domingo, 28 de febrero de 2021

Apuntes para la historia del trotskismo argentino (IV). EI PST bajo la dictadura (1976/83)

Última de las cuatro entregas de los artículos escritos por Julio Magri para la revista “En Defensa del Marxismo” entre los años 1991 y 1992.

 

 


 

Desde Prosa Urgente hemos rescatado estos artículos con la idea de contribuir al debate en la izquierda. Podés encontrar el primero de ellos acá, el segúndo acá y el tercero acá.

 

 

APUNTES PARA LA HISTORIA DEL TROTSKISMO ARGENTINO (IV). EI PST BAJO LA DICTADURA (1976/1983)

 


Por Julio N. Magri

  

Hasta mayo de 1978, cuando ya habían pasado más de dos años desde la instalación del régimen de Videla, el PST sostenía que el gobierno militar no era ni objetiva ni subjetivamente contrarrevolucionario y que no tenía por objetivo aplastar al proletariado sino sólo a la guerrilla. Para el PST, el videlismo no se asemejaba al pinochetismo, debido a que su objetivo era restaurar la democracia, una evidencia de ello, señalaba, era la apertura política que ya entonces, apenas instalada la dictadura en marzo de 1976, Videla habría inaugurado (llamada salida a la española). Matices más, matices menos, se trataba de una caracterización similar a la del PC.

 

El golpe de Videla sorprendió a la dirección del PST. Hasta las vísperas del 24 de marzo, sostenía que el movimiento obrero debía prepararse para las elecciones previstas para 1976, ya que ése era el camino que le imponían al gobierno de Isabel Perón, toda la burguesía y el imperialismo. Para el morenismo, el imperialismo y la burguesía estaban enrolados en la “institucionalización” y la dirección “institucionalista” en las FFAA estaba representada, precisamente, por Videla.

 

Ante el golpe, se produjo un “natural” desbande de la dirección morenista. Durante dos meses el PST no publicó ningún periódico. No obstante, las directivas a los militantes, y en especial a quienes eran delegados y activistas reconocidos, fueron de que debían presentarse en sus lugares de trabajo, despreciando un pasaje a la clandestinidad con el argumento de que el golpe estaba dirigido exclusivamente contra la guerrilla y que el gobierno militar llamaría rápidamente a elecciones. Esto explica, en parte, el número elevado de militantes del PST — unos 100— que fueron detenidos y secuestrados en los días inmediatamente posteriores al golpe.

 

Recién en mayo de 1976 apareció la publicación del PST, “Cambio”. Su primer número planteaba que “en líneas generales, se ha respetado (sic) a los delegados obreros. Pero algunas (sic) detenciones, algunos (sic) despidos, ciertas (sic) amenazas y la perspectiva (sic) de un terrorismo de ultraderecha, cuya autoría sigue sin establecerse (sic), dejan en pie la posibilidad (sic) de una persecución generalizada contra el activismo obrero…”. Estas líneas condenan definitivamente al morenismo ante la conciencia de cualquier activista clasista.

 

Respecto de los presos, “Cambio” sostenía que “¡uno de los problemas que contribuyeron al desprestigio (sic) del gobierno derrocado el 24 de marzo fue la elevada cantidad de detenidos que permanecieron largos meses en prisión sin ser acusados de ningún delito o transgresión... Otros, en cambio, que son dirigentes obreros y políticos que nada tienen que ver ni con la subversión (sic) ni con la corrupción…Harguindeguy (ministro del Interior) sostuvo

que era intención del gobierno poner en libertad a los detenidos que no sean sometidos a proceso. Hasta el momento no se ha puesto en práctica esta medida. Mientras tanto, subsiste la incertidumbre (sic)”. Para la dirección morenista el gobierno de Videla era la “dictadura más democrática del Cono Sur” o “dictablanda”, y la represión sólo formaba parte de un ala marginal, a la que el gobierno intentaba disciplinar e inclusive reprimir.

 

En junio de 1976, la revista “Cambio” fue sustituida por la “La Yesca”. Ahora la dirección del PST plantea “que el asesinato de muchos militantes anónimos no resultó suficiente; ahora están los cadáveres de Michelini, Ruiz y Torres para probar que existe y actúa una ultraderecha criminal — llámense centuriones de la libertad o como sea— continuadora de la práctica de la Triple A (como O Globo cree, tal vez conectada en el Cono Sur), y el gobierno argentino tiene la responsabilidad de investigarla, desnudarla y combatirla” (destacado nuestro). El gobierno ya no era blanqueado con la especie de que solo reprimía a la guerrilla, pero este reconocimiento desganado de parte del PST, no le alcanzó para dejar de encubrir a la dictadura.

 

La ilegalización de los partidos de izquierda y la suspensión de las actividades partidarias de los partidos burgueses (el PC Entraba en este rubro, no fue ilegalizado) fueron generosamente relativiza-das. “Sin embargo, decía La Yesca con relación a las leyes proscriptivas, un artículo establece que para que el nuevo delito (ejercer actividades políticas) sea punible debe haber sido previamente explicita-do como tal. Es decir, para ser punible la actividad política-partidaría debe haber sido anunciada con anterioridad. Evidentemente esto constituye un atenuante introducido en la ley como contrapeso a su severidad general…” (La Yesca, idem). “Contrasta fuertemente —prosigue la dirección del PST— el hecho de que en reiteradas declaraciones del general Menéndez, del comandante Massera y del presidente Videla, entre otros, se haya ratificado el objetivo democrático (sic) por un lado, mientras por otro las autoridades se reservan (sic) un instrumento jurídico de esta naturaleza, que permite el control sobre los partidos y tiende (sic) a eliminar, ahora más que nunca, a la izquierda”.

 

La dirección del PST rápidamente dejó de publicar “La Yesca” y luego de haber hecho lo mismo con “Cambio”. A fines de 1976 resolvió publicar un “Boletín” donde la apología al régimen militar parece llegar al paroxismo. “Si la fuerte presión internacional (originada por el ascenso revolucionario y combativo de las masas europeas y, en menor medida, norteamericanas, como distorsionadamente lo demuestra el triunfo de Cárter) fue contrapeso externo, el temor a un enfrentamiento sangriento con los trabajadores argentinos fue el contrapeso interno. Ambos contrapesos objetivamente impidieron que el 24 de marzo se consolidara una dictadura férrea e implacablemente contrarrevolucionaria al estilo Pinochet como piden algunos de los ‘duros’” (pág.2) (destacado nuestro).

 

Esta caracterización se mantuvo inalterada durante todo el año 1977. En la Revista de América enero-mayo de 1978), “un dirigente del PST” señalaba en un reportaje “que hay una ‘apertura* pero que ella es mezquina, insuficiente y todavía indefinida” (pag.32). Al mismo tiempo, se presentaba a la UCR—que tenía más de 100 intendentes designados por el gobierno militar— y a la burocracia sindical —que integraba las comisiones asesoras de las intervenciones militares a los sindicatos— en la resistencia al gobierno militar. En la misma Revista, en una nota titulada ‘La segunda etapa del gobierno militar’, se decía bajo la firma de María Yesca que “el plan político Videla-Viola, aunque no ha sido explicitado, por muchos indicios, puede definirse por el objetivo de establecer un gobierno de ‘transición’, ‘cívico-militar’, negociado con los partidos tradicionales de la burguesía …/'(destacado nuestro). Y aún más: “pareciera que la Marina y Massera presionarían por una apertura política más acelerada que la de Viola-Videla…”. Según el PST, entonces, estábamos en presencia de un gobierno aperturista”, dominado por dos alas que pugnaban por demostrar cuál era más aperturista y democrática.

 

En una manifestación de verdadera, aunque coherente, inmoralidad política, la dirección del PST se opuso al boicot del mundial de fútbol, propiciado por organizaciones internacionales, con el argumento de que las mismas “exageraban” la magnitud de la represión en Argentina. La dirección del PST acusó a quienes promovían el boicot al mundial de fútbol de… confusionistas y pro-dictadura. En un monumento al sofismo más desvorganzado. “Pero sobre todo consumaron su maniobra confusionista, al decir (la dictadura) que esa ‘imagen’ debía contrarrestar una campaña montada en el exterior por la ultraizquierda. Es cierto que ésta le favoreció sus planes con la táctica equivocada y utópica del boicot y con las exageraciones e imprecisiones sobre la realidad represiva que padecemos (periódico Opción, julio 1978). La campaña del boicot tuvo en el exterior un carácter de masas, precisamente porque denunció documentadamente los campos de concentración, las torturas en la Escuela de Mecánica de la Armada y el asesinato de los secuestrados. Los grandes aparatos contrarrevolucionarios del PS y del PC se opusieron a implementar el boicot (Gorbachov reconoce ahora la complicidad de la burocracia staliniana con la dictadura) con los mismos argumentos que empleaba la dirección del PST: no había que aislar a la tendencia “democrática” encarnada por Videla. Los militantes del PST en el exterior, al igual que los montoneros, boicotearon las comisiones de solidaridad que se habían formado para denunciar las atrocidades de la dictadura militar en Argentina. El broche de oro de toda esta podrida posición la dio la crónica del Mundial que publicó el periódico del PST:“ La esposa del presidente Videla también participó de este hecho positivo y gran avance de la mujer. Ella también fue a la cancha” (Opción, julio 1978).

 

¿AUTOCRÍTICA?

 

En mayo de 1978, la dirección del PST decidió escribir un texto que denominó de “autocrítica”. Era una autocrítica harto curiosa, pues justificaba las caracterizaciones hechas hasta entonces con el argumento de que eran “un reflejo de lo contradictoria que es la propia realidad" (o como solía decir N. Moreno, “la realidad se equivocó”) y que cualquier otra definición “hubiera sido obra de prestidigitadores, ya que una vez planteada la lucha de clases todas las variantes son posibles, desde un triunfo o una derrota”. Precisamente. Por eso la tarea de un partido marxista es orientar a los trabajadores sobre la variante “más probable a corregir cualquier error a tiempo (no con dos años de demora) y por sobre todo a luchar contra el enemigo y no a sembrar ilusiones en él.

 

El documento de mayo de 1978 pasó a definir a la etapa como “contrarrevolucionaria con fuertes elementos de una etapa no-revolucionaria" y al gobierno como “bonapartista de características ultrarreaccionarias“, pero “débil", por los siguientes motivos: porque la burocracia “sigue en la oposición”, “el imperialismo sigue presionando por una salida democrática” y "el apoyo de la burguesía y de los partidos no es incondicional sino crítico”, lo que habría llevado al gobierno “ya desde los primeros meses del 77” a buscar una salida preventiva, una apertura política. De nuevo, el mismo verso.

 

Uno de los puntos centrales tenía que ver con la burocracia sindical. En un documento de la Tendencia Bolchevique, a la que estaba adscripta el PST dentro del S.U. de la IV Internacional, de agosto de 1977, se colocaba como primer punto “en las tareas del PST considerar a la burocracia como nuestro principal aliado” y “orientar todo nuestro trabajo hacia el frente único con ella”. En mayo de 1978, en otro documento, la dirección del PST sostenía que la sanción de la ley de asociaciones profesionales por parte de la dictadura impulsaba la reorganización del movimiento obrero y la lucha por una nueva dirección combativa. “El gobierno, aunque en forma restringida, se propone impulsar la reorganización sindical. De esta forma, millones de trabajadores ven delante de sí una tarea de primera magnitud como es elegir la nueva dirección del movimiento obrero”. “Pero lo realmente importante —proseguía la Dirección Nacional del PST— es que este proceso de reorganización sindical (impulsado por el gobierno), y aún partiendo de la base de que va a ser bastante restringido y en una etapa de luchas defensivas, va a abrir la discusión política y sindical a millones de trabajadores que tendrán que elegir a sus nuevos dirigentes de sindicatos y fábricas. Este hecho…adquiere en la actualidad un significado especial para el movimiento obrero y para nuestro partido, ya que se da en el momento de la mayor crisis de dirección que recordemos en el país”. Consecuentemente con esto, en “Opción” (Nro. 13) por ejemplo, el PST sostenía que “en cierta medida, el propio gobierno y la patronal han dejado correr y en algún caso alentado el movimiento (de recuperación sindical)” y que “la tolerancia (del gobierno) hacia la elección de delegados y la futura ley de asociaciones gremiales son, en primer lugar, una concesión forzosa a las luchas obreras…”. “Este movimiento (de comisiones ‘asesoras’ y normalización de los sindicatos intervenidos) significa un gran avance para el movimiento obrero” (Opción, mayo 1978).

 

En febrero de 1979, en un nuevo documento, la dirección del PST escribía que la reorganización del movimiento obrero, “a diferencia de lo ocurrido en otras oportunidades, esta vez no surgirá solamente de la reorganización desde la resistencia en la base sino en gran medida desde arriba” (destacado nuestro). El “desde arriba” hacía alusión a la dictadura (con su ley de asociaciones profesionales), a los interventores militares en los sindicatos, a la burocracia colaboracionista, etc. “La reorganización sindical —se decía textualmente— surgirá entonces de la combinación de estos dos niveles. Por un lado, la resistencia… Por otro, de los procesos desencadenados y relativamente controlados ´desde arriba`, por la burocracia instalada en los sindicatos no intervenidos o por los ´asesores` o ´normalizadores` negociados con los interventores. La nueva ley de asociaciones acelerará este proceso por dos razones combinadas: por un lado abrirá necesariamente cauces legales mayores, y por otro tratará de imponer limitaciones muy severas a la burocracia y al conjunto del aparato y actividad sindicales (desde la eliminación de las obras sociales hasta la liquidación de la CGT) que seguramente (sic) ésta resistirá y la obligarán a bajar más a la base y los dirigentes intermedios a fin de fortalecerse y mantener sus posiciones”(destacado nuestro). Naturalmente, no ocurrió nada de esto, a pesar de las posibilidades infinitas que encierran las realidades contradictorias.

 

Idéntica posición desarrolló un dirigente del PST entrevistado por Revista de América: “Por restringidas y condicionadas que puedan ser las brechas para la normalización sindical que otorgue el gobierno, por allí puede producirse ‘el destape’ como dicen los españoles...”.

 

Es así que el PST apoyó toda la política colaboracionista de conjunto de la burocracia con la dictadura y hasta todas las maniobras y declaraciones de los burócratas en sus negociaciones con los milicos, en especial a partir de la formación de la CUTA (una entidad de “unidad” de la burocracia). “La unificación de los dirigentes en la CUTA es un gran paso adelante. Y el plan de acción… es la oportunidad de iniciar un gran proceso de movilización…” “Dando este paso, la CUTA cumplió su obligación de colocarse al frente del largo y duro proceso de resistencia desarrollado estos años”, “…aplaudimos la decisión de la CUTA porque defiende conquistas elementales. Si esto es política, es una política que realmente nos une y refleja la opinión de la mayoría”. “El llamado a las fuerzas políticas, las denuncias internacionales, las posibles impugnaciones judiciales han sido un acierto. Pero la clave para que la ley no pase es tomar medidas que realmente movilicen a la clase” (“Opción” N°17, diciembre de 1979) (destacado nuestro). Es decir, se reconocía que “la política que unía” al PST y a la burocracia era un plan de inacción y declarativo.

 

Un párrafo del planteo del PST llamaba directamente a la colaboración de clase con los partidos patronales que habían apoyado el golpe militar “institucionalista” de Videla y el exterminio de lo que Balbín llamó "la guerrilla fabril”. “La denuncia frontal de la CUTA… reclamando la solidaridad del conjunto de las fuerzas políticas y sociales, da un nuevo marco a la resistencia” (destacado nuestro). Por aquí pasaba para el PST el eje: no importaba que el plan no organizara ni impulsara la movilización de las masas; lo importante era que tendiera un puente para crear un frente con el conjunto de las fuerzas burguesas o como lo denominaba el PST, la “civilidad democrática”. El PST propugnaba un “frente democrático” de los partidos y la burocracia sindical que sostenían a la dictadura. Como lo decía el dirigente del PST entrevistado en la Revista de América, “los estamos invitando a luchar por ese importantísimo aunque parcial punto (legalización de la actividad política). Hemos recordado el antecedente no lejano de la “Comisión de los 8”, formada por nuestro partido, el radicalismo, el alendismo, una corriente cristiana, el comunismo y otros para luchar contra el lopezreguismo durante el gobierno de Isabel Perón” (en 1975 el PST había negado haber integrado este bloque reaccionario, ver En Defensa del Marxismo, N2 4). Y agregaba: “Aunque todavía no vemos condiciones como para una acción común similar (sic) ni siquiera para el punto reclamado de la legalización de la vida política (sic), confiamos en que el deterioro del régimen, por la lucha de clases y por sus indefiniciones, las vaya produciendo”. Como puede apreciarse, está esbozada aquí una clara posición de frente popular o democrático, con una conciencia exacta de que su oportunidad sólo podría estar dada como una consecuencia del deterioro del régimen militar. Cuando se trata de fijar posiciones contrarrevolucionarias claras, el PST lograba la proeza de embocar en la posibilidad más probable dentro de las infinitas que ofrece la realidad contradictoria.

 

Con esta orientación, el PST inauguró en su periódico “Opción” una galería de pronunciamientos para "mostrar” que el desarrollismo, la democracia cristiana, el Partido Intransigente, etc. etc. estaban con el movimiento obrero contra la dictadura. Cerrando la galería de pronunciamientos estaba la de su apoderado nacional, Enrique Broquen, diciendo que “la lucha contra la ley debe ser protagonizada no solo por las organizaciones sindicales sino por toda la clase obrera. Insertada en una política de conjunto dirigida a desmantelar la industria nacional (sic) y detener el desarrollo independiente de la República (sic) es lucha que interesa a todos los partidos, a todos los sectores de la población…”. Broquen obviaba, claro está, que todos los partidos burgueses habían apoyado a la dictadura militar y su salvaje represión, y que estaban con el imperialismo y contra la independencia obrera, y por la regimentación sindical.

 

El fracaso del plan de “inacción” de la CUTA (que no encontró eco en sus destinatarios, las fuerzas burguesas) dejó al PST girando en el vacío. La reacción de los militantes del PST frente a estas monstruosidades de posiciones fue casi nula. La razón de esto era una combinación de total falta de democracia interna y, por supuesto, de determinada “educación”. Después de todo la corriente morenista había buscado siempre en la burocracia sindical un atajo a la construcción del partido revolucionario (del PS y del PC contra Perón en 1945; peronismo obrero —Palabra Obrera— entre 1954 y 1964; Partido Obrero de Vandor en 1968; Partido Obrero de Rachini, Izetta y Rucci en 1971; apoyó al golpista Calabró en vísperas del golpe de 1976); en definitiva, los militantes del PST habían sido “educados” en esa trayectoria, que ahora proseguía con el endeudamiento durante 4 años a una burocracia colaboracionista con el régimen más sangriento de la historia del país y la confianza en que este ayudaría al movimiento obrero a reorganizarse.

 

El PST también proclamó su apoyo a la decisión del gobierno militar de no sumarse al boicot cerealero internacional contra la URSS, declarado por el “demócrata Cárter” (PST dixit), como consecuencia de la invasión a Afganistán. Claro que había que oponerse al boicot imperialista pero no apoyar o solidarizarse con el rechazo de la dictadura que lo hacía para defender a la oligarquía y para conseguir las divisas para pagar la deuda externa. La dictadura no se sumó al boicot porque esto le servía para reforzar su régimen de entrega y represión. Una de las finalidades principales del gobierno militar era conservar el apoyo de la burocracia rusa a la dictadura en todos los foros internacionales y también dentro del país por medio del JPC. Para el PST, la oposición al boicot cerealero a la URSS constituyó, en realidad, una oportunidad para reclamarle a Videla un status especial entre los blancos de la represión y de la proscripción. Era una posición que el PST usaba para borrar las diferencias con la dictadura.

 

En el libro “Un siglo de luchas” (ediciones Antídoto), editado por el Mas en mayo de 1987, se incluye un capítulo, “Así luchó el PST contra Videla y el Proceso” ( 1976-82), que reproduce artículos del PST de ese período. Sintomáticamente la primer nota es un “fragmento…de la resolución política nacional adoptada… en 1980 por el Congreso del PST”. Es decir, que la dirección del Mas, no pudo encontrar ningún artículo demostrativo de esa supuesta lucha ¡¡¡¡desde 1976 a 1980!!!!


EL CONGRESO DE 1980

 

A mediados de 1980, la dirección del PST convocó a un Congreso. Los métodos con que se preparó y realizó este congreso hablan por si solos. Con antelación al mismo se sancionó y expulsó a un importante grupo de militantes, lo que ponía en evidencia que la sola “educación” morenista era ineficaz para domesticar a la base. Los delegados fueron elegidos antes que se conociera cualquier documento. Este fue puesto en circulación recién pocos días antes del congreso, y el conjunto de los militantes lo recibió una vez aprobado. Más escandalosa aun fue la elección de delegados, que no se realizó por el voto de los militantes ni en proporción a su número, sino incluyendo a una difusa periferia convocada por variados motivos (incluyendo fiestas, asados, etc.) sin saber, muchas veces, que se trataba de actividades del PST y mucho menos del rol que se les estaba asignando. Finalmente, una comisión designada por la dirección nacional fue la encargada de dar el reconocimiento final a los “delegados”. Un Congreso para resolver, según dijo Moreno, la peor crisis del partido, tuvo 30 días de pre-congreso, sin documentos y con los delegados filtrados por la dirección nacional, ampliamente cuestionada por la base!!

 

El Congreso operó un cambio de fachada para retomar el control del partido. Mientras que hasta 1980 se había dicho que había un gobierno débil que impulsaba una apertura, ahora se decía, en vísperas de la grave crisis del plan de Martínez de Hoz, que se había producido una homogeneización hacía la derecha del gobierno y las fuerzas armadas. Si antes el imperialismo, un sector de los militares, los partidos burgueses, la burocracia y el movimiento obrero conformaban una especie de frente único por la democracia, ahora se sostenía que todo el mundo apoyaba cerradamente a la dictadura con excepción del… PST. De la alianza privilegiada con la burocracia sindical ahora se pasaba al frente único por abajo de los activistas “antiburocráticos”, y así de corrido. Exactamente, cuando estaba por producirse el comienzo del derrumbe de la dictadura, que comenzó en febrero de 1981 con la devaluación del peso.

 

El Congreso, sin embargo, no revisaba las caracterizaciones estratégicas que habían llevado al PST a la capitulación frente a uno de los regímenes más sangrientos del país. El PST seguía sosteniendo la subordinación de los objetivos revolucionarios a la perspectiva de progresar a la sombra de la burguesía democratizante. El PST seguía repitiendo, variando sólo la forma del planteo, la vieja caracterización menchevique según la cual sería posible la colaboración entre el proletariado y la burguesía nacional con el objetivo de poner en pie el régimen democrático burgués. De acuerdo con esto consideraba progresivos a los “frentes populares”, es decir la alianza del proletariado con la burguesía, en los países atrasados, que ya no serían una trampa “democrática” para empantanar la lucha revolucionaria de las masas sino un frente de resistencia al imperialismo.

 

Está caracterización fue la que los había llevado a integrarse a los frentes democratizantes en el periodo de la “institucionalización” lanussista en 1972-73, y posteriormente, a la integración al “bloque de los 8” con los principales partidos burgueses, para apoyar al gobierno peronista.

 

La ilusión en los aliados democrático burgueses y en el sector “institucionalista” de los militares impidió al PST prever el golpe de estado (que los encontró preparándose para las elecciones anunciadas para 1976). Una vez concretado, lo caracterizaron como la dictadura democrática (“dictablanda”) y depositaron sus esperanzas en una apertura que sería promovida por la corriente militar de Videla-Viola o de la Marina y Massera. La represión salvaje fue minimizada, caracterizando que se trataba de un mero ajuste de cuentas con la guerrilla, como si esto pudiera justificare. Durante tres años se negaron a caracterizar al régimen videlista como contrarrevolucionario.

 

Ninguna de estas orientaciones fue revisada. La dirección del PST optó por montar una maniobra para salir del paso. Por eso el congreso de 1980 fue el del “cambio” fraudulento.

 

No hay que olvidar que la corriente morenista ha sido siempre una apologista de los procesos de democratización. Según la dirección del PST los gobiernos democratizantes son progresivos por referencia a las dictaduras militares. Esta caracterización que puede parecer “marxista”, es, en realidad, una adulteración oportunista, porque oculta que las tendencias democratizantes de la burguesía solo cobran vigencia política cuando la amenaza de eclosión de crisis revolucionarias se agudiza y se plantea la necesidad de elaborar mecanismos políticos de contención de las masas.

 

Un aspecto decisivo en la constitución y la preparación de un partido revolucionario para la toma del poder es comprender la verdadera naturaleza de los “episodios  democratizantes” incluida su inevitabilidad.

 

El Congreso del PST de 1980 adoptó un cambio de táctica basado en un viraje de 180 grados en la caracterización de la situación política. “En efecto, en la Argentina se da el caso único de que existen dos y sólo dos polos: de un lado la dictadura y todos los partidos apoyándola; del otro, resistiendo están el movimiento obrero y sus aliados, junto a los cuales, lo decimos con orgullo, solamente se alinea el Partido Socialista de los Trabajadores” (pág. 50 del documento del congreso). El estilo stalinista se relata en la falsedad histórica y hasta en la sintaxis.

 

La nueva caracterización era una burda deformación de la realidad, completamente extraña al método del análisis (contradicciones) marxista. Se presentaba un frente sin fisuras y cada vez más homogéneo del gobierno y la burguesía, precisamente cuando eclosionaba una crisis económica y política, que dividía a la propia coalición gubernamental. Esta crisis “por arriba” combinada con la existencia de las masas – que se mantuvo a lo largo de cuatro años – debería plantear más tarde o más temprano el pasaje a una situación prerrevolucionaria, lo cual pondría en movimiento a todas las fuerzas ligadas a la defensa del orden burgués para revitalizar los planteos de estrangulamiento “democrático” de la lucha obrera.

 

 

El PST, en cambio, pasó del elogio a una burguesía “opositora”, a la especie de que había soldado un bloque monolítico con la dictadura.

 

El documento del congreso afirmaba que el PST había crecido en número de militantes y que era más numeroso que antes del golpe militar, una fábula que tenía por objetivo “inflar” su representatividad dentro del llamado movimiento trotskista internacional.

 

La tesis del PST “que resiste solo” y que se transformaba automáticamente en un partido de masas era, detrás de su ropaje “izquierdista”, profundamente conservadora, esto porque su principal consecuencia era la pasividad frente a la burguesía democratizante. Se trataba simplemente de un reverso de la medalla de la política de alianza con la burguesía, lo que anunciaba el nuevo y potencial viraje. Un párrafo del documento “ultra” anticipaba: “descartamos a corto plazo que se dé un fuerte movimiento democrático que englobe a fuerzas burguesas”. “No por ello los trotskistas argentinos deberían abandonar su táctica de unidad de acción con los partidos burgueses y pequeño burgueses en el terreno democrático. (Algo que acaba de “descartar” como posibilidad, a pesar de la realidad contradictoria). Por el contrario, ella deberá estar presente en toda su política, con propuestas concretas alrededor de cada punto, por pequeño que sea, de unidad de acción con ellos” (págs. 72 y 73) (destacado nuestro).

 

Pero el documento no orientaba a denunciar la cobardía, inconsecuencia y hasta la perfidia de los partidos burgueses que esgrimen reivindicaciones democráticas retaceadas. El “frente único” era entonces un frente seguidista a la burguesía, sin principios.

 

Todo frente, por limitado que sea implica una alternativa política, lo que el documento evitaba señalar. Trazaba la lucha por la democracia, no a partir de la acción de las masas y la crisis del régimen, sino de las iniciativas “civilistas”. Abandonaba en todos los aspectos el terreno de la lucha de clases y la táctica marxista.

 

En el documento del Congreso se planteaba como programa de lucha democrática nada menos que la defensa de la Constitución del ‘53, precisamente el documento que serviría de entendimiento a los partidos a las fuerzas armadas a la hora del “recambio”, como ya había ocurrido con Aramburu-Rojas y Lanusse. “Coincidimos totalmente con el radical León —decía el PST— en que se forme un frente por la Constitución de 1853”. “Los socialistas llamamos a la unidad de acción a todos los partidos políticos, en especial al partido justicialista, la UCR, al Partido Intransigente y al Partido Comunista, para impulsar una amplia movilización obrera y popular por la plena vigencia de la Constitución de 1853” “Opción”, agosto 1980). En 1982/3 el Mas plantearía la derogación de la “reaccionaria” Constitución del ‘53. La defensa de la Constitución del 53 es la defensa de la propiedad privada, la defensa del Estado burgués en general y la defensa del orden oligárquico y semicolonial del país.

 

El planteo del “frente cívico” en defensa de la Constitución del ‘53 fue la conclusión principal del Congreso del PST de 1980.

 

El otro aspecto del supuesto “viraje” fue la política frente a la burocracia sindical.

 

El documento del congreso afirmaba que “a diferencia de ciertos burócratas de otros países”, los burócratas peronistas “no tienen (y prácticamente nunca tuvieron) ni los reflejos ni la más mínima experiencia de recurrir alguna vez a una movilización más o menos sostenida y audaz de la clase” (pag.55) En “Opción” se fue más lejos y se afirmó que “no luchan porque ya han dejado de ser parte del movimiento obrero, porque se han desarrollado dentro del peronismo que, como partido burgués es parte del sistema capitalista porque sus relaciones con la patronal les han permitido obtener privilegios viviendo como bacanes” (abril 1980). La “exageración” de los términos y la unilateralidad del análisis delatan la inconsistencia del viraje, que tampoco delimita el error de las posiciones anteriores.

 

El PST establece una contradicción entre los privilegios de la burocracia y su condición sindical, cuando en realidad una es condición de la otra. En el pasado el morenismo había caracterizado a los sindicatos peronistas como “soviets y hasta se disolvió en el “partido burgués” de los “bacanes” durante 10 años, y venía de exaltar la colaboración de los burócratas con la dictadura.

 

Pero en este caso, como en el resto de los problemas, el exceso de verborragia encubría más de lo mismo. Es así que el documento hacía la defensa de la política precedente porque “en tanto la burocracia esbozara la más mínima oposición y abriera una posibilidad de estimular la reacción de las masas, había que empujarla a ir más y más adelante” (pág. 56).

 

El fraude político de este Congreso se completaba con el planteo estratégico del partido obrero.

 

El morenismo planteaba construir un partido socialista o laborista, reformista, no revolucionario: “el socialismo y el laborismo son experiencias históricas vividas por el proletariado argentino, que están en la conciencia histórica de éste y que, por la crisis del peronismo, pueden resurgir”. Por lo tanto se “debe levantar la consigna de construir un gran partido obrero socialista o laborista como forma de empalmar con esta tradición histórica del proletariado” (pág. 75).

 

En la década del ‘40 el PS se enterró porque estaba a la cabeza de la Unión Democrática y como agente del imperialismo quedó marcado en la conciencia histórica del proletariado. El Partido Laborista, a su vez, fue un mero instrumento que le permitió a Perón sujetar a la burocracia sindical.

 

En 1944-45 no fue el proletariado sino el PC y el PS los que fueron derrotados por proimperialistas. A esta “conciencia” no habría que volver jamás. La traición de estos partidos, a su vez, entregó el proletariado al nacionalismo burgués. Por eso la estrategia de poner en pie un partido socialdemócrata es la mejor manera de abrirle camino a una revitalización del nacionalismo burgués. En realidad el planteo de reconstrucción de una corriente socialdemócrata se correspondía con su intento de ubicarse bajo el ala de la institucionalización dictatorial y de la burguesía democratizante. En ese entonces se comenzaba a discutir en los círculos de la burguesía la necesidad de proscribir a la izquierda revolucionaria, pero considerar la posibilidad de incluir una fuerza reformista que juegue el papel de izquierda “no subversiva” en un sistema de instituciones regimentadas.

 

Este planteamiento va a ser concretado plenamente por el Mas (Movimiento al Socialismo), cuya acta de fundación glorifica la tradición socialdemócrata y más concretamente la del PSOE de Felipe González y del PS de Francois Mitterrand, que en ese entonces eran las “vedettes” europeas.

 

AMNISTÍA

 

Hacía fines de 1980, la dirección del PST intentó impulsar un movimiento pro-amnistía, es decir el “olvido y perdón” para los torturadores y asesinos, una consigna repudiada por los movimientos de presos y desaparecidos. En síntesis, amnistía no era otra cosa que amnistiar a la dictadura de sus crímenes, lo cual, a su vez, entroncaba con las posiciones del alto mando militar de que las FFAA no admitirían que se investigaran sus crímenes. Era, en síntesis, la auto-amnistía de la dictadura, que luego retomaría Alfonsín con el "punto final” y la “obediencia debida” y Menem con el indulto.

 

En el boletín “Amnistía” que editó para ese entonces, la dirección del PST afirmaba, “en estos largos años de dictadura…ha faltado una consigna. Hoy esa consigna es la de Amnistía general e irrestricta”. En realidad el que había “faltado” en esos 5 años había sido la dirección del PST, cuando el movimiento de Madres y Familiares se había estructurado y movilizado con las consignas opuestas a las del blanqueo y capitulación de la dictadura: Libertad a todos los presos. Aparición con vida. Juicio y castigo. Para la dirección del PST los desaparecidos, como dijera Balbin, estaban muertos, por lo que correspondía “archivar” la lucha.

 

El boletín “Amnistía” señalaba, además, que “a veces (sic) ha faltado voluntad de determinados sectores políticos y sindicales para lograr esa acción común”, ocultando que toda la burguesía, sin excepción, se había solidarizado con la “labor antisubversiva”. El repudio generalizado en todos los movimientos de familiares de presos y desaparecidos obligó a la dirección del PST a archivar el boletín y la consigna.

 

CONCLUSIÓN

 

Todas estas posiciones reaccionarias van a entroncar en la constitución del Mas (Movimiento al Socialismo), que va a llevar hasta el final las posiciones democratizantes, hasta que estalle en mil pedazos. Ese es otro capítulo.

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