domingo, 28 de febrero de 2021

Apuntes para la historia del trotskismo argentino (IV). EI PST bajo la dictadura (1976/83)

Última de las cuatro entregas de los artículos escritos por Julio Magri para la revista “En Defensa del Marxismo” entre los años 1991 y 1992.

 

 


 

Desde Prosa Urgente hemos rescatado estos artículos con la idea de contribuir al debate en la izquierda. Podés encontrar el primero de ellos acá, el segúndo acá y el tercero acá.

 

 

APUNTES PARA LA HISTORIA DEL TROTSKISMO ARGENTINO (IV). EI PST BAJO LA DICTADURA (1976/1983)

 


Por Julio N. Magri

  

Hasta mayo de 1978, cuando ya habían pasado más de dos años desde la instalación del régimen de Videla, el PST sostenía que el gobierno militar no era ni objetiva ni subjetivamente contrarrevolucionario y que no tenía por objetivo aplastar al proletariado sino sólo a la guerrilla. Para el PST, el videlismo no se asemejaba al pinochetismo, debido a que su objetivo era restaurar la democracia, una evidencia de ello, señalaba, era la apertura política que ya entonces, apenas instalada la dictadura en marzo de 1976, Videla habría inaugurado (llamada salida a la española). Matices más, matices menos, se trataba de una caracterización similar a la del PC.

 

El golpe de Videla sorprendió a la dirección del PST. Hasta las vísperas del 24 de marzo, sostenía que el movimiento obrero debía prepararse para las elecciones previstas para 1976, ya que ése era el camino que le imponían al gobierno de Isabel Perón, toda la burguesía y el imperialismo. Para el morenismo, el imperialismo y la burguesía estaban enrolados en la “institucionalización” y la dirección “institucionalista” en las FFAA estaba representada, precisamente, por Videla.

 

Ante el golpe, se produjo un “natural” desbande de la dirección morenista. Durante dos meses el PST no publicó ningún periódico. No obstante, las directivas a los militantes, y en especial a quienes eran delegados y activistas reconocidos, fueron de que debían presentarse en sus lugares de trabajo, despreciando un pasaje a la clandestinidad con el argumento de que el golpe estaba dirigido exclusivamente contra la guerrilla y que el gobierno militar llamaría rápidamente a elecciones. Esto explica, en parte, el número elevado de militantes del PST — unos 100— que fueron detenidos y secuestrados en los días inmediatamente posteriores al golpe.

 

Recién en mayo de 1976 apareció la publicación del PST, “Cambio”. Su primer número planteaba que “en líneas generales, se ha respetado (sic) a los delegados obreros. Pero algunas (sic) detenciones, algunos (sic) despidos, ciertas (sic) amenazas y la perspectiva (sic) de un terrorismo de ultraderecha, cuya autoría sigue sin establecerse (sic), dejan en pie la posibilidad (sic) de una persecución generalizada contra el activismo obrero…”. Estas líneas condenan definitivamente al morenismo ante la conciencia de cualquier activista clasista.

 

Respecto de los presos, “Cambio” sostenía que “¡uno de los problemas que contribuyeron al desprestigio (sic) del gobierno derrocado el 24 de marzo fue la elevada cantidad de detenidos que permanecieron largos meses en prisión sin ser acusados de ningún delito o transgresión... Otros, en cambio, que son dirigentes obreros y políticos que nada tienen que ver ni con la subversión (sic) ni con la corrupción…Harguindeguy (ministro del Interior) sostuvo

que era intención del gobierno poner en libertad a los detenidos que no sean sometidos a proceso. Hasta el momento no se ha puesto en práctica esta medida. Mientras tanto, subsiste la incertidumbre (sic)”. Para la dirección morenista el gobierno de Videla era la “dictadura más democrática del Cono Sur” o “dictablanda”, y la represión sólo formaba parte de un ala marginal, a la que el gobierno intentaba disciplinar e inclusive reprimir.

 

En junio de 1976, la revista “Cambio” fue sustituida por la “La Yesca”. Ahora la dirección del PST plantea “que el asesinato de muchos militantes anónimos no resultó suficiente; ahora están los cadáveres de Michelini, Ruiz y Torres para probar que existe y actúa una ultraderecha criminal — llámense centuriones de la libertad o como sea— continuadora de la práctica de la Triple A (como O Globo cree, tal vez conectada en el Cono Sur), y el gobierno argentino tiene la responsabilidad de investigarla, desnudarla y combatirla” (destacado nuestro). El gobierno ya no era blanqueado con la especie de que solo reprimía a la guerrilla, pero este reconocimiento desganado de parte del PST, no le alcanzó para dejar de encubrir a la dictadura.

 

La ilegalización de los partidos de izquierda y la suspensión de las actividades partidarias de los partidos burgueses (el PC Entraba en este rubro, no fue ilegalizado) fueron generosamente relativiza-das. “Sin embargo, decía La Yesca con relación a las leyes proscriptivas, un artículo establece que para que el nuevo delito (ejercer actividades políticas) sea punible debe haber sido previamente explicita-do como tal. Es decir, para ser punible la actividad política-partidaría debe haber sido anunciada con anterioridad. Evidentemente esto constituye un atenuante introducido en la ley como contrapeso a su severidad general…” (La Yesca, idem). “Contrasta fuertemente —prosigue la dirección del PST— el hecho de que en reiteradas declaraciones del general Menéndez, del comandante Massera y del presidente Videla, entre otros, se haya ratificado el objetivo democrático (sic) por un lado, mientras por otro las autoridades se reservan (sic) un instrumento jurídico de esta naturaleza, que permite el control sobre los partidos y tiende (sic) a eliminar, ahora más que nunca, a la izquierda”.

 

La dirección del PST rápidamente dejó de publicar “La Yesca” y luego de haber hecho lo mismo con “Cambio”. A fines de 1976 resolvió publicar un “Boletín” donde la apología al régimen militar parece llegar al paroxismo. “Si la fuerte presión internacional (originada por el ascenso revolucionario y combativo de las masas europeas y, en menor medida, norteamericanas, como distorsionadamente lo demuestra el triunfo de Cárter) fue contrapeso externo, el temor a un enfrentamiento sangriento con los trabajadores argentinos fue el contrapeso interno. Ambos contrapesos objetivamente impidieron que el 24 de marzo se consolidara una dictadura férrea e implacablemente contrarrevolucionaria al estilo Pinochet como piden algunos de los ‘duros’” (pág.2) (destacado nuestro).

 

Esta caracterización se mantuvo inalterada durante todo el año 1977. En la Revista de América enero-mayo de 1978), “un dirigente del PST” señalaba en un reportaje “que hay una ‘apertura* pero que ella es mezquina, insuficiente y todavía indefinida” (pag.32). Al mismo tiempo, se presentaba a la UCR—que tenía más de 100 intendentes designados por el gobierno militar— y a la burocracia sindical —que integraba las comisiones asesoras de las intervenciones militares a los sindicatos— en la resistencia al gobierno militar. En la misma Revista, en una nota titulada ‘La segunda etapa del gobierno militar’, se decía bajo la firma de María Yesca que “el plan político Videla-Viola, aunque no ha sido explicitado, por muchos indicios, puede definirse por el objetivo de establecer un gobierno de ‘transición’, ‘cívico-militar’, negociado con los partidos tradicionales de la burguesía …/'(destacado nuestro). Y aún más: “pareciera que la Marina y Massera presionarían por una apertura política más acelerada que la de Viola-Videla…”. Según el PST, entonces, estábamos en presencia de un gobierno aperturista”, dominado por dos alas que pugnaban por demostrar cuál era más aperturista y democrática.

 

En una manifestación de verdadera, aunque coherente, inmoralidad política, la dirección del PST se opuso al boicot del mundial de fútbol, propiciado por organizaciones internacionales, con el argumento de que las mismas “exageraban” la magnitud de la represión en Argentina. La dirección del PST acusó a quienes promovían el boicot al mundial de fútbol de… confusionistas y pro-dictadura. En un monumento al sofismo más desvorganzado. “Pero sobre todo consumaron su maniobra confusionista, al decir (la dictadura) que esa ‘imagen’ debía contrarrestar una campaña montada en el exterior por la ultraizquierda. Es cierto que ésta le favoreció sus planes con la táctica equivocada y utópica del boicot y con las exageraciones e imprecisiones sobre la realidad represiva que padecemos (periódico Opción, julio 1978). La campaña del boicot tuvo en el exterior un carácter de masas, precisamente porque denunció documentadamente los campos de concentración, las torturas en la Escuela de Mecánica de la Armada y el asesinato de los secuestrados. Los grandes aparatos contrarrevolucionarios del PS y del PC se opusieron a implementar el boicot (Gorbachov reconoce ahora la complicidad de la burocracia staliniana con la dictadura) con los mismos argumentos que empleaba la dirección del PST: no había que aislar a la tendencia “democrática” encarnada por Videla. Los militantes del PST en el exterior, al igual que los montoneros, boicotearon las comisiones de solidaridad que se habían formado para denunciar las atrocidades de la dictadura militar en Argentina. El broche de oro de toda esta podrida posición la dio la crónica del Mundial que publicó el periódico del PST:“ La esposa del presidente Videla también participó de este hecho positivo y gran avance de la mujer. Ella también fue a la cancha” (Opción, julio 1978).

 

¿AUTOCRÍTICA?

 

En mayo de 1978, la dirección del PST decidió escribir un texto que denominó de “autocrítica”. Era una autocrítica harto curiosa, pues justificaba las caracterizaciones hechas hasta entonces con el argumento de que eran “un reflejo de lo contradictoria que es la propia realidad" (o como solía decir N. Moreno, “la realidad se equivocó”) y que cualquier otra definición “hubiera sido obra de prestidigitadores, ya que una vez planteada la lucha de clases todas las variantes son posibles, desde un triunfo o una derrota”. Precisamente. Por eso la tarea de un partido marxista es orientar a los trabajadores sobre la variante “más probable a corregir cualquier error a tiempo (no con dos años de demora) y por sobre todo a luchar contra el enemigo y no a sembrar ilusiones en él.

 

El documento de mayo de 1978 pasó a definir a la etapa como “contrarrevolucionaria con fuertes elementos de una etapa no-revolucionaria" y al gobierno como “bonapartista de características ultrarreaccionarias“, pero “débil", por los siguientes motivos: porque la burocracia “sigue en la oposición”, “el imperialismo sigue presionando por una salida democrática” y "el apoyo de la burguesía y de los partidos no es incondicional sino crítico”, lo que habría llevado al gobierno “ya desde los primeros meses del 77” a buscar una salida preventiva, una apertura política. De nuevo, el mismo verso.

 

Uno de los puntos centrales tenía que ver con la burocracia sindical. En un documento de la Tendencia Bolchevique, a la que estaba adscripta el PST dentro del S.U. de la IV Internacional, de agosto de 1977, se colocaba como primer punto “en las tareas del PST considerar a la burocracia como nuestro principal aliado” y “orientar todo nuestro trabajo hacia el frente único con ella”. En mayo de 1978, en otro documento, la dirección del PST sostenía que la sanción de la ley de asociaciones profesionales por parte de la dictadura impulsaba la reorganización del movimiento obrero y la lucha por una nueva dirección combativa. “El gobierno, aunque en forma restringida, se propone impulsar la reorganización sindical. De esta forma, millones de trabajadores ven delante de sí una tarea de primera magnitud como es elegir la nueva dirección del movimiento obrero”. “Pero lo realmente importante —proseguía la Dirección Nacional del PST— es que este proceso de reorganización sindical (impulsado por el gobierno), y aún partiendo de la base de que va a ser bastante restringido y en una etapa de luchas defensivas, va a abrir la discusión política y sindical a millones de trabajadores que tendrán que elegir a sus nuevos dirigentes de sindicatos y fábricas. Este hecho…adquiere en la actualidad un significado especial para el movimiento obrero y para nuestro partido, ya que se da en el momento de la mayor crisis de dirección que recordemos en el país”. Consecuentemente con esto, en “Opción” (Nro. 13) por ejemplo, el PST sostenía que “en cierta medida, el propio gobierno y la patronal han dejado correr y en algún caso alentado el movimiento (de recuperación sindical)” y que “la tolerancia (del gobierno) hacia la elección de delegados y la futura ley de asociaciones gremiales son, en primer lugar, una concesión forzosa a las luchas obreras…”. “Este movimiento (de comisiones ‘asesoras’ y normalización de los sindicatos intervenidos) significa un gran avance para el movimiento obrero” (Opción, mayo 1978).

 

En febrero de 1979, en un nuevo documento, la dirección del PST escribía que la reorganización del movimiento obrero, “a diferencia de lo ocurrido en otras oportunidades, esta vez no surgirá solamente de la reorganización desde la resistencia en la base sino en gran medida desde arriba” (destacado nuestro). El “desde arriba” hacía alusión a la dictadura (con su ley de asociaciones profesionales), a los interventores militares en los sindicatos, a la burocracia colaboracionista, etc. “La reorganización sindical —se decía textualmente— surgirá entonces de la combinación de estos dos niveles. Por un lado, la resistencia… Por otro, de los procesos desencadenados y relativamente controlados ´desde arriba`, por la burocracia instalada en los sindicatos no intervenidos o por los ´asesores` o ´normalizadores` negociados con los interventores. La nueva ley de asociaciones acelerará este proceso por dos razones combinadas: por un lado abrirá necesariamente cauces legales mayores, y por otro tratará de imponer limitaciones muy severas a la burocracia y al conjunto del aparato y actividad sindicales (desde la eliminación de las obras sociales hasta la liquidación de la CGT) que seguramente (sic) ésta resistirá y la obligarán a bajar más a la base y los dirigentes intermedios a fin de fortalecerse y mantener sus posiciones”(destacado nuestro). Naturalmente, no ocurrió nada de esto, a pesar de las posibilidades infinitas que encierran las realidades contradictorias.

 

Idéntica posición desarrolló un dirigente del PST entrevistado por Revista de América: “Por restringidas y condicionadas que puedan ser las brechas para la normalización sindical que otorgue el gobierno, por allí puede producirse ‘el destape’ como dicen los españoles...”.

 

Es así que el PST apoyó toda la política colaboracionista de conjunto de la burocracia con la dictadura y hasta todas las maniobras y declaraciones de los burócratas en sus negociaciones con los milicos, en especial a partir de la formación de la CUTA (una entidad de “unidad” de la burocracia). “La unificación de los dirigentes en la CUTA es un gran paso adelante. Y el plan de acción… es la oportunidad de iniciar un gran proceso de movilización…” “Dando este paso, la CUTA cumplió su obligación de colocarse al frente del largo y duro proceso de resistencia desarrollado estos años”, “…aplaudimos la decisión de la CUTA porque defiende conquistas elementales. Si esto es política, es una política que realmente nos une y refleja la opinión de la mayoría”. “El llamado a las fuerzas políticas, las denuncias internacionales, las posibles impugnaciones judiciales han sido un acierto. Pero la clave para que la ley no pase es tomar medidas que realmente movilicen a la clase” (“Opción” N°17, diciembre de 1979) (destacado nuestro). Es decir, se reconocía que “la política que unía” al PST y a la burocracia era un plan de inacción y declarativo.

 

Un párrafo del planteo del PST llamaba directamente a la colaboración de clase con los partidos patronales que habían apoyado el golpe militar “institucionalista” de Videla y el exterminio de lo que Balbín llamó "la guerrilla fabril”. “La denuncia frontal de la CUTA… reclamando la solidaridad del conjunto de las fuerzas políticas y sociales, da un nuevo marco a la resistencia” (destacado nuestro). Por aquí pasaba para el PST el eje: no importaba que el plan no organizara ni impulsara la movilización de las masas; lo importante era que tendiera un puente para crear un frente con el conjunto de las fuerzas burguesas o como lo denominaba el PST, la “civilidad democrática”. El PST propugnaba un “frente democrático” de los partidos y la burocracia sindical que sostenían a la dictadura. Como lo decía el dirigente del PST entrevistado en la Revista de América, “los estamos invitando a luchar por ese importantísimo aunque parcial punto (legalización de la actividad política). Hemos recordado el antecedente no lejano de la “Comisión de los 8”, formada por nuestro partido, el radicalismo, el alendismo, una corriente cristiana, el comunismo y otros para luchar contra el lopezreguismo durante el gobierno de Isabel Perón” (en 1975 el PST había negado haber integrado este bloque reaccionario, ver En Defensa del Marxismo, N2 4). Y agregaba: “Aunque todavía no vemos condiciones como para una acción común similar (sic) ni siquiera para el punto reclamado de la legalización de la vida política (sic), confiamos en que el deterioro del régimen, por la lucha de clases y por sus indefiniciones, las vaya produciendo”. Como puede apreciarse, está esbozada aquí una clara posición de frente popular o democrático, con una conciencia exacta de que su oportunidad sólo podría estar dada como una consecuencia del deterioro del régimen militar. Cuando se trata de fijar posiciones contrarrevolucionarias claras, el PST lograba la proeza de embocar en la posibilidad más probable dentro de las infinitas que ofrece la realidad contradictoria.

 

Con esta orientación, el PST inauguró en su periódico “Opción” una galería de pronunciamientos para "mostrar” que el desarrollismo, la democracia cristiana, el Partido Intransigente, etc. etc. estaban con el movimiento obrero contra la dictadura. Cerrando la galería de pronunciamientos estaba la de su apoderado nacional, Enrique Broquen, diciendo que “la lucha contra la ley debe ser protagonizada no solo por las organizaciones sindicales sino por toda la clase obrera. Insertada en una política de conjunto dirigida a desmantelar la industria nacional (sic) y detener el desarrollo independiente de la República (sic) es lucha que interesa a todos los partidos, a todos los sectores de la población…”. Broquen obviaba, claro está, que todos los partidos burgueses habían apoyado a la dictadura militar y su salvaje represión, y que estaban con el imperialismo y contra la independencia obrera, y por la regimentación sindical.

 

El fracaso del plan de “inacción” de la CUTA (que no encontró eco en sus destinatarios, las fuerzas burguesas) dejó al PST girando en el vacío. La reacción de los militantes del PST frente a estas monstruosidades de posiciones fue casi nula. La razón de esto era una combinación de total falta de democracia interna y, por supuesto, de determinada “educación”. Después de todo la corriente morenista había buscado siempre en la burocracia sindical un atajo a la construcción del partido revolucionario (del PS y del PC contra Perón en 1945; peronismo obrero —Palabra Obrera— entre 1954 y 1964; Partido Obrero de Vandor en 1968; Partido Obrero de Rachini, Izetta y Rucci en 1971; apoyó al golpista Calabró en vísperas del golpe de 1976); en definitiva, los militantes del PST habían sido “educados” en esa trayectoria, que ahora proseguía con el endeudamiento durante 4 años a una burocracia colaboracionista con el régimen más sangriento de la historia del país y la confianza en que este ayudaría al movimiento obrero a reorganizarse.

 

El PST también proclamó su apoyo a la decisión del gobierno militar de no sumarse al boicot cerealero internacional contra la URSS, declarado por el “demócrata Cárter” (PST dixit), como consecuencia de la invasión a Afganistán. Claro que había que oponerse al boicot imperialista pero no apoyar o solidarizarse con el rechazo de la dictadura que lo hacía para defender a la oligarquía y para conseguir las divisas para pagar la deuda externa. La dictadura no se sumó al boicot porque esto le servía para reforzar su régimen de entrega y represión. Una de las finalidades principales del gobierno militar era conservar el apoyo de la burocracia rusa a la dictadura en todos los foros internacionales y también dentro del país por medio del JPC. Para el PST, la oposición al boicot cerealero a la URSS constituyó, en realidad, una oportunidad para reclamarle a Videla un status especial entre los blancos de la represión y de la proscripción. Era una posición que el PST usaba para borrar las diferencias con la dictadura.

 

En el libro “Un siglo de luchas” (ediciones Antídoto), editado por el Mas en mayo de 1987, se incluye un capítulo, “Así luchó el PST contra Videla y el Proceso” ( 1976-82), que reproduce artículos del PST de ese período. Sintomáticamente la primer nota es un “fragmento…de la resolución política nacional adoptada… en 1980 por el Congreso del PST”. Es decir, que la dirección del Mas, no pudo encontrar ningún artículo demostrativo de esa supuesta lucha ¡¡¡¡desde 1976 a 1980!!!!


EL CONGRESO DE 1980

 

A mediados de 1980, la dirección del PST convocó a un Congreso. Los métodos con que se preparó y realizó este congreso hablan por si solos. Con antelación al mismo se sancionó y expulsó a un importante grupo de militantes, lo que ponía en evidencia que la sola “educación” morenista era ineficaz para domesticar a la base. Los delegados fueron elegidos antes que se conociera cualquier documento. Este fue puesto en circulación recién pocos días antes del congreso, y el conjunto de los militantes lo recibió una vez aprobado. Más escandalosa aun fue la elección de delegados, que no se realizó por el voto de los militantes ni en proporción a su número, sino incluyendo a una difusa periferia convocada por variados motivos (incluyendo fiestas, asados, etc.) sin saber, muchas veces, que se trataba de actividades del PST y mucho menos del rol que se les estaba asignando. Finalmente, una comisión designada por la dirección nacional fue la encargada de dar el reconocimiento final a los “delegados”. Un Congreso para resolver, según dijo Moreno, la peor crisis del partido, tuvo 30 días de pre-congreso, sin documentos y con los delegados filtrados por la dirección nacional, ampliamente cuestionada por la base!!

 

El Congreso operó un cambio de fachada para retomar el control del partido. Mientras que hasta 1980 se había dicho que había un gobierno débil que impulsaba una apertura, ahora se decía, en vísperas de la grave crisis del plan de Martínez de Hoz, que se había producido una homogeneización hacía la derecha del gobierno y las fuerzas armadas. Si antes el imperialismo, un sector de los militares, los partidos burgueses, la burocracia y el movimiento obrero conformaban una especie de frente único por la democracia, ahora se sostenía que todo el mundo apoyaba cerradamente a la dictadura con excepción del… PST. De la alianza privilegiada con la burocracia sindical ahora se pasaba al frente único por abajo de los activistas “antiburocráticos”, y así de corrido. Exactamente, cuando estaba por producirse el comienzo del derrumbe de la dictadura, que comenzó en febrero de 1981 con la devaluación del peso.

 

El Congreso, sin embargo, no revisaba las caracterizaciones estratégicas que habían llevado al PST a la capitulación frente a uno de los regímenes más sangrientos del país. El PST seguía sosteniendo la subordinación de los objetivos revolucionarios a la perspectiva de progresar a la sombra de la burguesía democratizante. El PST seguía repitiendo, variando sólo la forma del planteo, la vieja caracterización menchevique según la cual sería posible la colaboración entre el proletariado y la burguesía nacional con el objetivo de poner en pie el régimen democrático burgués. De acuerdo con esto consideraba progresivos a los “frentes populares”, es decir la alianza del proletariado con la burguesía, en los países atrasados, que ya no serían una trampa “democrática” para empantanar la lucha revolucionaria de las masas sino un frente de resistencia al imperialismo.

 

Está caracterización fue la que los había llevado a integrarse a los frentes democratizantes en el periodo de la “institucionalización” lanussista en 1972-73, y posteriormente, a la integración al “bloque de los 8” con los principales partidos burgueses, para apoyar al gobierno peronista.

 

La ilusión en los aliados democrático burgueses y en el sector “institucionalista” de los militares impidió al PST prever el golpe de estado (que los encontró preparándose para las elecciones anunciadas para 1976). Una vez concretado, lo caracterizaron como la dictadura democrática (“dictablanda”) y depositaron sus esperanzas en una apertura que sería promovida por la corriente militar de Videla-Viola o de la Marina y Massera. La represión salvaje fue minimizada, caracterizando que se trataba de un mero ajuste de cuentas con la guerrilla, como si esto pudiera justificare. Durante tres años se negaron a caracterizar al régimen videlista como contrarrevolucionario.

 

Ninguna de estas orientaciones fue revisada. La dirección del PST optó por montar una maniobra para salir del paso. Por eso el congreso de 1980 fue el del “cambio” fraudulento.

 

No hay que olvidar que la corriente morenista ha sido siempre una apologista de los procesos de democratización. Según la dirección del PST los gobiernos democratizantes son progresivos por referencia a las dictaduras militares. Esta caracterización que puede parecer “marxista”, es, en realidad, una adulteración oportunista, porque oculta que las tendencias democratizantes de la burguesía solo cobran vigencia política cuando la amenaza de eclosión de crisis revolucionarias se agudiza y se plantea la necesidad de elaborar mecanismos políticos de contención de las masas.

 

Un aspecto decisivo en la constitución y la preparación de un partido revolucionario para la toma del poder es comprender la verdadera naturaleza de los “episodios  democratizantes” incluida su inevitabilidad.

 

El Congreso del PST de 1980 adoptó un cambio de táctica basado en un viraje de 180 grados en la caracterización de la situación política. “En efecto, en la Argentina se da el caso único de que existen dos y sólo dos polos: de un lado la dictadura y todos los partidos apoyándola; del otro, resistiendo están el movimiento obrero y sus aliados, junto a los cuales, lo decimos con orgullo, solamente se alinea el Partido Socialista de los Trabajadores” (pág. 50 del documento del congreso). El estilo stalinista se relata en la falsedad histórica y hasta en la sintaxis.

 

La nueva caracterización era una burda deformación de la realidad, completamente extraña al método del análisis (contradicciones) marxista. Se presentaba un frente sin fisuras y cada vez más homogéneo del gobierno y la burguesía, precisamente cuando eclosionaba una crisis económica y política, que dividía a la propia coalición gubernamental. Esta crisis “por arriba” combinada con la existencia de las masas – que se mantuvo a lo largo de cuatro años – debería plantear más tarde o más temprano el pasaje a una situación prerrevolucionaria, lo cual pondría en movimiento a todas las fuerzas ligadas a la defensa del orden burgués para revitalizar los planteos de estrangulamiento “democrático” de la lucha obrera.

 

 

El PST, en cambio, pasó del elogio a una burguesía “opositora”, a la especie de que había soldado un bloque monolítico con la dictadura.

 

El documento del congreso afirmaba que el PST había crecido en número de militantes y que era más numeroso que antes del golpe militar, una fábula que tenía por objetivo “inflar” su representatividad dentro del llamado movimiento trotskista internacional.

 

La tesis del PST “que resiste solo” y que se transformaba automáticamente en un partido de masas era, detrás de su ropaje “izquierdista”, profundamente conservadora, esto porque su principal consecuencia era la pasividad frente a la burguesía democratizante. Se trataba simplemente de un reverso de la medalla de la política de alianza con la burguesía, lo que anunciaba el nuevo y potencial viraje. Un párrafo del documento “ultra” anticipaba: “descartamos a corto plazo que se dé un fuerte movimiento democrático que englobe a fuerzas burguesas”. “No por ello los trotskistas argentinos deberían abandonar su táctica de unidad de acción con los partidos burgueses y pequeño burgueses en el terreno democrático. (Algo que acaba de “descartar” como posibilidad, a pesar de la realidad contradictoria). Por el contrario, ella deberá estar presente en toda su política, con propuestas concretas alrededor de cada punto, por pequeño que sea, de unidad de acción con ellos” (págs. 72 y 73) (destacado nuestro).

 

Pero el documento no orientaba a denunciar la cobardía, inconsecuencia y hasta la perfidia de los partidos burgueses que esgrimen reivindicaciones democráticas retaceadas. El “frente único” era entonces un frente seguidista a la burguesía, sin principios.

 

Todo frente, por limitado que sea implica una alternativa política, lo que el documento evitaba señalar. Trazaba la lucha por la democracia, no a partir de la acción de las masas y la crisis del régimen, sino de las iniciativas “civilistas”. Abandonaba en todos los aspectos el terreno de la lucha de clases y la táctica marxista.

 

En el documento del Congreso se planteaba como programa de lucha democrática nada menos que la defensa de la Constitución del ‘53, precisamente el documento que serviría de entendimiento a los partidos a las fuerzas armadas a la hora del “recambio”, como ya había ocurrido con Aramburu-Rojas y Lanusse. “Coincidimos totalmente con el radical León —decía el PST— en que se forme un frente por la Constitución de 1853”. “Los socialistas llamamos a la unidad de acción a todos los partidos políticos, en especial al partido justicialista, la UCR, al Partido Intransigente y al Partido Comunista, para impulsar una amplia movilización obrera y popular por la plena vigencia de la Constitución de 1853” “Opción”, agosto 1980). En 1982/3 el Mas plantearía la derogación de la “reaccionaria” Constitución del ‘53. La defensa de la Constitución del 53 es la defensa de la propiedad privada, la defensa del Estado burgués en general y la defensa del orden oligárquico y semicolonial del país.

 

El planteo del “frente cívico” en defensa de la Constitución del ‘53 fue la conclusión principal del Congreso del PST de 1980.

 

El otro aspecto del supuesto “viraje” fue la política frente a la burocracia sindical.

 

El documento del congreso afirmaba que “a diferencia de ciertos burócratas de otros países”, los burócratas peronistas “no tienen (y prácticamente nunca tuvieron) ni los reflejos ni la más mínima experiencia de recurrir alguna vez a una movilización más o menos sostenida y audaz de la clase” (pag.55) En “Opción” se fue más lejos y se afirmó que “no luchan porque ya han dejado de ser parte del movimiento obrero, porque se han desarrollado dentro del peronismo que, como partido burgués es parte del sistema capitalista porque sus relaciones con la patronal les han permitido obtener privilegios viviendo como bacanes” (abril 1980). La “exageración” de los términos y la unilateralidad del análisis delatan la inconsistencia del viraje, que tampoco delimita el error de las posiciones anteriores.

 

El PST establece una contradicción entre los privilegios de la burocracia y su condición sindical, cuando en realidad una es condición de la otra. En el pasado el morenismo había caracterizado a los sindicatos peronistas como “soviets y hasta se disolvió en el “partido burgués” de los “bacanes” durante 10 años, y venía de exaltar la colaboración de los burócratas con la dictadura.

 

Pero en este caso, como en el resto de los problemas, el exceso de verborragia encubría más de lo mismo. Es así que el documento hacía la defensa de la política precedente porque “en tanto la burocracia esbozara la más mínima oposición y abriera una posibilidad de estimular la reacción de las masas, había que empujarla a ir más y más adelante” (pág. 56).

 

El fraude político de este Congreso se completaba con el planteo estratégico del partido obrero.

 

El morenismo planteaba construir un partido socialista o laborista, reformista, no revolucionario: “el socialismo y el laborismo son experiencias históricas vividas por el proletariado argentino, que están en la conciencia histórica de éste y que, por la crisis del peronismo, pueden resurgir”. Por lo tanto se “debe levantar la consigna de construir un gran partido obrero socialista o laborista como forma de empalmar con esta tradición histórica del proletariado” (pág. 75).

 

En la década del ‘40 el PS se enterró porque estaba a la cabeza de la Unión Democrática y como agente del imperialismo quedó marcado en la conciencia histórica del proletariado. El Partido Laborista, a su vez, fue un mero instrumento que le permitió a Perón sujetar a la burocracia sindical.

 

En 1944-45 no fue el proletariado sino el PC y el PS los que fueron derrotados por proimperialistas. A esta “conciencia” no habría que volver jamás. La traición de estos partidos, a su vez, entregó el proletariado al nacionalismo burgués. Por eso la estrategia de poner en pie un partido socialdemócrata es la mejor manera de abrirle camino a una revitalización del nacionalismo burgués. En realidad el planteo de reconstrucción de una corriente socialdemócrata se correspondía con su intento de ubicarse bajo el ala de la institucionalización dictatorial y de la burguesía democratizante. En ese entonces se comenzaba a discutir en los círculos de la burguesía la necesidad de proscribir a la izquierda revolucionaria, pero considerar la posibilidad de incluir una fuerza reformista que juegue el papel de izquierda “no subversiva” en un sistema de instituciones regimentadas.

 

Este planteamiento va a ser concretado plenamente por el Mas (Movimiento al Socialismo), cuya acta de fundación glorifica la tradición socialdemócrata y más concretamente la del PSOE de Felipe González y del PS de Francois Mitterrand, que en ese entonces eran las “vedettes” europeas.

 

AMNISTÍA

 

Hacía fines de 1980, la dirección del PST intentó impulsar un movimiento pro-amnistía, es decir el “olvido y perdón” para los torturadores y asesinos, una consigna repudiada por los movimientos de presos y desaparecidos. En síntesis, amnistía no era otra cosa que amnistiar a la dictadura de sus crímenes, lo cual, a su vez, entroncaba con las posiciones del alto mando militar de que las FFAA no admitirían que se investigaran sus crímenes. Era, en síntesis, la auto-amnistía de la dictadura, que luego retomaría Alfonsín con el "punto final” y la “obediencia debida” y Menem con el indulto.

 

En el boletín “Amnistía” que editó para ese entonces, la dirección del PST afirmaba, “en estos largos años de dictadura…ha faltado una consigna. Hoy esa consigna es la de Amnistía general e irrestricta”. En realidad el que había “faltado” en esos 5 años había sido la dirección del PST, cuando el movimiento de Madres y Familiares se había estructurado y movilizado con las consignas opuestas a las del blanqueo y capitulación de la dictadura: Libertad a todos los presos. Aparición con vida. Juicio y castigo. Para la dirección del PST los desaparecidos, como dijera Balbin, estaban muertos, por lo que correspondía “archivar” la lucha.

 

El boletín “Amnistía” señalaba, además, que “a veces (sic) ha faltado voluntad de determinados sectores políticos y sindicales para lograr esa acción común”, ocultando que toda la burguesía, sin excepción, se había solidarizado con la “labor antisubversiva”. El repudio generalizado en todos los movimientos de familiares de presos y desaparecidos obligó a la dirección del PST a archivar el boletín y la consigna.

 

CONCLUSIÓN

 

Todas estas posiciones reaccionarias van a entroncar en la constitución del Mas (Movimiento al Socialismo), que va a llevar hasta el final las posiciones democratizantes, hasta que estalle en mil pedazos. Ese es otro capítulo.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Santiago Goodman adelantó que entregará la salud y salarios de los docentes al Gobierno

Lo confirmó en horas de la tarde a un medio de Comodoro Rivadavia. Más de 15 mil docentes y alrededor de cien mil estudiantes y sus familiares, verán expuestas sus vidas al posible contagio del Covid-19. El año pasado el dirigente acusó de ser “caceroleros de derecha” a los docentes que luchaban en cuarentena, ahora los arroja al matadero como carne de cañón y con atrasos salariales y sin paritarias desde hace 2 años. Las bases se convocan este jueves a las 13 horas en rechazo a esta traición de la burocracia.

 


Por Iván Marín

 

Según informa el portal “El Comodorense”, esta tarde el secretario general de la ATECh (Asociación de Trabajadores de la Educación del Chubut), Santiago Goodman, adelantó que la encuesta que impulsaron de forma unilateral desde la conducción del sindicato arroja por resultado que “en todas las regionales se acepta la propuesta del Gobierno” de Mariano Arcioni. “Cerca de las 19 horas la participación era de 2800 compañeros y compañeras a nivel provincial y en todas las regionales se aceptaba lo descripto en el acta del lunes. En algunas regionales con porcentajes del 80%, en otras del 70 y en otras del 55%”, esgrimió sin ruborizarse el dirigente, quien tampoco aportó porcentajes sobre el nivel de participación. Hay que señalar que solo la ATECh tiene alrededor de 6 mil afiliados y que el número de docentes supera las 15 mil personas.

 

La irrisoria propuesta del gobierno consiste en ponerse al día con el aguinaldo y con los salarios de los rangos 1 y 2, mientras que a los 3 y 4 les quedarían debiendo un mes de sueldo y no dos como ocurre ahora. La propuesta no solo busca dividir a los trabajadores de la educación entre sí sino también con el resto de la masa estatal ya que solo abarcaría a los primeros. Hay que recordar que la última vez que los estatales percibieron una recomposición salarial fue en el primer semestre del 2019 y que durante todo el año pasado no hubo paritarias. Cuando los trabajadores salieron a reclamar en cuarentena por el Covid-19 el pago en tiempo y forma y paritarias 2020, Goodman los acusó de ser “caceroleros de derecha”. Hoy el mismo personaje negoció de espalda a las bases un protocolo para la vuelta a clases al que el común de los docentes se opone por ser inconsulto e inaplicable.

 

Ante la falta de convocatoria de la conducción de la ATECh para que las bases deliberen sobre la propuesta de Arcioni, docentes se autoconvocaron este mediodía en la sede de la regional Este del sindicato en Trelew. Sobre el particular, Emilia Yañez, docente de la localidad, se refirió en declaraciones a Prosa Urgente: “Estuvimos discutiendo sobre la preocupación de que el sindicato se reúna con el gobierno en el día de mañana sin ninguna consulta real a las bases, ya que largó un formulario online en el cual no nos consta de qué manera se va a tabular, el cual rechazamos y repudiamos por no considerar las asambleas escolares, por no considerar los mandatos escolares. Y preocupados por esta accionar del sindicato es que nos convocamos hoy acá y decidimos manifestarnos mañana en el ministerio de Educación a las 13 horas y marchar hacia donde se reúna el sindicato con el Gobierno. Para esta convocatoria llamamos a todos los sectores en lucha, a los compañeros auxiliares de la educación, a los docentes y a toda la comunidad que se quiera hacer parte de este reclamo”. La reunión entre las cúpulas sindicales y el gobierno está prevista para las 14 horas.

 



Gastón Spur, docente de Las Plumas, también se hizo presente en la asamblea para comunicar sobre la situación en el pueblo y de una movilización que realizarán este jueves por la tarde. “Vamos a marchar en el casco central de la comuna. Trabajadores de primaria, secundaria y auxiliares de la educación. También se van a sumar otros sectores en lucha como trabajadores de la salud, el MTE y Mujeres al Frente de Las Plumas. Será a las 19 horas. Invitamos a todas las localidades de la meseta a replicar la marcha en su localidad o a sumarse a Las Plumas”, informó.

 

La traición de Goodman y la agrupación Celeste que conduce el sindicato expone a más de 100 mil personas a contagiarse y esparcir el peligroso virus a toda la población en momentos en que se espera un rebrote importante de a enfermedad. En todos los lugares del mundo en los que se volvieron a dictar clases presenciales los resultados fueron catastróficos. Es claro que ningún protocolo puede garantizar que la población educativa no se contagie, por lo cual mientras dure la pandemia y no se vacune al personal y a los estudiantes no se puede volver a clases presenciales. Los métodos burocráticos de la Celeste ponen en riesgo potencial de vida no solo a sus afiliados sino también a los niños y juventud que cursará, y con ello a sus familias. Un crimen social impulsado por el gobierno con la complicidad de Goodman y compañía. Y a esto se suma la deuda salarial. Solo la deliberación de las bases y la comunidad toda movilizada puede parar cientos de contagios y muertes producto de la voraz política antiobrera de gobiernos y patronales.

domingo, 21 de febrero de 2021

Apuntes a la historia del trotskismo argentino (III). Otra etapa nefasta del morenismo, el PST (1971/76)

Tercera y penúltima entrega de los artículos escritos por Julio Magri para la revista “En Defensa del Marxismo”, en este caso su edición número 4, de septiembre de 1992.

 





APUNTES A LA HISTORIA DEL TROTSKISMO ARGENTINO – 3ª PARTE. OTRA ETAPA NEFASTA DEL MORENISMO: EL PST (1971/1976)

 

Por Julio N. Magri

 

DESPUÉS DEL CORDOBAZO

 

El “Cordobazo” abrió una etapa revolucionaria en el país. El 29 y 30 de mayo de 1969 se reunieron los elementos de una potencial crisis revolucionaria. En el marco de un ascenso internacional (huelga francesa, proceso de revolución política en Checoslovaquia), las masas de Argentina iniciaron una acción independiente, que puso fin al régimen de Onganía, una dictadura militar semibonapartista.

 

El Cordobazo puso fin de un modo general a la etapa abierta por el triunfo de la Libertadora en 1955.

 

En esta nueva etapa, la burguesía, por medio del gobierno de Lanusse, planteó la política del “desvío democrático”, a través de la legalización del peronismo en el marco de un Gran Acuerdo Nacional. El objetivo: explotar las ilusiones de los trabajadores en el peronismo.

 

El gobierno de Lanusse, que subió en marzo de 1971, fue una transición entre el semibonapartismo moribundo (Onganía) y la alianza de tipo parlamentaria del conjunto de los partidos burgueses y el stalinismo, apoyada tanto por la burguesía nacional como por el imperialismo. La Hora del Pueblo (alianza radical-peronista pro-institucionalización), formada a principios de 1971, se convertirá en su expresión política y también lo será desde la “izquierda”, el ENA (Encuentro Nacional de los Argentinos), alianza del PC con sectores peronistas y radicales.

 

¿Cuáles fueron las posiciones del PRT (La Verdad), nombre que entonces tenía la corriente morenista, en este período? El morenismo comenzó por caracterizar a los gobiernos postonganianos como nacional-populistas y a la Hora del Pueblo como una coalición política de contenido progresivo.

 

Para el morenismo, el giro histórico producido por el Cordobazo no era el inicio de una acción histórica independiente de las masas sino el “reanimamiento a el nacionalismo burgués”, interpretando en estos términos “progresivos” el planteamiento del GAN, dirigido contra el proletariado como clase. “La consecuencia de la ofensiva monopolista imperialista yanqui contra nuestro país, por un lado, como la situación de la burguesía nacional (…) por el otro, han provocado un reanimamiento del nacionalismo burgués” (1).

 

¿Cuáles eran las características y objetivos de este “nuevo” fenómeno? “La manifestación evidente y más resaltante de este reanimamiento del nacionalismo burgués es la coincidencia peronista radical alrededor de un programa económico de defensa de la economía burguesa nacional de la ofensiva del imperialismo yanqui. El punto en común, aparentemente misterioso y azaroso, que hace que el peronismo y el radicalismo estén unidos hoy en un frente contra el gobierno de Levingston es la unidad de la vieja burguesía nacional en la defensa del mercado interior y la lucha contra la penetración y colonización imperialista yanqui, como contra el desarrollismo burgués… Este auge del nacionalismo burgués, desarrollista o no, es en un sentido progresivo, ya que ayuda a plantear ante el movimiento de masas la lucha contra el principal opresor del país y las masas trabajadoras: el imperialismo yanqui” (2).

 

 Los conceptos de la cita precedente son un retrato perfecto del carácter del morenismo. Un año y medio después del “Cordobazo” y del “Rosariazo”, en que las masas, "sin ayuda” de la burguesía, nacionalista o no, adoptaron métodos insurreccionales para tirar a Onganía, Moreno reclama la "ayuda” del “nacionalismo burgués” para luchar contra el imperialismo. ¡Y esto a partir de un Perón totalmente controlado por el Vaticano, la logia P-2 y varios monopolios italianos y europeos!

 

Pero para el PRT (LV) la Hora del Pueblo era algo más que una “ayuda”. “Como todo movimiento progresivo qué se pone en marcha —agregaba Moreno— superará las consignas y direcciones que no den las soluciones adecuadas…” (3). ¡Pero si esto era así, el nacionalismo debería acabar en un movimiento internacionalista de la clase obrera!

 

A partir de esta caracterización, el morenismo apoyará críticamente la “institucionalización”, esto es, la reconstrucción del Estado burgués, porque éste era el significado del intento de pasar a un régimen constitucional.

 

En abril de 1971, el PRT (LV) planteó formar un llamado partido obrero de “los 8”, en referencia a un sector de la burocracia sindical que “aparecen como los enemigos acérrimos del acuerdo Paladino-Balbín, pero se cuidan muy bien de criticar a Lanusse y a su gobierno, ya que alientan la esperanza de poder negociar con algún sector del gobierno” (4). Aunque el acuerdo Paladino- Balbín (o la Hora del Pueblo) había sido calificado apenas cinco meses antes, como acabamos de ver, de “nacionalista burgués”, este sector “crítico” es considerado igualmente nacionalista. Para el PRT (LV) "evidentemente, no podemos descartar la posibilidad de que en su desesperación para evitar su desaparición (“los 8”) tomen la variante correcta (ü), aunque más no sea para chantajear (!!), de independencia política del movimiento obrero a través de un partido laborista (!!). Si esta variante se diera, la vanguardia del movimiento obrero debe utilizarla…” (5).

 

El morenismo vio en la burocracia de “los 8”, a la que calificaba de agente del gobierno de Levingston, sucesor de Onganía, y que buscaba serlo de Lanusse, una combinación de independencia obrera y nacionalismo revolucionario, jactándose incluso de haberlo “pronosticado”. “Se impone — decía el PRT (LV)— que seamos conscientes de la importancia que tienen los movimientos nacionalistas en nuestros países. Ahora que está en vías de gestación un movimiento de este tipo es un peligro mortal para nuestro partido no comprender su profundo significado progresivo… Junto con el movimiento obrero, el nacionalismo (Levingston, La Hora del Pueblo, J.M) es la gran vertiente de la revolución socialista argentina… Se trata, en esta situación inestable en la cual vivimos, de precisar (principalmente si se abre la perspectiva electoral) aquéllas corrientes que actúan en el sentido de la independencia política del movimiento obrero y aquéllas que actúan en el sentido de la independencia económica del país. A para tratar de dar con la combinación concreta, es decir política, de ambas fuerzas… Por ejemplo, es indispensable que precisemos en relación a esas dos variables —independencia de clase o independencia nacional— qué significan la fracción Miguel y la fracción pro-Perón dentro de las 62 y de la CGT. Es muy posible que la fracción Miguel esté más próxima a la independencia de clase por razones burocráticas, pero sea más claudicante frente al imperialismo, en oposición a la de Perón que debe ser más consecuentemente antiyanqui, pero está totalmente en contra de la independencia política del movimiento obrero, que significaría su liquidación histórica…”(6). Simplemente, antológico: la independencia política de la clase obrera sería compatible con una política proimperialista. Así manejaba, el autor de la cita a la “dialéctica”. Los dos grandes factores de la “revolución” (la independencia de clase y el nacionalismo) asumían gran importancia.. “electoral”, se contraponían entre sí, y por todo esto la política “correcta” era que marcharan juntos. La simple lectura de estas verdaderas barbaridades es suficiente para entender por qué el nuevo partido que habría de crear Moreno, el PST, luego de algunos éxitos organizativos se transformara en parte del bloque de la “gobernabilidad” bajo Perón e Isabel y un completo cero a la izquierda bajo la dictadura.

 

El PRT (LV) apoyó a “las nuevas 62”, un sector que había tomado distancia de Perón con vistas a negociar un acuerdo por separado con la dictadura lanussista. Pero el “partido obrero de los 8” no tuvo oportunidad ni de morir antes de nacer.

 

A fines de 1971, el PRT (LV) planteó otro esquema: un polo socialista, para participar de las elecciones, algo que no tenía nada que ver con los burócratas “clasistas” ni con los “nacionalistas” económicos. “El polo socialista no existe, pero hay condiciones para que exista. De aquí que nuestro partido haya lanzado en forma exploratoria esta consigna. De aquí que estemos en conversaciones con otros grupos y partidos, que aunque no son revolucionarios están a favor de estos planteos… El polo socialista, seamos claros, no es el partido de la vanguardia obrera, pero su creación puede ayudar a que ésta lo vea como una alternativa” (7).

 

El polo socialista no tenía todavía programa ni consignas, y en esto seguramente residían sus méritos para convertirse en “alternativa”, es decir para captar incautos o para desnaturalizar a luchadores revolucionarios. “¿Qué entendíamos por tal (por polo socialista)?”, se preguntaba La Verdad (ídem) “Que en nuestro país—respondía—se diera un fenómeno parecido al de Chile, pero a una escala muchísimo menor de polarización de corrientes, grupos o personalidades, en torno a un eje socializante, antimperialista y pro-obrero” (8). Ni socialista, ni siquiera obrero, sino apenas favorable a…

 

Moreno no podía decir otra cosa cuando estaba en “conversaciones” con el grupo “socialista” liderado por Jorge Selser, integrante de La Hora del Pueblo, y con el de Coral, que había participado del ENA. Este “polo”, sin embargo, no prosperó.

 

Que el PRT (LV) haya planteado perspectivas en un acuerdo con un partido integrante de La Hora del Pueblo demuestra cuán lejos estaba de una política de independencia obrera y cuán cerca del “nacionalismo” y de la “institucionalización”. El acuerdo se terminó haciendo con Coral (“polo socialista”).

 

En una carta dirigida al PSA (Coral) — noviembre de 1971— el PRT (LV) señalaba su oposición a La Hora del Pueblo, el ENA y a la consigna “gobierno popular” pero enseguida aclaraba que “estas diferencias no son inconveniente para que ambas organizaciones consideren como altamente positivo el formar un frente obrero y socialista…” (9).

 

Al final, el “polo socialista” fue presentado como una maniobra para obtener la personería electoral. “Se trata de una alianza con fuerzas políticas centristas, como el PSA, que pueden facilitar el logro de la legalidad política”, que sin embargo, “se debe establecer sobre una base concisa y clara: Contra el GAN y todas sus variantes; por una Argentina Socialista; por un gobierno obrero y popular” (10). Moreno no se molestaba en explicar aquí por qué lo que era descalificado como una maniobra requería un acuerdo que fuese, además de "conciso”, “claro”, y que por “claro” entendiera la denuncia del GAN es decir de la Hora del Pueblo y el gobierno de Lanusse, y no a la propia Hora del Pueblo.

 

El PRT (LV) no renegará de ninguno de sus planteamientos anteriores y, en la nueva maniobra, dejará abiertas todas, absolutamente todas, las opciones.

 

PSA (SECRETARÍA CORAL)

 

En marzo de 1972, el PRT (LV) se disolvió en el PSA sobre la base de una resolución de los Centros Socialistas (de Coral), “Nuestra coincidencia se basa —decía LV— en que nuestra organización puede suscribir plenamente el documento de la tendencia de Coral…” (11). La coincidencia dejaba de ser, entonces, “concisa”, y mucho menos “clara”.

 

Esta resolución, con muy pocas modificaciones, se convirtió meses después (agosto 1972) en el programa del PSA. La resolución planteaba “la elección de un gobierno popular y obrero que asegure el camino hacia la hegemonía del proletariado y de su partido…”, un planteamiento que delata la intención de formular un programa muy definido, muy lejos de una maniobra organizativa. Se trata de una versión, claramente desmejorada, de la fórmula del “gobierno obrero-campesino” — transición hacia la dictadura del proletariado, y que por lo tanto no puede ser otra cosa que un gobierno de organizaciones democratizantes y de ningún modo realmente socialistas. A través del PSA el morenismo se esfuerza por definir su propia personalidad política, una “maniobra” que explica por qué los morenistas siempre se jactaron de haber absorbido al PSA, rechazando haberse “disuelto" en él. ¡Lo uno y lo otro!

 

Con relación a los métodos de lucha, señalaba “que la utilización de los medios legales de lucha a su alcance, no deben distraer la atención del Partido hacia la tarea de adecuar también su organización para aceptar y desarrollar la lucha por el Poder político, en toáoslos terrenos…”, invirtiendo los términos de la cuestión que hubieran debido plantear en forma subordinada los llamados métodos “pacíficos” o “parlamentarios” (“Somos parlamentarios hasta que se pruebe lo contrario” vendría a ser el eje de la resolución”).

 

Por último, la resolución terminaba planteando el “socialismo nacional” al subrayar que su internacionalismo no significaba “abdicar a su inalienable derecho a determinar su estrategia y sus tácticas a dirección u orientación alguna que no emane de las entrañas del proletariado y del pueblo argentino”. El patrioterismo del planteo no se limita al intelecto, incluye las vísceras.

 

Los primeros pasos del “polo” se dirigieron a interesar a sectores del Partido Socialista Popular y más concretamente a Alicia Moreau de Justo, buscando ampliarse hacia la derecha, específicamente en dirección a la socialdemocracia. El intento no prosperó porque el PSP estaba carcomido internamente, con algunas tendencias, partidarias del ingreso a La Hora del Pueblo.

 

A mediados de 1972. el PSA tuvo una entrevista oficial con el gobierno militar, al que presentó un memorial de varios puntos, básicamente dirigido a las FF.AA. y a la burguesía.

 

Allí se planteaba lo siguiente: a) que los militares “se retiren del ejercicio del poder”; b) un “pacto de garantías nacional, obrero y popular” con “todos los partidos que se reclaman de la clase obrera y el pueblo y sostengan la liberación nacional”; es decir, todo el mundo a excepción de Al-sogaray; c) los firmantes del pacto y la burocracia de la CGT debían controlar las elecciones, las cuales deberían ser para Asamblea Constituyente; d) esta Asamblea Constituyente designaría “un gobierno provisorio, obrero y popular” que “abrirá el camino para la construcción del socialismo”(12). ¡Un cronograma tan preciso y anticipado no hubiera debido necesitar ni “pactos”, ni “asambleas”, ni reuniones con gobiernos militares!

 

Se trató, como se ve, de un planteo que lejos de denunciar la “institucionalización” lanussista, proponía un acuerdo de conciliación de clases con los agentes civiles de las FF.AA.

 

El memorial se veía obligado a aclarar que “nada de esto (o sea, sus proposiciones) significa depositar confianza, y mucho menos apoyo, en el gobierno actual que permite (?) el encarcelamiento, la tortura y el ahogo de los trabajadores y el pueblo”. Todas estas posiciones constituyen el antecedente político del apoyo brindado-por el morenismo, con posterioridad a las modificaciones de la Constitución que propugnaba el lanussismo con vistas a cercenar aun más las libertades democráticas. “Nosotros, a diferencia de los demás partidos —decía AS N9 26, 23 de agosto de 1972— no cuestionamos las reformas que quieren introducir por sí las Fuerzas Armadas en la Constitución de 1853…”

 

Para esa misma fecha, el PSA dio a conocer su programa oficial. Este volvió con el tema del “gobierno obrero y popular” que se explicaba del siguiente modo: “Plantear a los trabajadores que se movilicen para imponer el inmediato retiro de las Fuerzas Armadas del poder y la convocatoria, bajo control de la CGT y los partidos obreros y populares, de una Asamblea Constituyente libre y soberana, elegida en comicios absolutamente democráticos. Que esta Asamblea Constituyente designe un gobierno provisional obrero y popular, que eche las bases para la construcción de una Argentina Socialista”. El “gobierno obrero y popular” no resultaba ser otra cosa que la convocatoria a una Asamblea Constituyente.

 

El programa acentúa las características reaccionarias de la resolución de los centros socialistas referida a los métodos de lucha, esto al plantear nada menos que “la supresión del rol represivo de las Fuerzas Armadas y su utilización al servicio de los intereses del capital”, sin reparar que con una fuerza armada se puede hacer cualquier cosa menos suprimir su rol represivo. El programa volvía a insisitir en su oposición a la necesidad de una Internacional, no digamos ya de reconstruir la IV Internacional.

 

De esta forma, a través del PSA, el morenismo consolida un programa definido de reformas dentro de las estructuras del Estado burgués y de colaboración de clases.

 

EL RETORNO DE PERÓN

 

Todo este balance demuestra que el morenismo utilizó a la legalidad electoral como una coartada política para poner en pie un partido centrista de vocación frentepopulista.

 

El retorno de Perón agudizó al extremo esta política capituladora. En setiembre de 1972, Cámpora (delegado de Perón), en un momento culminante de las negociaciones entre Lanusse y Perón, convocó a una reunión multipartidaria para “lograr coincidencias nacionales básicas”. La dictadura militar había planteado que los candidatos a las elecciones debían residir en el país con anterioridad al 25 de agosto, invitando a Perón a regresar al país para establecer las “reglas” del GAN o renunciar a la posibilidad de ser candidato. Perón rechazó el chantaje.

 

El PSA concurrió a la multipartidaria. “Confiamos —dijo Coral— en la decisión práctica de Perón que producirá la derogación de ese decreto absurdo (se refiere a la cláusula del 25 de agosto) con la presencia en el país y con la movilización de los trabajadores. Y decimos también que ese retorno de Perón tendrá que producirse, si se produce, no por la vía de la negociación, del diálogo, del participacionismo, de los buenos modales con Lanusse, y de la buena letra con los empresarios. Si se produce, se va a producir como se produjo el 17 de octubre, por la lucha de las masas, porque el 17 de octubre…” (13). “La realidad fue más rica” que el pronóstico de Coral, pero sirve como muestra de la falta de independencia política e ideológica del PSA. El propio Coral dijo también en esa reunión: “La solidaridad con todos los esfuerzos que se hagan por el retorno de Perón a la Argentina porque creemos que el peor crimen para el avance de las masas obreras en el país sería imponerles la arbitraria dispersión por el descabezamiento del único jefe que reconocen disciplinadamente” (ídem). En una declaración especial del Comité Nacional se agregaba: “En esta encrucijada, la legalidad para Perón y su derecho a ser candidato puede ser la prenda de unidad de los trabajadores argentinos y su vanguardia revolucionaria” (14).

 

La inminencia del retomo de Perón llevó al PSA a plantear: “Ojalá (el retorno) sea para imponer candidatos obreros luchadores”. Para eso propuso concretamente: “Perón no debe pactar un candidato con Balbín ni con el gobierno. Él tiene la obligación de entregar el 80% de sus listas para que sean llenadas por candidatos obreros elegidos por las bases” (AS N9 38, 15/11/72). De esta forma, en lugar de decirles a los trabajadores que Perón retornaba como parte de un programa de acuerdo con el lanussismo y el conjunto de la burguesía; que su retomo era para desviar a las masas del proceso revolucionario abierto con el Cordobazo; en lugar de esto el PSA reforzaba el elemento ilusorio en Perón que aún existía entre las masas.

 

El PSA (Coral), transformado en PST concurrió a las elecciones apoyando la política de “institucionalización” como un partido democratizante más.

 

EL TRIUNFO DEL FREJULI EL 11 DE MARZO

 

La caracterización que hizo el PST del triunfo del peronismo-Frejuli en las elecciones del 11 de marzo de 1973 fue absolutamente clara. Según AS, “la clase obrera y gran parte de las capas medias, votando juntas contra Lanusse y lo que él representa, definieron abrumadoramente las elecciones en la primera vuelta, pegando un formidable golpe a los planes ‘institucionalizadores’ de las Fuerzas Armadas” (15). Para agregar, más adelante, que “las elecciones golpearon también a los partidos con los cuales contaba el Ejército para hacer pasar su ‘GAN’”. En síntesis, todos los partidos eran caracterizados como agentes del gobierno militar, menos el frente de Perón con el Vaticano, el imperialismo europeo y la burguesía industrial. GAN y gobierno militar eran dos comodines de los que se valía el PST para no decir que gran parte de la clase capitalista, internacional incluso, había apoyado al Frejuli. Decir que la institucionalización fue derrotada —como dijo AS— porque el candidato lanussista sacó un 5% de votos era una tontería.

 

Con este balance, el PST fijó su pronóstico y su política respecto del nuevo gobierno. “La presión de los trabajadores y el pueblo movilizándose pueden lograr grandes concesiones a los trabajadores, yendo más allá de lo que tenían calculado… Pensemos nuevamente en el caso de Chile, donde apretado por las fuerzas sociales antagónicas, la única vía de sustentación del gobierno es apoyarse en las masas” (16). La comparación con Chile fue realmente una desgracia: ni la UP en el país trasandino ni el peronismo en Argentina fueron “más allá de lo que tenían calculado…”, para decir lo menos.

 

El morenismo aplaudió las primeras declaraciones y medidas de Cámpora basadas en el programa CGE-CGT de pacto social. “Algunas de estas medidas propuestas por Cámpora son positivas y el tono de su discurso es fuertemente antimperialista” (17).Un clásico pronunciamiento stalinista. El discurso del ministro del Interior, Righi, mereció también el apoyo del PST, y a pesar de que preservaba a la Policía de una depuración, y planteaba una especie de ley del olvido (18). En un memorial presentado a Cámpora, el PST decía: “apoyaremos toda medida positiva…”, recomendándole designar un “gabinete obrero designado por la CGT” (19).

 

El morenismo coincidía en todo esto con el mandelismo (Secretariado Unificado). AS justificó la publicación de una declaración del SU, porque se trata “de una política correcta frente al peronismo…” (20). La declaración planteaba el “apoyo crítico” al nuevo gobierno, al que definía como una “consecuencia de grandes movilizaciones de masas y de las valientes acciones de la vanguardia”, esto último por los grupos foquistas.

 

El retorno definitivo de Perón a la Argentina el 20 de junio de 1973 —masacre de Ezeiza— también fue apoyado por el PST. “La vuelta de Perón — sostuvo— es uno más entre los triunfos obtenidos por la clase trabajadora en el curso de las luchas que vienen golpeando al régimen patronal desde el 29 de mayo de 1969, fecha del Cordobazo” (21). Esta caracterización simplemente ocultaba que el retorno de Perón había sido accionado por el Vaticano y la derecha del peronismo para voltear a Cámpora, acusado de incapaz para contener los “desbordes izquierdistas”. Para colmo de desastres, el PST pronosticó que la presencia de Perón acentuaría las perspectivas antimperialistas del peronismo. “En su gobierno (1945-55), el General Perón tuvo fuertes roces con el imperialismo. Estos roces pueden volver a repetirse y, si el ritmo de las luchas obreras no decae, producir medidas positivas que, aunque parciales, rescaten para el país algún sector de nuestra economía, actualmente dominado por los monopolios” (22).

 

El derrocamiento de Cámpora por un putsch derechista, que llevó al gobierno al lopezreguista Lastiri, también fue apoyado por el PST. “Era correcto aceptar dicha renuncia (la de Cámpora) y dar la posibilidad al pueblo de votar por Perón” (23); Cámpora en verdad no había renunciado sino que fue obligado a hacerlo a través de un semigolpe de Estado. El ejército y la burguesía en su conjunto apoyaron la renuncia de Cámpora y apostaron a que subiera Perón.

 

Toda la burguesía y el stalinismo apoyaron la candidatura de Perón, gestando un frente nacional que obtuvo el 62% de los votos.

 

La política del PST ante el nuevo gobierno de Perón fue de apoyo crítico. Criticó el “pacto social” porque los trabajadores no habían sido consultados.

 

La política económica del nuevo gobierno mereció el apoyo del PST. “Este Gabinete Económico — le dijo Coral a Gelbard— ha demostrado una sensibilidad democrática… Señalamos que estamos complacidos con una serie de medidas que ha tomado el gabinete económico, como el rompimiento del bloqueo a Cuba, la importancia que se da al mercado de los países socialistas, a las relaciones económicas con ellos; también nos complace la exposición del Dr. Cañero en cuanto al criterio con que enfoca la actividad de la Caja (de Ahorro y Seguro) los problemas de vivienda, de salud, de las carnes. Nuestra crítica seguirá por los mismos carriles, pero con respeto y con toda responsabilidad…” (24).

 

 La política económica de Perón estuvo naturalmente al servicio del capital: congeló salarios y convenciones colectivas para imponer por las buenas (inflación cero) y las malas (regimentación de los sindicatos) su objetivo de “paz social”, esto en una etapa política extremadamente convulsiva. Por otro lado, sólo entabló relaciones comerciales con Cuba, China y la URSS después que el imperialismo yanqui diera la luz verde (viajes de Nixon a China y Moscú).

 

Desde el punto de vista político, el peronismo se convertiría en una pieza clave de la política yanqui para América Latina, en especial para respaldar los golpes militares de Uruguay y Chile, y para abrir negociaciones con Cuba.

 

El PST llegó a apoyar el proyecto de la ley de asociaciones profesionales, (que diera origen a innumerables manifestaciones en su contra del movimiento obrero), en el que veía “un proyecto con puntos positivos”, “¿…tenemos que estar en contra de este proyecto de ley?” —se preguntaba AS N2 70 (1/8/73)— “Terminantemente NO”.

 

EL INGRESO AL “BLOQUE DE LOS 8”

 

El gobierno de Perón se caracterizó por los golpes que intentó infringirle a la clase trabajadora, a las libertades democráticas y a la Juventud Peronista. Produjo una andanada de leyes represivas y de fortalecimiento de los aparatos represivos y burocráticos.


Perón buscó establecer un gobierno bonapartista; pero no lo logró. El pacto social, las leyes de asociaciones profesionales, de reformas al código penal fueron sucumbiendo por las contradicciones internas del gobierno.

 

El propio Perón se vio entonces obligado a utilizar métodos terroristas, lo cual se consolidó después de su muerte. Una expresión de lo que decimos fue el “navarrazo”, (febrero 1974) el golpe policial-fascista en Córdoba, que desplazó de la gobernación a la izquierda peronista de Obregón Cano-Atilio López. Perón dejó actuar a estas bandas y, una vez asegurada la destitución del gobierno provincial, intervino la provincia por vía parlamentaria.

 

Un mes más tarde, sin embargo, un reguero de ocupaciones de fábrica en Villa Constitución terminó en victorias que consolidaron a una nueva dirección, la encabezada por el entonces clasista Alberto Piccinini.

 

Perón comprendió que el GAN estaba naufragando por la beligerancia obrera, y entonces dio dos pasos aparentemente contradictorios. Abrió una vía de acuerdo con el conjunto de los partidos burgueses “opositores”, al mismo tiempo que le daba vía libre a las bandas terroristas (navarrazo, masacre de Pacheco, etc.). El objetivo de éstas era el aplastamiento de la vanguardia obrera y estudiantil, mientras “los 8”, preservando el GAN, actuaban como dique “democrático” de contención de los trabajadores.

 

Como respuesta al “navarrazo” y a las ocupaciones de fábrica en Villa Constitución, el PST propuso un frente democrático de naturaleza frentepopulista. “Todas las fuerzas obreras y populares —proponía AS N2 96, 20/3— deben exhibir su presencia militante y unirse en defensa de las libertades democráticas. Es necesario y urgente que todos los Partidos Políticos digan su palabra y actúen en este sentido: enérgicamente, para que todo el país quede notificado que ninguna aventura golpista contará con el apoyo de la civilidad”. Una semana después, Coral ingresaba a Olivos junto al PC y seis partidos patronales (UCR, PRC, PSP, PI, UDELPA, PDP).

 

El PST más tarde ha querido embrollar las cosas diciendo que no hubo tal bloque porque no se firmó ningún documento conjunto (basta leer A.S. del 28 de marzo para ver la vehemencia con que defendieron haber firmado un documento de principios en el bloque). La política que el morenismo desarrolló con posterioridad coincide con los términos del documento que supuestamente no habían firmado.

 

El PST justificó su ingreso a este bloque diciendo que “nos está permitido, y a veces es imprescindible, organizar y realizar acciones prácticas en defensa de los derechos democráticos conjuntamente con organizaciones y tendencias no proletarias. Esa es la enseñanza de Lenin” (Respuesta del PST al SU). Agregaba más adelante: la reunión de Olivos, “era un acto formal de gobierno, de características casi parlamentarias”.

 

Pues bien, el “bloque de los 8” en dos años —¡y qué años!— se caracterizó por no hacer ninguna, absolutamente ninguna, acción práctica por las libertades democráticas. Su función —que el PST ocultó— fue asociar a direcciones que se reclaman de la izquierda y obreras a una política de colaboración de clases y de contención de las masas. Por eso la clave está cuando el PST dice que era un “acto parlamentario”. Eso fue, no una acción práctica, circunstancial, delimitada, de movilización de las masas sino una acción de colaboración de clases, parlamentaria, en el terreno del Estado burgués.

 

El PST defendió su ingreso y permanencia en este bloque porque este bloque defendía la “institucionalización”. ¿Qué significaba esto? “Nosotros la entendíamos como el proceso de conquista de libertades democráticas abierto por el Cordobazo. Proceso que incluye no sólo las conquistas democráticas de la clase obrera, sino la existencia de instituciones burguesas como el parlamento, que creemos es necesario defender de todo posible golpe de derecha hasta tanto no tengamos la fuerza suficiente para tomar el poder” (respuesta del PST al SU).

 

(En oportunidad del triunfo del Frejuli el 11 de marzo, el PST habría dicho que se había derrotado la “institucionalización”, ahora, que había que defenderla. La “institucionalización” es usada “a piacere”, pero siempre en el sentido del apoyo al gobierno peronista). Pero el “bloque de los 8” defendía al gobierno que impulsaba las acciones de la derecha, alegando que era atacado por ella, es decir que hacía un trabajo inmundo y sucio de encubrimiento del lopezreguismo. El PST prefirió cobijarse detrás de la hopocresía de un peligro golpista para defender al gobierno que socavaba las libertades democráticas y asesinaba a los militantes populares. El PST dejó de esgrimir el peligro del golpe a partir de julio de 1975, cuando Videla fue nombrado comandante en jefe y comenzaron los preparativos del golpe militar.

 

El argumento que dio el PST para defender la institucionalización no era nada original: retomaba los argumentos clásicos de los PC, los cuales, en nombre del peligro fascista y derechista, justificaban el frente popular, o sea la alianza con la burguesía llamada democrática. El trotskismo demostró que el frente popular era, sin embargo, la antesala del fascismo que se pretendía combatir y, en último caso, un recurso del imperialismo contra la posibilidad de una revolución proletaria. La reciente experiencia chilena con la UP paralizada ante el golpe de Pinochet confirmaba nuevamente el programa trotkista.

 

El PST pretendió justificar también su ingreso a este bloque con el argumento de que ello le permitía un acceso a los medios de comunicación para denunciar al gobierno y la represión. La realidad fue muy distinta: “El socialismo de los trabajadores… luchará por la continuidad de este gobierno —dijo Coral en una de las tantas multisectoriales— porque fue elegido por la mayoría de los trabajadores argentinos y porque permite el ejercicio de algunas libertades democráticas…” (25).

 

Tan paralizante fue este bloque frentepopulista que el PST —en forma capituladora— llegó a sostener que la UCR “vacilaba” en la lucha democrática y no que encubría con lenguaje democrático el terrorismo de derecha. “La seriedad política que hemos encontrado en la UCR (AS N2 130, 28/11/74) nos obliga a hacer nuestra crítica a esta fuerza, máxime cuando, a nuestro juicio, sus posiciones vacilantes están favoreciendo el crecimiento de la extrema derecha…” Eso impidió —dijeron más adelante—“que los 9 se transformen en un núcleo coordinador de una movilización democrática y no pasen, como ha ocurrido hasta ahora, de una mesa de discusión a todas luces insuficientes (?) para defender las libertades públicas” (Ídem). El lenguaje de Codovilla.

 

La política del PST ante el gobierno de Isabel y López Rega se basó en la expectativa de una reacción de los partidos burgueses “democráticos”. “En su momento —AS N9 134, 30/12/74— los Nueve fueron la única posibilidad seria y real de iniciar un proceso de movilización de masas… Nadie podría decir que el PST no exploró y seguirá explorando todas las posibilidades de la realidad…” A eso se resumió su política.

 

Afines de mayo de 1975, esto es, en el umbral de la huelga general, el PST seguía afirmando, esta vez ante una declaración (una entre tantas) del radicalismo: “A los socialistas… la declaración del radicalismo nos parece que ayuda a la campaña para terminar con la violencia asesina del fascismo… Creemos que ella contribuye a crear el clima social de repudio necesario para aplastar al fascismo…” (26). ¡Para el PST, una declaración radical pulverizaba al fascismo!

 

Con esta política, el PST no previó ni intuyó la huelga general de junio-julio de 1975, que iba a demoler al gobierno peronista.

 

EL PST Y LA HUELGA GENERAL

 

Apenas se conoció el Plan Rodrigo, la clase obrera ganó la calle, pasando por encima de la burocracia. En Córdoba y Santa Fe el 6, 10 y 12 de junio se desarrollaron grandes paros activos y también en la zona norte del Gran Buenos Aires (Ford). Durante todo el mes de junio, los abandonos de planta fueron permanentes, hasta que finalmente, obligada por las circunstancias, la burocracia tuvo que decretar un paro activo para el 28.

 

Las movilizaciones adoptaron de inmediato una proyección política de ruptura con el gobierno, abriendo paso a una situación revolucionaria. Las masas —rotas sus ilusiones en el peronismo— emprendieron el camino de una acción histórica independiente, arrastrando tras de sí a todos los sectores explotados y poniendo en crisis al régimen de dominación burgués: el gobierno peronista, sostenido con los métodos del terrorismo y en el sistema de alianzas del GAN.

 

La primera reacción del PST ante las manifestaciones huelguísticas fue… ¡reprocharle a los trabajadores su marcado carácter antiburocrático! Así, en AS del 13 de junio criticaba, como un error divisionista, a los obreros de Fiat Córdoba por haber repudiado a un burócrata. En una situación de huelgas y abandonos de fábrica, el PST se limitó a plantear que “nada se firme en las paritarias sin discutirlo en asamblea del gremio” porque “de esta manera, estaremos en mejores condiciones para encarar un plan de lucha único, que puede llegar a la huelga general” (27). Es decir, ni siquiera proponía un plan de lucha inmediato y en AS del 21 de junio se insistía en las mismas generalidades.

 

La clave para entender esto está en que mientras el PST no proponía nada para centralizar las luchas del movimiento obrero, firmaba sendos acuerdos en defensa de la institucionalización en el “resucitado” bloque, ahora de los 9.

 

Y acá aparecieron en toda su dimensión los acuerdos de frente popular: porque no fue la supuesta amenaza de un golpe derechista sino la huelga general que amenazaba al Estado burgués. El PST, mientras no tenía consignas para el movimiento obrero sellaba acuerdos con las fuerzas políticas burguesas en defensa de las instituciones, esto es, del régimen contra el que se levantaban las masas.

 

Recién el 30 de junio, es decir, dos días después del paro activo de la CGT, el PST planteó una perspectiva política a la huelga… pero a favor de la recomposición burguesa.

 

“En la Plaza de Mayo el balcón está definitivamente vacío, pero en el Congreso podemos triunfar”, (28). Es que, según el PST, a los obreros “los ha reconfortado leer que el bloque sindical de la CGT en la Cámara de Senadores y Diputados, apoyado por el Frejuli, la UCR y todos los representantes partidarios apoyan nuestra lucha…”. La canallada política que hay aquí es enorme. El PST se refugiaba en el Parlamento, absolutamente paralizado en los días de huelga, y proponía el mantenimiento del gobierno peronista con un cambio ministerial, con que un sindicalista ocupara la presidencia del Senado. Arenglón seguido, aclaraba que si la burocracia dividía al justicialismo “está abierta la posibilidad de que surja un partido basado en los sindicatos y en la CGT. Se conquistaría así, por esa vía, el objetivo revolucionario más importante…” (29).

 

A mediados de julio, planteó la renuncia de Isabel y la elección por el Parlamento de un gremialista como presidente interino, que convocaría a una Asamblea Constituyente.

 

Varios meses después (diciembre), al explicar por qué retiraban a partir de entonces la consigna de "renuncia de Isabel”, el PST decía (en AS N2 174, 5/12/75): “La renuncia, tal como la pedimos nosotros, para abrir paso a elecciones verdaderamente libres ya no es posible. Todas las grandes organizaciones: la CGT, el Parlamento, los mandos militares, los partidos políticos patronales, es decir, todas las fiierzas que en la huelga general de junio-julio estaban detrás del movimiento obrero y reclamando, con algunas diferencias el alejamiento del Gobierno (por supuesto que con objetivos distintos a los nuestros) ahora están a favor de que se quede”. Interpretando que los partidos del recambio burgués estaban por la permanencia de Isabel abandonaban -ellos también— esa consigna. ¡Pero los partidos patronales en esa fecha ya estaban por la caída de la presidenta!

 

La huelga general —como puede apreciarse— acentuó el giro frentepopulista del PST, no por un cambio en su política sino que ante la incapacidad del peronismo para contener a los trabajadores y ante el desborde obrero, la burguesía necesitaba más que nunca de su contrapeso “democrático”. Y el PST, al igual que el PC, hicieron causa común con la burguesía en favor del recambio burgués y en defensa de la “institucionalización”. La razón de clase para ello es que ambos querían seguir alimentándose de las migajas de la democracia y crecer a su sombra.

 

Esta política los llevó a abandonar reivindicaciones elementales de la democracia política. Veamos.

 

Libertad a los presos: Argumentando contra los atentados foquistas, el PST planteó que no había que reclamar la libertad de todos los presos, incluidos los guerrilleros, porque éstos no eran presos políticos. Sintetizó su posición en el reclamo de libertad a los que están a disposición del PEN, haciendo del status jurídico burgués de los presos una divisoria de aguas. Con esta posición, el PST rompía la posibilidad del frente único por las libertades porque dividía primero a los presos en las cárceles y al movimiento democrático y segundo, justificaba la represión supuestamente contra los foquistas, en lugar de denunciarla como pantalla y justificativo para atacar al movimiento obrero.

 

Condolencias a los militares: En oportunidad del asesinato del vicecomodoro Rolando Sileoni, director de Inteligencia del Ministerio de Defensa, el PST se solidarizó “con el dolor de sus familiares y colegas…” (AS N9 163, 19/9/75). De esta forma, pretendiendo escudarse en una posición anti-foquista, el PST se solidarizaba con el alto mando militar, con los colegas del vicecomodoro, esto es, con los Capellini (los que tres meses después lanzaron la intentona contrarrevolucionaria).

 

LA HUELGA DEL SMATA Y LA MULTISECTORIAL DE CÓRDOBA

 

El gobierno de Isabel intentó recomponerse de la huelga general sobre la base de un acuerdo con la burocracia sindical verticalista y un sector de la burguesía industrial representado por el plan Cafiero-Di Telia. Este se basaba en una tregua social por 180 días, la imposición del Instituto de las Remuneraciones como paso tendiente a anular los convenios y concesiones a la burocracia para lograr una cierta regimentación del movimiento obrero.

 

Este plan estalló con la huelga general del gremio mecánico ante el llamado laudo 29. Este laudo otorgaba mejoras salariales a la rama automotriz de la UOM como base para absorber al SMATA en el gremio metalúrgico, eje del verticalismo. La posición correcta consistía en promover la unidad de los metalúrgicos y mecánicos contra la burocracia y el gobierno reclamando la efectivización de las mejoras de la rama automotriz y plantear que las asambleas de metalúrgicos y mecánicos decidieran soberanamente a qué gremio debían pertenecer.

 

En volantes y declaraciones, el PST llamó al gremio mecánico a reclamar la anulación del laudo 29, con lo que enfrentaba a los mecánicos con los metalúrgicos, haciendo de la defensa de los previlegios burocráticos de Rodríguez el eje de su política. De aquí que criticaron a las comisiones internas mecánicas opositoras (Mercedes Benz, etc.) que apoyaron las movilizaciones contra la regimentación gubernamental-burocrática pero que se negaron a servir de comparsa de la burocracia de Rodríguez.

 

El triunfo de los mecánicos, y las luchas salariales en bancarios y otros gremios, quebraron este intento de recomposición gubernamental. La sublevación golpista de la Fuerza Aérea en diciembre de 1975 intentó precipitar la caída del gobierno, abriendo las compuertas a una salida contrarrevolucionaria. Este intento no prosperó, pero fue marcando todo un alineamiento golpista en la burguesía y en las FF.AA.

 

Una consecuencia directa fue el auge terrorista de los meses de diciembre y enero, con una treintena de secuestros y asesinatos en Córdoba, lo mismo en La Plata y Villa Constitución, etcétera.

 

En Córdoba, estas movilizaciones adquirieron un gran desarrollo e intensidad. El gobierno provincial —intervención Bercovich-Rodríguez— apeló entonces al método de la multisectorial.

 

Convocó a una reunión de ese tipo y lanzó demagógicamente la idea de realizar una "marcha del silencio” de repudio a los secuestros, pero sin ponerle fecha. Pretendía así diluir la movilización obrera detrás de una promesa vaga, al mismo tiempo que canalizarla detrás de los planteamientos burgueses multisectoriales. La Comisión de Familiares de los Desaparecidos tomó la idea de la “Marcha” y decidió concretarla para la mañana del mismo día de la multisectorial. Esta iniciativa suscitó rápidamente el apoyo de las principales fábricas y de todos los sectores obreros, juveniles y populares de la ciudad: la marcha se perfilaba, así, como una verdadera movilización masiva y unitaria contra el terrorismo.

 

Precisamente por esto, la Intervención prohibió la marcha, y mantuvo la convocatoria de la multisectorial para conservar las expectativas en una acción deliberativa, controlada, de los partidos burgueses. Lógicamente, esta multisectorial no resolvió nada pero le sirvió a la intervención para ganar tiempo y diluir las movilizaciones.

 

El PST participó de la multisectorial. Ala salida de ésta, el representante del PST sostuvo: “Nosotros consideramos que es positivo el inicio de este tipo de reuniones…” (30). Ratificando esta conducta, Avanzada Socialista del 9/2, agregó: “El sólo hecho de realizarse la reunión era un paso muy importante en la lucha contra los secuestros”. “Si bien no se tomó ninguna resolución (sic) la reunión fue muy útil (sic) porque permitió expresar el repudio generalizado a las bandas armadas y sentó un precedente (sic) para encarar futuras acciones comunes”. ¿Dónde está la “acción práctica” en defensa de los derechos democráticos? El PST reivindicó el emblocamiento con los partidos burgueses liberales, no alrededor de acciones prácticas, delimitadas, sino como tal: “El solo hecho de realizarse la reunión…”; “…es positivo el inicio de este tipo de reuniones”, etc. En síntesis: la posición del PST fue de ocultamiento de la real función y resultado de la multisectorial y esto era precisamente lo que buscaban la Intervención y los partidos liberales: que las organizaciones obreras convenzan a los trabajadores en lucha que hay que reemplazar la movilización por la confianza en las palabras de los políticos, la Iglesia y gobernantes.

 

Un mes después estalló el golpe de Videla, que encontró al PST totalmente desarmado políticamente para enfrentarlo, además de no haberlo previsto, porque hasta las propias vísperas del golpe insistía en que la burguesía no quería desplazar al peronismo del gobierno. La primera posición del PST ante el golpe fue calificarlo de “democrático”, “proinstitucional”, limitado a reprimir sólo al foquismo y no al movimiento obrero. Sobre esto volveremos en la próxima nota.

 

NOTAS

 

(1) N. Moreno, noviembre de 1970, Después del Cordobazo, pág. 46, diferenciado del original.

(2) ídem, pág. 46-47, subrayado del original.

(3) ídem, Pág. 47

(4) La Verdad, 13/4/1971.

(5) LV, ídem.

(6) Después del Cordobazo, agosto, 1970, subrayado original, pág. 40.

(7) LV, N° 293, 8/12/71.

(8) ídem, pág. 3.

(9) La Verdad N° 294,15/12/71

(10) LV N° 295. 22/12/71.

(11) N° 296,9/2/71.

(12) Avanzada Socialista N° 25.

(13) Las Bases, 21/9/72

(14) AS N° 29, 13/9/72

(15) AS N° 52, 15/3/73

(16) ídem, 15/3/73

(17) A.S. N° 61,30/5/73.

(18) A.S. N° 63, 13/6/73

(19) A.S. N° 60, 23/5/73

(20) A.S. N° 63, 13/6/73

(21) A.S. N° 64, 20/6/73

(22) ídem.

(23) AS N° 69, 25/7/73

(24) A.S. N° 79, 10 /10/1973

(25) AS N° 125, 15/10/74

(26) AS N° 148,31/5/75

(27) AS, 13/6/75

(28) 30/6, Boletín especial

(29) AS N° 152, 5/7/75

(30) La Voz del Interior, 24/1/76