sábado, 13 de enero de 2024

“Lenguaje inclusivo” en el Frente de Izquierda, una adaptación electoralista al “giro lingüístico”

Bajo el fundamento antimarxista de que todo lo que no se nombra, no existe, el FIT-U oficializó a su interior la utilización “inclusiva” de la “x” y la “e”. La adhesión a este “lenguaje” ultramarginal es la confesión sin tutía de que no pretende llegarle y, por ende, organizar a la clase obrera, sino hacerle seguidismo estratégico al “reformismo” de les progres. Milei y lxs libertarixs festejan.  

 


Por Iván Marín

 

Hace unos días reflexionamos sobre el uso autoritario que una parte del activismo hace del llamado “lenguaje inclusivo”, en especial con la utilización de la “x” y la “e”. Entrelazamos esa discusión con el arribo de Milei y la ultraderecha al gobierno del país. Ahora nos enfocaremos en un aspecto que en aquella oportunidad esbozamos al pasar pero que consideramos más grave, por las implicancias estratégicas que eso admite: la adhesión de la casi totalidad del Frente de Izquierda a la “inclusividad” que aportaría el uso de la “x” y la “e”. Lo que para algunos podría suponer una concesión nimia, cuando no una actualización inevitable a los “tiempos que corren”, en realidad encubre o, mejor dicho, pone de manifiesto por enésima vez el carácter esencialmente oportunista del acuerdo electoral, y el cretinismo parlamentario que se desprende del desvarío programático y estratégico de los partidos que lo componen.

 

El debate en torno al estatus del lenguaje en la teoría del conocimiento no es ninguna novedad en la historia universal de las ideas. Sin miedo a exagerar, podríamos afirmar que se encuentra sino en el centro de la reflexión del ser humano desde los primeros tiempos en que el hombre comenzó a pensarse a sí mismo, al menos sí es parte de ella. Como suele pasar en otros aspectos relacionados sobre la discusión de ideas, es un lugar común remitirse a la Grecia Clásica para enfocarse en quizás el primer superclásico que vivió la historia sobre el tema: el que enfrentó a los sofistas con los filósofos que pusieron a la razón y, por ende, a la búsqueda de la verdad, en el centro de sus reflexiones. Los primeros no pretendían asirse de ninguna verdad y planteaban que el objetivo de la filosofía era persuadir y, por lo tanto, la retórica y, con ella, el lenguaje en particular jugaba un rol fundamental. A su vez, los sofistas vendían sus servicios a quienes podían comprárselos. Del otro lado, los filósofos clásicos, con Sócrates, Platón y Aristóteles a la cabeza, ubicaban a la búsqueda de la verdad en el centro de sus reflexiones, y el lenguaje era un instrumento para llegar a ella. Con sus peculiaridades, este debate dividió aguas a lo largo de la historia de las ideas: nominalistas versus realistas se sacaron chispas durante siglos, por citar uno de los ejemplos más conocidos.


Los prolegómenos del “giro lingüístico” pueden rastrearse desde comienzos del siglo pasado, o incluso a finales del anterior, pero no fue recién hacia finales de los años ´60, y sobre todo en los ´70 y ´80, que se impuso como corriente teórica al interior de la academia, centrándose marcadamente en dos ámbitos geográficos: el anglosajón, por un lado, y la Europa continental, por el otro. No hace falta ser muy perspicaz para observar que la imposición de lo que efectivamente se conoce como “giro lingüístico” es contemporánea de la derrota de los proyectos revolucionarios, la proliferación de las dictaduras militares en América Latina y luego la vuelta a los regímenes constitucionales -en realidad, contrarrevoluciones democráticas-, e incluso la restauración capitalista en Europa del Este y China. Es decir, con un proceso reaccionario, que en lo económico se bautizó como “neoliberalismo”, cuyos éxitos estructurales en favor de las patronales, sobre todo en nuestro país, aun siguen vigentes. El “fin de los grandes relatos”, como caracterizó a esta época Jean-François Lyotard, en su clásico libro “La condición posmoderna”, se materializó en la academia en la micropolítica, la política de las identidades y, sobre todo, en el desplazamiento del estudio material de lo social, -entendido como lucha de clases y las leyes que dan cuenta de la estructura de la sociedad capitalista-, al más inofensivo ámbito simbólico, es decir del lenguaje y sus múltiples expresiones “contingentes”, -siempre contingentes. En paralelo, el propio marxismo tras la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en Europa, fue alejándose de “la calle” y concentrándose en la academia, en temas relacionados sobre todo con la filosofía y el arte. 


Como se imaginará el lector, esta fue una época de reflujo de la teoría y, por supuesto, en la estrategia marxista. Cualquier mención a los clásicos de dicha corriente -desde Marx y Engels, hasta, y, sobre todo, Lenin y Trotsky- era mala palabra, con la salvedad de Antonio Gramsci, quien pasó a ser por lejos el marxista más adulado por la academia burguesa, cuya interpretación de su legado no pudo sino ser en clave reformista, seguramente porque el núcleo duro de sus planteamientos teóricos y políticos adolecían de mayores debilidades que los de los autores citados con antelación. En términos generales, se postuló que no habría una realidad por fuera del discurso, por lo que no existirían los hechos sino solamente interpretaciones. Lo que históricamente se conoció como realidad no era más que una construcción lingüística. Estas sentencias fueron llevadas al absurdo por algunas corrientes y movimientos sociales, como en la frase que es un lugar común de los movimientos LGTBI y del feminismo radical, “lo que no se nombra, no existe”. En Argentina, esta perspectiva política es la que sustenta el reemplazo de la consigna de "30000 compañeros desaparecidos" por la estrambótica e inconsistente "30400 compañerxs desaparecidxs". No debe dajar de señalarse que adherir a esta visión del mundo posmoderna no implica necesariamente aprobar o coincidir con el uso del "lenguaje inclusivo". Sin embargo, no cabe dudda de que en este conjunto de estados de cosas se encuentra su fundamento teórico y, por ende, político. 


La derrota de la revolución en la lucha de clases tuvo su expresión en la derrota del marxismo en la academia, que no se debió a la falta de respuestas teóricas -aunque algo de eso pudo haber habido, en especial ausencias de respuestas políticas en la mayoría de los partidos que se reivindicaban revolucionarios-, sino a una correlación de fuerzas desfavorable, en un ámbito en el que, con sus matices, en general ya venía jugando de visitante. Pese a que, con las restauraciones capitalistas, alrededor de mil quinientos millones de trabajadores se sumaron al círculo de la producción capitalista mundial, teorías que llegaron a tener mucho peso en el ámbito académico postularon el “fin del trabajo” y cuestionaron la centralidad de la clase obrera en la estructura económica y política mundial. En carreras como Filosofía en la UBA, y con seguridad en muchos otros establecimientos del país y del mundo, hasta hace poco se veían en primer año filósofos popes de la posmodernidad y del “giro lingüístico” en particular, incluso de filosofía analítica anglosajona, pero durante los cinco años de cursada se esquivaban a los grandes filósofos o corrientes de pensamiento del siglo xix que brindaron una perspectiva totalizadora o integradora de la compleja realidad social, como Hegel o el propio Marx. En Ciencia Política distintas teorías del lenguaje cobraron centralidad en los planes de estudio, sobre todo en materias como sociología y sus derivados y, especialmente, en la teoría política contemporánea. En la Comunicación Social y el periodismo esto llegó a límites extravagantes, pero será tema de un artículo específico, más adelante.


Previsiblemente fue la crisis capitalista la que puso en cuestión esta visión del mundo hegemónica, al finalizar la última década del siglo pasado, y sobre todo a partir de la monumental crisis financiera de 2007-2008, que nunca se superó y que fue partera de movimientos de masas como el de los “Indignados”, la “Primavera Árabe”, o más cercano en el tiempo las rebeliones en Latinoamérica y otros países del mundo. La pandemia en 2020, como subproducto de la crisis climática generada por el capitalismo, y el escenario de guerra mundial en Ucrania y Palestina, y potencialmente en Taiwán, son algunos ejemplos, del nocaut que sufrieron los postulados teóricos y políticos del posmodernismo.


A contrapelo de esto último, es decir cuando el marxismo comienza a ser teóricamente revisitado y la lucha de clases a nivel mundial cobra mayor vigor, los partidos del Frente de Izquierda y de los Trabajadores Unidad, deciden adherir formalmente al “lenguaje inclusivo”. Es lo que se desprende de sus materiales periodísticos oficiales. El MST (Movimiento Socialista de los Trabajadores) fue quien tomó la iniciativa, al que le siguió el PTS (Partido Socialista de los Trabajadores) y el Partido Obrero oficial, tras la expulsión de 1500 militantes que se organizaron primero como Tendencia del Partido Obrero y después como Política Obrera. La adhesión tardía al posmoderno “giro lingüístico” de estas fuerzas políticas coincide con el viraje profundamente electoralista de estas corrientes, en especial del PTS y el PO. Lo que para algunos puede ser una nimiedad, en realidad concentra el ADN de la existencia oportunista de este frente, cuya única razón de ser es la electoral: no organiza a la clase obrera para luchar ni mucho menos le proporciona un programa y una estrategia para llegar al poder.


La adhesión a los postulados del posmodernismo no se dio en los últimos años, pero sí se acentuó en el seguidismo a sus expresiones más notorias: el feminismo radical, liberal y antiobrero; el ambientalismo sin perspectiva de clase; el indigenismo nacionalista; la burocracia sindical y los partidos políticos “reformistas” -las comillas no son decorativas, desde un perspectiva histórica el reformismo agotó sus fuerzas hace varias décadas, pues el capitalismo se encuentra em una etapa de descomposición marcada por crisis y guerras. Las elucubraciones “teóricas” que elaboran estas corrientes en realidad no son más que justificaciones enmarañadas de su seguidismo al progresismo -el PTS, por ejemplo, hace casi una década publicó un libraco de 600 páginas de estrategia política en donde intentaron articular a Trotsky con el teórico de la guerra, Carl von Clausewitz, en lo que se puede resumir como una tentativa ecléctica de reformulación del Frente Único Obrero, por el cual se le dio sustento “teórico” a todos sus acuerdos de aparatos: con la Confederación Mapuche de Neuquén, las conducciones sindicales, al PJ-kirchnerismo, por citar algunos casos. Los autores de ese libro ahora escriben sus artículos en La Izquierda Diario en “lenguaje inclusivo” (sic, mil veces sic). Pasaron del “Stalin, el gran organizador de derrotas” de Trotsky a cualquier libro de saldo de Darío Sztajnszrajber sin solución de continuidad.


No es que el marxismo estuviese ajeno a las discusiones del “giro lingüístico” y no haya aportado a una teoría del lenguaje. Nada más lejano. Pero para el socialismo las distintas formas que revisten las opresiones bajo el capitalismo se resolverán en el terreno de la lucha de clases, por lo que no se pueden poner todas las contradicciones o antagonismos al mismo nivel: si el motor de la historia es la lucha de clases y la contradicción capital-trabajo es la que determina y condiciona todas las opresiones, la estrategia de un partido revolucionario debe estar centrada en brindarle un programa, es decir, una salida al sujeto revolucionario, o sea, a la clase obrera. La clase obrera y el pueblo no hablan ni hablarán en “lenguaje inclusivo”, por lo que su uso por parte de un partido de izquierda solo se explica en su intento por llegarle a otros sectores, en este caso el progresismo, con el mezquino objetivo de cuidar la quintita parlamentaria. Y en el caso del Frente de Izquierda esto es más patente que en ninguna otra fuerza política: como se adelantó más arriba, el uso de la “x” y la “e” por parte de los partidos que lo integran, coincidió con su conformación colectivo electoral y, en especial, con la obtención de bancas legislativas.


En un interesante artículo, titulado "El inclusivo con E, lenguaje de centroizquierda", el investigador y docente marxista Hernán Díaz reflexiona respecto al uso del “inclusivo” con “e”, cuyas conclusiones nosotros extenderemos también al uso de la “x”: "La raíz del problema con el inclusivo con E está en el nefasto trabajo de deformación ideológica que vienen haciendo los principales teóricos del posmodernismo, desde hace cuatro décadas hasta hoy. Según Roland Barthes, ´el lenguaje es fascista`, es decir que nos hace decir cosas que no queremos, de manera despótica. Como un jerarca nazi, el lenguaje es inalcanzable y está más allá de las intenciones de los hablantes. Para Michel Foucault, el lenguaje es una cárcel de la que los hablantes no pueden salir, porque todas las relaciones sociales son relaciones discursivas. En todas y cada una de sus frases, el lenguaje es sujeto y el individuo es su predicado (el lenguaje ´nos habla`). Según Lacan, el significado circula libremente en la cadena de significantes, es decir que todo escapa a las intenciones de los hablantes. Estas concepciones nefastas han educado a varias generaciones de estudiantes y de intelectuales.


El lenguaje es, para estos representantes de la decadencia científica del capitalismo, un objeto autosuficiente, separado de la masa hablante, una fuerza opresiva imposible de controlar. No existe dialéctica entre el sujeto y la tradición, que efectivamente ´oprime el cerebro de los vivos como una pesadilla`, pero la posibilidad del cambio y la revolución se da justamente cuando el ser humano se sacude de encima esa pesadilla. Y el cambio no es un suceso único y excepcional, sino que es la lucha diaria del hombre contra las tradiciones. Pero el cambio (la revolución) es un fenómeno que a los posmodernos les queda muy grande. Cuando se produjo la revolución bolchevique, los intelectuales rusos comprobaron, quizás con sorpresa, que se seguía ´hablando ruso en Rusia`. Quería decir que los cambios políticos no tenían la misma lógica que los cambios en el lenguaje. Esta verdad evidente es reemplazada por la centroizquierda, para la cual la perspectiva de un cambio social se ha trasladado de la instancia política a la instancia de la subjetividad. Allí está su fracaso”.


Díaz concluye sus reflexiones aconsejando a la izquierda: “La izquierda no debe utilizar el inclusivo con E, debe utilizar el lenguaje que utiliza el 90% de la gente, el 95% del tiempo. Una cosa serán las incursiones ocasionales de los militantes en las redes sociales, otra muy diferente son los programas y declaraciones ´oficiales` de la izquierda, en cualquiera de sus vertientes. La izquierda debe utilizar el lenguaje de la mayoría”. Sobre el particular, más adelante amplía: “Se entiende que algunos dirigentes estén muy mimetizados con ciertos ambientes feministas, pero hay que considerar que la izquierda no se dirige exclusivamente a ese sector: la izquierda le habla a toda la gente, a todas las clases explotadas. Y hay muchas personas en esas clases que rechazan tajantemente el lenguaje inclusivo con E (mientras que es favorable o indiferente ante expresiones del lenguaje inclusivo, como ´presidenta`, ´ministra`, etc.)”. Y, finaliza: “La izquierda va más allá de ello y mira más lejos que el sector militante kirchnerista que vive enarbolando esta práctica lingüística. No se debe hacer seguidismo con esta cuestión, se la debe considerar un fenómeno inocuo o bien un elemento que dé la posibilidad de volver a plantear cuestiones ideológicas y filosóficas más profundas”.


Es evidente que la izquierda a la que se refiere Díaz, en especial el FITU, no lo escuchó o no quiso escucharlo. El texto, fechado el 25/8/22, por otra parte, llegó cuando este tipo de prácticas ya se encontraban consolidadas en el Frente de Izquierda y en la mayor parte de las corrientes populistas de izquierda, -léase, guevaristas de todo tipo. El autor mencionado depositó -¿y deposita?- expectativas en una corriente que fue ganada por el progresismo con antelación a su adhesión al “lenguaje inclusivo”. Esta falta de independencia de clase quedó de manifiesto en toda su expresión en los últimos meses: primero, negándose a agitar el voto en blanco o su impugnación en el balotaje de noviembre, y, luego, haciéndole un seguidismo criminal a la conducción de la CGT: no sólo le piden un paro al principal escollo que tiene la clase obrera para su autoorganización, sino que además ayer trascendió una reunión con dicha cúpula en la que no se esgrimió ninguna crítica por la ausencia de medidas de fuerzas en los últimos 4 años, el silencio frente a la inflación y la devaluación de los salarios y, más en general, la complicidad con el contenido de conjunto del DNU y la ley ómnibus. La política de buenos modales con les progres se trasladó a la burocracia sindical, a la que, obviamente, no le exige comunicados en “lenguaje inclusivo”, como sí lo hacen en todos los frentes donde participan. La foto con la CGT solo abona más confusión a la clase obrera en su conjunto y, en este marco, es funcional al bloqueo de las autoconvocatorias, pues el principal objetivo del paro aislado de 12 horas es contener el descontento social. La participación en él debe hacerse a condición de no generar ninguna expectativa en la buruocracia sindical y con la perspectiva de desarrollar las autoconvocatorias obreras y populares y el objetivo de imponer la huelga general hasta derrotar las política de Milei, que es lo mismo que plantear la caída del conjunto de su gobierno. 


Se precisa con urgencia una reorganización de la vanguardia obrera y socialista del país que discuta un programa de independencia de clase, en la perspectiva estratégica de la construcción de una herramienta internacional de la clase obrera, la reconstrucción de la IV Internacional.

 

 

1 comentario: