocracia staliniana con la
dictadura) con los mismos argumentos que empleaba la dirección del PST: no
había que aislar a la tendencia “democrática” encarnada por Videla. Los
militantes del PST en el exterior, al igual que los montoneros, boicotearon las
comisiones de solidaridad que se habían formado para denunciar las atrocidades
de la dictadura militar en Argentina. El broche de oro de toda esta podrida
posición la dio la crónica del Mundial que publicó el periódico del PST:“ La
esposa del presidente Videla también participó de este hecho positivo y gran
avance de la mujer. Ella también fue a la cancha” (Opción, julio 1978).
¿AUTOCRÍTICA?
En mayo de 1978, la dirección del PST decidió escribir un
texto que denominó de “autocrítica”. Era una autocrítica harto curiosa, pues
justificaba las caracterizaciones hechas hasta entonces con el argumento de que
eran “un reflejo de lo contradictoria que es la propia realidad" (o como
solía decir N. Moreno, “la realidad se equivocó”) y que cualquier otra
definición “hubiera sido obra de prestidigitadores, ya que una vez planteada la
lucha de clases todas las variantes son posibles, desde un triunfo o una derrota”.
Precisamente. Por eso la tarea de un partido marxista es orientar a los
trabajadores sobre la variante “más probable a corregir cualquier error a
tiempo (no con dos años de demora) y por sobre todo a luchar contra el enemigo
y no a sembrar ilusiones en él.
El documento de mayo de 1978 pasó a definir a la etapa como
“contrarrevolucionaria con fuertes elementos de una etapa
no-revolucionaria" y al gobierno como “bonapartista de características
ultrarreaccionarias“, pero “débil", por los siguientes motivos: porque la
burocracia “sigue en la oposición”, “el imperialismo sigue presionando por una
salida democrática” y "el apoyo de la burguesía y de los partidos no es
incondicional sino crítico”, lo que habría llevado al gobierno “ya desde los
primeros meses del 77” a buscar una salida preventiva, una apertura política.
De nuevo, el mismo verso.
Uno de los puntos centrales tenía que ver con la burocracia
sindical. En un documento de la Tendencia Bolchevique, a la que estaba
adscripta el PST dentro del S.U. de la IV Internacional, de agosto de 1977, se
colocaba como primer punto “en las tareas del PST considerar a la burocracia
como nuestro principal aliado” y “orientar todo nuestro trabajo hacia el frente
único con ella”. En mayo de 1978, en otro documento, la dirección del PST
sostenía que la sanción de la ley de asociaciones profesionales por parte de la
dictadura impulsaba la reorganización del movimiento obrero y la lucha por una
nueva dirección combativa. “El gobierno, aunque en forma restringida, se
propone impulsar la reorganización sindical. De esta forma, millones de
trabajadores ven delante de sí una tarea de primera magnitud como es elegir la
nueva dirección del movimiento obrero”. “Pero lo realmente importante
—proseguía la Dirección Nacional del PST— es que este proceso de reorganización
sindical (impulsado por el gobierno), y aún partiendo de la base de que va a
ser bastante restringido y en una etapa de luchas defensivas, va a abrir la
discusión política y sindical a millones de trabajadores que tendrán que elegir
a sus nuevos dirigentes de sindicatos y fábricas. Este hecho…adquiere en la
actualidad un significado especial para el movimiento obrero y para nuestro
partido, ya que se da en el momento de la mayor crisis de dirección que recordemos
en el país”. Consecuentemente con esto, en “Opción” (Nro. 13) por ejemplo, el
PST sostenía que “en cierta medida, el propio gobierno y la patronal han dejado
correr y en algún caso alentado el movimiento (de recuperación sindical)” y que
“la tolerancia (del gobierno) hacia la elección de delegados y la futura ley de
asociaciones gremiales son, en primer lugar, una concesión forzosa a las luchas
obreras…”. “Este movimiento (de comisiones ‘asesoras’ y normalización de los
sindicatos intervenidos) significa un gran avance para el movimiento obrero”
(Opción, mayo 1978).
En febrero de 1979, en un nuevo documento, la dirección del
PST escribía que la reorganización del movimiento obrero, “a diferencia de lo
ocurrido en otras oportunidades, esta vez no surgirá solamente de la
reorganización desde la resistencia en la base sino en gran medida desde
arriba” (destacado nuestro). El “desde arriba” hacía alusión a la dictadura
(con su ley de asociaciones profesionales), a los interventores militares en
los sindicatos, a la burocracia colaboracionista, etc. “La reorganización
sindical —se decía textualmente— surgirá entonces de la combinación de estos
dos niveles. Por un lado, la resistencia… Por otro, de los procesos
desencadenados y relativamente controlados ´desde arriba`, por la burocracia
instalada en los sindicatos no intervenidos o por los ´asesores` o ´normalizadores` negociados con los interventores. La nueva ley de asociaciones
acelerará este proceso por dos razones combinadas: por un lado abrirá necesariamente
cauces legales mayores, y por otro tratará de imponer limitaciones muy severas
a la burocracia y al conjunto del aparato y actividad sindicales (desde la
eliminación de las obras sociales hasta la liquidación de la CGT) que
seguramente (sic) ésta resistirá y la obligarán a bajar más a la base y los
dirigentes intermedios a fin de fortalecerse y mantener sus
posiciones”(destacado nuestro). Naturalmente, no ocurrió nada de esto, a pesar
de las posibilidades infinitas que encierran las realidades contradictorias.
Idéntica posición desarrolló un dirigente del PST
entrevistado por Revista de América: “Por restringidas y condicionadas que
puedan ser las brechas para la normalización sindical que otorgue el gobierno,
por allí puede producirse ‘el destape’ como dicen los españoles...”.
Es así que el PST apoyó toda la política colaboracionista de
conjunto de la burocracia con la dictadura y hasta todas las maniobras y
declaraciones de los burócratas en sus negociaciones con los milicos, en
especial a partir de la formación de la CUTA (una entidad de “unidad” de la
burocracia). “La unificación de los dirigentes en la CUTA es un gran paso
adelante. Y el plan de acción… es la oportunidad de iniciar un gran proceso de
movilización…” “Dando este paso, la CUTA cumplió su obligación de colocarse al
frente del largo y duro proceso de resistencia desarrollado estos años”,
“…aplaudimos la decisión de la CUTA porque defiende conquistas elementales. Si
esto es política, es una política que realmente nos une y refleja la opinión de
la mayoría”. “El llamado a las fuerzas políticas, las denuncias
internacionales, las posibles impugnaciones judiciales han sido un acierto.
Pero la clave para que la ley no pase es tomar medidas que realmente movilicen
a la clase” (“Opción” N°17, diciembre de 1979) (destacado nuestro). Es
decir, se reconocía que “la política que unía” al PST y a la burocracia era un
plan de inacción y declarativo.
Un párrafo del planteo del PST llamaba directamente a la
colaboración de clase con los partidos patronales que habían apoyado el golpe
militar “institucionalista” de Videla y el exterminio de lo que Balbín llamó
"la guerrilla fabril”. “La denuncia frontal de la CUTA… reclamando la
solidaridad del conjunto de las fuerzas políticas y sociales, da un nuevo marco
a la resistencia” (destacado nuestro). Por aquí pasaba para el PST el eje: no
importaba que el plan no organizara ni impulsara la movilización de las masas;
lo importante era que tendiera un puente para crear un frente con el conjunto
de las fuerzas burguesas o como lo denominaba el PST, la “civilidad democrática”.
El PST propugnaba un “frente democrático” de los partidos y la burocracia
sindical que sostenían a la dictadura. Como lo decía el dirigente del PST
entrevistado en la Revista de América, “los estamos invitando a luchar por ese
importantísimo aunque parcial punto (legalización de la actividad política).
Hemos recordado el antecedente no lejano de la “Comisión de los 8”, formada por
nuestro partido, el radicalismo, el alendismo, una corriente cristiana, el
comunismo y otros para luchar contra el lopezreguismo durante el gobierno de
Isabel Perón” (en 1975 el PST había negado haber integrado este bloque
reaccionario, ver En Defensa del Marxismo, N2 4). Y agregaba: “Aunque todavía
no vemos condiciones como para una acción común similar (sic) ni siquiera para
el punto reclamado de la legalización de la vida política (sic), confiamos en
que el deterioro del régimen, por la lucha de clases y por sus indefiniciones,
las vaya produciendo”. Como puede apreciarse, está esbozada aquí una clara
posición de frente popular o democrático, con una conciencia exacta de que su
oportunidad sólo podría estar dada como una consecuencia del deterioro del
régimen militar. Cuando se trata de fijar posiciones contrarrevolucionarias
claras, el PST lograba la proeza de embocar en la posibilidad más probable
dentro de las infinitas que ofrece la realidad contradictoria.
Con esta orientación, el PST inauguró en su periódico
“Opción” una galería de pronunciamientos para "mostrar” que el
desarrollismo, la democracia cristiana, el Partido Intransigente, etc. etc.
estaban con el movimiento obrero contra la dictadura. Cerrando la galería de
pronunciamientos estaba la de su apoderado nacional, Enrique Broquen, diciendo
que “la lucha contra la ley debe ser protagonizada no solo por las
organizaciones sindicales sino por toda la clase obrera. Insertada en una
política de conjunto dirigida a desmantelar la industria nacional (sic) y
detener el desarrollo independiente de la República (sic) es lucha que interesa
a todos los partidos, a todos los sectores de la población…”. Broquen obviaba,
claro está, que todos los partidos burgueses habían apoyado a la dictadura
militar y su salvaje represión, y que estaban con el imperialismo y contra la
independencia obrera, y por la regimentación sindical.
El fracaso del plan de “inacción” de la CUTA (que no
encontró eco en sus destinatarios, las fuerzas burguesas) dejó al PST girando
en el vacío. La reacción de los militantes del PST frente a estas
monstruosidades de posiciones fue casi nula. La razón de esto era una
combinación de total falta de democracia interna y, por supuesto, de
determinada “educación”. Después de todo la corriente morenista había buscado
siempre en la burocracia sindical un atajo a la construcción del partido
revolucionario (del PS y del PC contra Perón en 1945; peronismo obrero —Palabra
Obrera— entre 1954 y 1964; Partido Obrero de Vandor en 1968; Partido Obrero de
Rachini, Izetta y Rucci en 1971; apoyó al golpista Calabró en vísperas del
golpe de 1976); en definitiva, los militantes del PST habían sido “educados” en
esa trayectoria, que ahora proseguía con el endeudamiento durante 4 años a una
burocracia colaboracionista con el régimen más sangriento de la historia del
país y la confianza en que este ayudaría al movimiento obrero a reorganizarse.
El PST también proclamó su apoyo a la decisión del gobierno
militar de no sumarse al boicot cerealero internacional contra la URSS,
declarado por el “demócrata Cárter” (PST dixit), como consecuencia de la
invasión a Afganistán. Claro que había que oponerse al boicot imperialista pero
no apoyar o solidarizarse con el rechazo de la dictadura que lo hacía para
defender a la oligarquía y para conseguir las divisas para pagar la deuda
externa. La dictadura no se sumó al boicot porque esto le servía para reforzar
su régimen de entrega y represión. Una de las finalidades principales del
gobierno militar era conservar el apoyo de la burocracia rusa a la dictadura en
todos los foros internacionales y también dentro del país por medio del JPC.
Para el PST, la oposición al boicot cerealero a la URSS constituyó, en
realidad, una oportunidad para reclamarle a Videla un status especial entre los
blancos de la represión y de la proscripción. Era una posición que el PST usaba
para borrar las diferencias con la dictadura.
En el libro “Un siglo de luchas” (ediciones Antídoto),
editado por el Mas en mayo de 1987, se incluye un capítulo, “Así luchó el PST
contra Videla y el Proceso” ( 1976-82), que reproduce artículos del PST de ese
período. Sintomáticamente la primer nota es un “fragmento…de la resolución
política nacional adoptada… en 1980 por el Congreso del PST”. Es decir, que la
dirección del Mas, no pudo encontrar ningún artículo demostrativo de esa
supuesta lucha ¡¡¡¡desde 1976 a 1980!!!!
EL CONGRESO DE 1980
A mediados de 1980, la dirección del PST convocó a un
Congreso. Los métodos con que se preparó y realizó este congreso hablan por si
solos. Con antelación al mismo se sancionó y expulsó a un importante grupo de
militantes, lo que ponía en evidencia que la sola “educación” morenista era
ineficaz para domesticar a la base. Los delegados fueron elegidos antes que se
conociera cualquier documento. Este fue puesto en circulación recién pocos días
antes del congreso, y el conjunto de los militantes lo recibió una vez
aprobado. Más escandalosa aun fue la elección de delegados, que no se realizó
por el voto de los militantes ni en proporción a su número, sino incluyendo a
una difusa periferia convocada por variados motivos (incluyendo fiestas,
asados, etc.) sin saber, muchas veces, que se trataba de actividades del PST y
mucho menos del rol que se les estaba asignando. Finalmente, una comisión
designada por la dirección nacional fue la encargada de dar el reconocimiento
final a los “delegados”. Un Congreso para resolver, según dijo Moreno, la peor
crisis del partido, tuvo 30 días de pre-congreso, sin documentos y con los
delegados filtrados por la dirección nacional, ampliamente cuestionada por la
base!!
El Congreso operó un cambio de fachada para retomar el
control del partido. Mientras que hasta 1980 se había dicho que había un
gobierno débil que impulsaba una apertura, ahora se decía, en vísperas de la
grave crisis del plan de Martínez de Hoz, que se había producido una
homogeneización hacía la derecha del gobierno y las fuerzas armadas. Si antes
el imperialismo, un sector de los militares, los partidos burgueses, la
burocracia y el movimiento obrero conformaban una especie de frente único por
la democracia, ahora se sostenía que todo el mundo apoyaba cerradamente a la
dictadura con excepción del… PST. De la alianza privilegiada con la burocracia
sindical ahora se pasaba al frente único por abajo de los activistas
“antiburocráticos”, y así de corrido. Exactamente, cuando estaba por producirse
el comienzo del derrumbe de la dictadura, que comenzó en febrero de 1981 con la
devaluación del peso.
El Congreso, sin embargo, no revisaba las caracterizaciones
estratégicas que habían llevado al PST a la capitulación frente a uno de los
regímenes más sangrientos del país. El PST seguía sosteniendo la subordinación
de los objetivos revolucionarios a la perspectiva de progresar a la sombra de
la burguesía democratizante. El PST seguía repitiendo, variando sólo la forma
del planteo, la vieja caracterización menchevique según la cual sería posible
la colaboración entre el proletariado y la burguesía nacional con el objetivo
de poner en pie el régimen democrático burgués. De acuerdo con esto consideraba
progresivos a los “frentes populares”, es decir la alianza del proletariado con
la burguesía, en los países atrasados, que ya no serían una trampa
“democrática” para empantanar la lucha revolucionaria de las masas sino un
frente de resistencia al imperialismo.
Está caracterización fue la que los había llevado a
integrarse a los frentes democratizantes en el periodo de la
“institucionalización” lanussista en 1972-73, y posteriormente, a la
integración al “bloque de los 8” con los principales partidos burgueses, para
apoyar al gobierno peronista.
La ilusión en los aliados democrático burgueses y en el
sector “institucionalista” de los militares impidió al PST prever el golpe de
estado (que los encontró preparándose para las elecciones anunciadas para
1976). Una vez concretado, lo caracterizaron como la dictadura democrática
(“dictablanda”) y depositaron sus esperanzas en una apertura que sería
promovida por la corriente militar de Videla-Viola o de la Marina y Massera. La
represión salvaje fue minimizada, caracterizando que se trataba de un mero
ajuste de cuentas con la guerrilla, como si esto pudiera justificare. Durante
tres años se negaron a caracterizar al régimen videlista como
contrarrevolucionario.
Ninguna de estas orientaciones fue revisada. La dirección
del PST optó por montar una maniobra para salir del paso. Por eso el congreso
de 1980 fue el del “cambio” fraudulento.
No hay que olvidar que la corriente morenista ha sido
siempre una apologista de los procesos de democratización. Según la dirección
del PST los gobiernos democratizantes son progresivos por referencia a las
dictaduras militares. Esta caracterización que puede parecer “marxista”, es, en
realidad, una adulteración oportunista, porque oculta que las tendencias
democratizantes de la burguesía solo cobran vigencia política cuando la amenaza
de eclosión de crisis revolucionarias se agudiza y se plantea la necesidad de
elaborar mecanismos políticos de contención de las masas.
Un aspecto decisivo en la constitución y la preparación de
un partido revolucionario para la toma del poder es comprender la verdadera
naturaleza de los “episodios
democratizantes” incluida su inevitabilidad.
El Congreso del PST de 1980 adoptó un cambio de táctica
basado en un viraje de 180 grados en la caracterización de la situación
política. “En efecto, en la Argentina se da el caso único de que existen dos y
sólo dos polos: de un lado la dictadura y todos los partidos apoyándola; del
otro, resistiendo están el movimiento obrero y sus aliados, junto a los cuales,
lo decimos con orgullo, solamente se alinea el Partido Socialista de los
Trabajadores” (pág. 50 del documento del congreso). El estilo stalinista se
relata en la falsedad histórica y hasta en la sintaxis.
La nueva caracterización era una burda deformación de la
realidad, completamente extraña al método del análisis (contradicciones)
marxista. Se presentaba un frente sin fisuras y cada vez más homogéneo del
gobierno y la burguesía, precisamente cuando eclosionaba una crisis económica y
política, que dividía a la propia coalición gubernamental. Esta crisis “por
arriba” combinada con la existencia de las masas – que se mantuvo a lo largo de
cuatro años – debería plantear más tarde o más temprano el pasaje a una
situación prerrevolucionaria, lo cual pondría en movimiento a todas las fuerzas
ligadas a la defensa del orden burgués para revitalizar los planteos de
estrangulamiento “democrático” de la lucha obrera.
El PST, en cambio, pasó del elogio a una burguesía
“opositora”, a la especie de que había soldado un bloque monolítico con la
dictadura.
El documento del congreso afirmaba que el PST había crecido
en número de militantes y que era más numeroso que antes del golpe militar, una
fábula que tenía por objetivo “inflar” su representatividad dentro del llamado
movimiento trotskista internacional.
La tesis del PST “que resiste solo” y que se transformaba
automáticamente en un partido de masas era, detrás de su ropaje “izquierdista”,
profundamente conservadora, esto porque su principal consecuencia era la
pasividad frente a la burguesía democratizante. Se trataba simplemente de un
reverso de la medalla de la política de alianza con la burguesía, lo que
anunciaba el nuevo y potencial viraje. Un párrafo del documento “ultra”
anticipaba: “descartamos a corto plazo que se dé un fuerte movimiento
democrático que englobe a fuerzas burguesas”. “No por ello los trotskistas
argentinos deberían abandonar su táctica de unidad de acción con los partidos
burgueses y pequeño burgueses en el terreno democrático. (Algo que acaba de
“descartar” como posibilidad, a pesar de la realidad contradictoria). Por el
contrario, ella deberá estar presente en toda su política, con propuestas concretas
alrededor de cada punto, por pequeño que sea, de unidad de acción con ellos”
(págs. 72 y 73) (destacado nuestro).
Pero el documento no orientaba a denunciar la cobardía,
inconsecuencia y hasta la perfidia de los partidos burgueses que esgrimen reivindicaciones
democráticas retaceadas. El “frente único” era entonces un frente seguidista a
la burguesía, sin principios.
Todo frente, por limitado que sea implica una alternativa
política, lo que el documento evitaba señalar. Trazaba la lucha por la democracia,
no a partir de la acción de las masas y la crisis del régimen, sino de las
iniciativas “civilistas”. Abandonaba en todos los aspectos el terreno de la
lucha de clases y la táctica marxista.
En el documento del Congreso se planteaba como programa de
lucha democrática nada menos que la defensa de la Constitución del ‘53,
precisamente el documento que serviría de entendimiento a los partidos a las
fuerzas armadas a la hora del “recambio”, como ya había ocurrido con
Aramburu-Rojas y Lanusse. “Coincidimos totalmente con el radical León —decía el
PST— en que se forme un frente por la Constitución de 1853”. “Los socialistas
llamamos a la unidad de acción a todos los partidos políticos, en especial al
partido justicialista, la UCR, al Partido Intransigente y al Partido Comunista,
para impulsar una amplia movilización obrera y popular por la plena vigencia de
la Constitución de 1853” “Opción”, agosto 1980). En 1982/3 el Mas plantearía la
derogación de la “reaccionaria” Constitución del ‘53. La defensa de la
Constitución del 53 es la defensa de la propiedad privada, la defensa del
Estado burgués en general y la defensa del orden oligárquico y semicolonial del
país.
El planteo del “frente cívico” en defensa de la Constitución
del ‘53 fue la conclusión principal del Congreso del PST de 1980.
El otro aspecto del supuesto “viraje” fue la política frente
a la burocracia sindical.
El documento del congreso afirmaba que “a diferencia de
ciertos burócratas de otros países”, los burócratas peronistas “no tienen (y
prácticamente nunca tuvieron) ni los reflejos ni la más mínima experiencia de
recurrir alguna vez a una movilización más o menos sostenida y audaz de la
clase” (pag.55) En “Opción” se fue más lejos y se afirmó que “no luchan porque
ya han dejado de ser parte del movimiento obrero, porque se han desarrollado
dentro del peronismo que, como partido burgués es parte del sistema capitalista
porque sus relaciones con la patronal les han permitido obtener privilegios
viviendo como bacanes” (abril 1980). La “exageración” de los términos y la
unilateralidad del análisis delatan la inconsistencia del viraje, que tampoco
delimita el error de las posiciones anteriores.
El PST establece una contradicción entre los privilegios de
la burocracia y su condición sindical, cuando en realidad una es condición de
la otra. En el pasado el morenismo había caracterizado a los sindicatos
peronistas como “soviets y hasta se disolvió en el “partido burgués” de los
“bacanes” durante 10 años, y venía de exaltar la colaboración de los burócratas
con la dictadura.
Pero en este caso, como en el resto de los problemas, el
exceso de verborragia encubría más de lo mismo. Es así que el documento hacía
la defensa de la política precedente porque “en tanto la burocracia esbozara la
más mínima oposición y abriera una posibilidad de estimular la reacción de las
masas, había que empujarla a ir más y más adelante” (pág. 56).
El fraude político de este Congreso se completaba con el
planteo estratégico del partido obrero.
El morenismo planteaba construir un partido socialista o
laborista, reformista, no revolucionario: “el socialismo y el laborismo son
experiencias históricas vividas por el proletariado argentino, que están en la
conciencia histórica de éste y que, por la crisis del peronismo, pueden
resurgir”. Por lo tanto se “debe levantar la consigna de construir un gran
partido obrero socialista o laborista como forma de empalmar con esta tradición
histórica del proletariado” (pág. 75).
En la década del ‘40 el PS se enterró porque estaba a la
cabeza de la Unión Democrática y como agente del imperialismo quedó marcado en
la conciencia histórica del proletariado. El Partido Laborista, a su vez, fue
un mero instrumento que le permitió a Perón sujetar a la burocracia sindical.
En 1944-45 no fue el proletariado sino el PC y el PS los que
fueron derrotados por proimperialistas. A esta “conciencia” no habría que
volver jamás. La traición de estos partidos, a su vez, entregó el proletariado
al nacionalismo burgués. Por eso la estrategia de poner en pie un partido
socialdemócrata es la mejor manera de abrirle camino a una revitalización del
nacionalismo burgués. En realidad el planteo de reconstrucción de una corriente
socialdemócrata se correspondía con su intento de ubicarse bajo el ala de la
institucionalización dictatorial y de la burguesía democratizante. En ese
entonces se comenzaba a discutir en los círculos de la burguesía la necesidad
de proscribir a la izquierda revolucionaria, pero considerar la posibilidad de
incluir una fuerza reformista que juegue el papel de izquierda “no subversiva”
en un sistema de instituciones regimentadas.
Este planteamiento va a ser concretado plenamente por el Mas
(Movimiento al Socialismo), cuya acta de fundación glorifica la tradición
socialdemócrata y más concretamente la del PSOE de Felipe González y del PS de
Francois Mitterrand, que en ese entonces eran las “vedettes” europeas.
AMNISTÍA
Hacía fines de 1980, la dirección del PST intentó impulsar
un movimiento pro-amnistía, es decir el “olvido y perdón” para los torturadores
y asesinos, una consigna repudiada por los movimientos de presos y
desaparecidos. En síntesis, amnistía no era otra cosa que amnistiar a la
dictadura de sus crímenes, lo cual, a su vez, entroncaba con las posiciones del
alto mando militar de que las FFAA no admitirían que se investigaran sus
crímenes. Era, en síntesis, la auto-amnistía de la dictadura, que luego retomaría
Alfonsín con el "punto final” y la “obediencia debida” y Menem con el
indulto.
En el boletín “Amnistía” que editó para ese entonces, la
dirección del PST afirmaba, “en estos largos años de dictadura…ha faltado una
consigna. Hoy esa consigna es la de Amnistía general e irrestricta”. En
realidad el que había “faltado” en esos 5 años había sido la dirección del PST,
cuando el movimiento de Madres y Familiares se había estructurado y movilizado
con las consignas opuestas a las del blanqueo y capitulación de la dictadura:
Libertad a todos los presos. Aparición con vida. Juicio y castigo. Para la
dirección del PST los desaparecidos, como dijera Balbin, estaban muertos, por
lo que correspondía “archivar” la lucha.
El boletín “Amnistía” señalaba, además, que “a veces (sic)
ha faltado voluntad de determinados sectores políticos y sindicales para lograr
esa acción común”, ocultando que toda la burguesía, sin excepción, se había
solidarizado con la “labor antisubversiva”. El repudio generalizado en todos
los movimientos de familiares de presos y desaparecidos obligó a la dirección
del PST a archivar el boletín y la consigna.
CONCLUSIÓN
Todas estas posiciones reaccionarias van a entroncar en la
constitución del Mas (Movimiento al Socialismo), que va a llevar hasta el final
las posiciones democratizantes, hasta que estalle en mil pedazos. Ese es otro
capítulo.
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