La noticia del asesinato de Charlie Kirk, influencer reaccionario de estrechos lazos políticos con el fascista Donald Trump, despertó una inmediata simpatía en importantes franjas del activismo militante de la izquierda y el progresismo a nivel mundial. A continuación, compartimos 5 artículos de León Trotsky polemizando con el terrorismo individual y los límites e inconvenientes que este supone para la organización consciente de la clase obrera en su lucha contra los capitalistas.
Por Iván Marín
Atentados como el que se cobró la vida del
ultraconservador Charlie Kirk no son nuevos en la política, como así tampoco la
reflexión teórica y estratégica desde una perspectiva marxista. León Trotsky
ubica su génesis en la lucha de los populistas rusos contra el zarismo, hacia
finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte. El revolucionario ruso
escribió mucho sobre el particular. En esta oportunidad compartiremos cinco textos
seleccionados y prologados por Will Reissner que se encuentran publicados en el
sitio marxists.org.
ACERCA
DEL TERRORISMO
Índice
Introducción (Will Reissner, 1974)
La posición marxista acerca del terrorismo individual
(León Trotsky, 1911)
La bancarrota del terrorismo (León Trotsky, 1909)
El terrorismo y el régimen estalinista en la Unión
Soviética (León Trotsky, 1937)
A favor de Grynszpan: contra las bandas fascistas y la
canalla estalinista (León Trotsky, 1939)
El terrorismo y los asesinatos de Rasputín y Nicolás
II (León Trotsky, 1938)
Notas
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Editado por: Will Reissner, 1974.
Publicado por: Secretariado Centroamericano del Centro
Internacional del Trotskismo Ortodoxo.
Edición digital: Secretariado Centroamericano del
Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo, septiembre de 2001.
Fuente: El Trabajador Centroamericano, página del
Secretariado Centroamericano del Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo.
Esta edición: Marxists Internet Archive, noviembre de
2001.
INTRODUCCIÓN
La efectividad del terrorismo individual como método
para lograr un cambio social era una de las cuestiones más calurosamente
debatidas en el movimiento revolucionario ruso a finales del siglo pasado y
comienzos de éste. Los marxistas rusos desarrollaban una constante lucha
polémica contra las fuertes organizaciones terroristas, la Narodnaia Volia
(Voluntad del Pueblo) y el Partido Social Revolucionario. A la orientación
terrorista hacia los asesinatos individuales de funcionarios odiados y a las
acciones de pequeños grupos, los marxistas contraponían la necesidad de
organizar las masas de obreros y campesinos rusos para la acción contra el zarismo.
En los últimos años, como respuesta a las brutalidades
e inhumanidades del capitalismo, ha habido un incremento de los secuestros,
ejecuciones, bombas y otros actos de terrorismo individual cometidos por grupos
radicalizados. La última década ha visto el surgimiento de organizaciones
terroristas en muchas partes del mundo, por ejemplo los Tupamaros en Uruguay,
varias en la Argentina, ETA en España, el IRA Provisional en Irlanda, la
organización palestina Setiembre Negro y diversos grupos pequeños en los Estados
Unidos como los Weathermen y el Ejército de Liberación Simbiótico. Los mismos
problemas que debatía hace tres cuartos de siglo el movimiento revolucionario
ruso se discuten ahora nuevamente en todo el mundo.
Esto realza la importancia de los cuatro escritos
sobre el terrorismo individual que hemos seleccionado de León Trotsky,
dirigente de la revolución Rusa y fundador de la Cuarta Internacional. Aunque
fueron escritos entre 1909 y 1939, los temas que tratan hoy son nuevamente
objeto de acaloradas controversias en el movimiento revolucionario.
La oposición de Trotsky al terrorismo individual no
surge de ninguna aversión pacifista, moralista o ética hacia la violencia en
cualquier situación, ni de ilusiones reformistas sobre la posibilidad de una
revolución social pacífica. Más bien surgía de una comprensión básica de la
inefectividad del terrorismo individual como estrategia para el cambio social.
Repitió una y otra vez los tres temas principales de sus argumentos: primero,
que los actos terroristas no pueden eliminar más que a miembros individuales de
la clase dominante y no a la propia clase dominante; segundo, que el terrorismo
es un intento de sustituir la movilización social necesaria de las propias
masas con las proezas técnicas de un pequeño grupo; y tercero, que no importa
cuánto quieran los terroristas ligar sus proezas al movimiento de masas y a la
lucha de clases, la necesidad de insistir en la más estricta seguridad y
clandestinidad, y los esfuerzos que implica la preparación de las acciones
obligan inevitablemente a los terroristas a abandonar todo trabajo agitativo y
organizativo en la clase obrera y el campesinado.
Junto con las principales figuras del marxismo
revolucionario, Trotsky hacía una distinción fundamental entre el terrorismo
individual, sobre el que trata esta selección, y el terrorismo revolucionario
que las masas oprimidas pueden emplear contra sus opresores, como ocurrió por
ejemplo en la Guerra Civil rusa o sucede ahora en Vietnam, en respuesta al
despliegue terrorista iniciado por los contrarrevolucionarios. Su respuesta
definitiva a las críticas de Karl Kautsky al "Terror Rojo" de la Guerra
Civil rusa se editó con el título de Terrorismo y comunismo.
Marzo de 1974
Will Reissner
LA POSICIÓN MARXISTA ACERCA DEL TERRORISMO
INDIVIDUAL
[Este artículo apareció originalmente en la edición de
noviembre de 1911 de Der Kampf (Nuestra Lucha), órgano teórico de la
socialdemocracia austríaca, con el título “Acerca del terrorismo”. Trotsky lo
escribió a pedido de Federico Adler, director de Der Kampf, como respuesta a
las actitudes terroristas que ciertos elementos difundían en la clase obrera
austríaca. La traducción del ruso al inglés fue realizada por Marilyn Vogt y
George Saunders.]
Nuestros enemigos de clase tienen la costumbre de
quejarse de nuestro terrorismo. No resulta claro qué quiere decir. Les gustaría
ponerles el rótulo de terrorismo a todas las acciones del proletariado
dirigidas contra los intereses del enemigo de clase. Para ellos, el método
principal del terrorismo es la huelga. La amenaza de una huelga, la
organización de piquetes de huelga, el boicot económico a un patrón
superexplotador, el boicot moral a un traidor de nuestras propias filas: todo
esto y mucho más es calificado de terrorismo. Si por terrorismo se entiende
cualquier que atemorice o dañe al enemigo, entonces la lucha de clases no es
sino terrorismo. Y lo único que resta considerar es si los políticos burgueses
tienen derecho a proclamar su indignación moral acerca del terrorismo proletario,
cuando todo su aparato estatal, con sus leyes, policía y ejército no es sino un
instrumento del terror capitalista.
Sin embargo, debemos señalar que cuando nos echan en
cara el terrorismo, tratan, aunque no siempre en forma consciente, de darle a
esta palabra un sentido más estricto, menos indirecto. Por ejemplo, la
destrucción de las máquinas por parte de los trabajadores es terrorismo en este
sentido estricto del término. La muerte de un patrón, la amenaza de incendiar
una fábrica o matar a su dueño, el atentado a mano armada contra un ministro:
todos éstos son actos terroristas en el sentido estricto del término. No obstante,
cualquiera que conozca la verdadera naturaleza de la socialdemocracia
internacional debe saber que ésta se ha opuesto de la manera más
irreconciliable a esta clase de terrorismo.
¿Por qué? El "terror" mediante la amenaza o
la acción huelguística es patrimonio de los obreros industriales o agrícolas.
La significación social de una huelga depende, en primer término, del tamaño de
la empresa o rama de la industria afectada; en segundo lugar, del grado de
organización, disciplina y disposición para la acción de los obreros que
participan. Esto es cierto tanto en una huelga económica como en una política.
Sigue siendo el método de lucha que surge directamente del lugar que en la
sociedad moderna ocupa el proletariado en el proceso de producción.
Para desarrollarse, el sistema capitalista requiere
una superestructura parlamentaria. Pero al no poder confinar al proletariado en
un ghuetto político, debe permitir tarde o temprano, su participación en
el parlamento. En las elecciones se expresa el carácter masivo del proletariado
y su nivel de desarrollo político, cualidades determinadas por su rol social,
sobre todo por su rol en la producción.
Al igual que en una huelga, en las elecciones el
método, objetivos y resultado de la lucha dependen del rol social y la fuerza
del proletariado como clase.
Sólo los obreros pueden hacer huelga. Los artesanos
arruinados por la fábrica, los campesinos cuya agua envenena la fábrica, los
lumpenproletarios en busca de un buen botín, pueden destruir las máquinas,
incendiar la fábrica o asesinar al dueño.
Sólo la clase obrera consciente y organizada puede
enviar una fuerte representación al parlamento para cuidar de los intereses
proletarios. Sin embargo, para asesinar a un funcionario del gobierno no es
necesario contar con las masas organizadas. La receta para fabricar explosivos
es accesible a todo el mundo, y cualquiera puede conseguir una pistola.
En el primer caso hay una lucha social, cuyos métodos
y vías se desprenden de la naturaleza del orden social imperante; en el
segundo, una reacción puramente mecánica que es idéntica en todo el mundo,
desde la China hasta Francia: asesinatos, explosiones, etcétera, pero
totalmente inocua en lo que hace al sistema social.
Una huelga, incluso una modesta, tiene consecuencias
sociales: fortalecimiento de la confianza en sí mismos de los obreros,
crecimiento del sindicato, y, con no poca frecuencia, un mejoramiento en la
tecnología productiva. El asesinato del dueño de la fábrica provoca efectos
policíacos solamente, o un cambio de propietario desprovisto de toda
significación social.
Que un atentado terrorista, incluso uno
"exitoso", cree la confusión en la clase dominante depende de la
situación política concreta. Sea como fuere, la confusión tendrá corta vida; el
estado capitalista no se basa en ministros de estado y no queda eliminado con
la desaparición de aquéllos. Las clases a las que sirve siempre encontrarán
personal de reemplazo; el mecanismo permanece intacto y en funcionamiento.
Pero el desorden que produce el atentado terrorista en
las filas de la clase obrera es mucho más profundo. Si para alcanzar los
objetivos basta armarse con una pistola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha
de clases? Si una medida de pólvora y un trocito de plomo bastan para perforar
la cabeza del enemigo, ¿qué necesidad hay de organizar a la clase? Si tiene
sentido aterrorizar a los altos funcionarios con el rugido de las explosiones,
¿qué necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y
elecciones si es tan fácil apuntar al banco ministerial desde la galería del
parlamento?
Para nosotros el terror individual es
inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su
propia conciencia, las hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y
esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir
su misión.
Los profetas anarquistas de la "propaganda por
los hechos" pueden hablar hasta por los codos sobre la influencia
estimulante que ejercen los actos terroristas sobre las masas. Las
consideraciones teóricas y la experiencia política demuestran lo contrario.
Cuanto más "efectivos" sean los actos terroristas, cuanto mayor sea
su impacto, cuanto más se concentre la atención de las masas en ellos, más se
reduce el interés de las masas en ellos, más se reduce el interés de las masas
en organizarse y educarse.
Pero el humo de la explosión se disipa, el pánico
desaparece, un sucesor ocupa el lugar del ministro asesinado, la vida vuelve a
sus viejos cauces, la rueda de la explotación capitalista gira como antes: sólo
la represión policial se vuelve más salvaje y abierta. El resultado es que el
lugar de las esperanzas renovadas y de la excitación artificialmente provocada
viene a ocuparlo la desilusión y la apatía.
Los esfuerzos de la reacción por poner fin a las
huelgas y al movimiento obrero de masas han culminado, generalmente, siempre y
en todas partes, en el fracaso. La sociedad capitalista necesita un
proletariado activo, móvil e inteligente; no puede por tanto, tener al
proletariado atado de pies y manos por mucho tiempo. En cambio la
"propaganda por los hechos" de los anarquistas ha demostrado cada vez
que el Estado es mucho más rico en medios de destrucción física y represión
mecánica que todos los grupos terroristas juntos.
Si esto es así, ¿qué pasa con la revolución? ¿Queda
negada o imposibilitada? De ninguna manera. La revolución no es una simple suma
de medios mecánicos. La revolución sólo puede surgir de la agudización de la
lucha de clases, su victoria la garantiza sólo la función social del
proletariado. La huelga política de masas, la insurrección armada, la conquista
del poder estatal; todo está determinado por el grado de desarrollo de la
producción, la alineación de las fuerzas de clase, el peso social del proletariado
y, por último, por la composición social del ejército, puesto que son las
fuerzas armadas el factor que decide el problema del poder en el momento de la
revolución.
La socialdemocracia es lo bastante realista como para
no desconocer la revolución que está surgiendo de las circunstancias históricas
actuales; por el contrario, va al encuentro de la revolución con los ojos bien
abiertos. Pero, a diferencia de los anarquistas y en lucha abierta con ellos,
la socialdemocracia rechaza todos los métodos y medios cuyo objetivo sea forzar
el desarrollo de la sociedad artificialmente y sustituir la insuficiente fuerza
revolucionaria del proletariado con preparaciones químicas.
Antes de elevarse a la categoría de método para la
lucha política el terrorismo hace su aparición bajo la forma del acto
individual de la venganza. Así fue en Rusia, patria del terrorismo. Los azotes
a los presos políticos llevaron a Vera Zasulich a expresar el sentimiento de
indignación general con un atentado contra el general Trepov. [1] Su ejemplo
cundió entre la intelectualidad revolucionaria, desprovista del apoyo de las
masas. Lo que comenzó como un acto de venganza perpetrado en forma inconsciente
fue elevado a todo un sistema en 1879-1881. [2] Las oleadas de atentados
anarquistas en Europa Occidental y América del Norte siempre se producen
después de alguna atrocidad cometida por el gobierno: fusilamientos de
huelguistas o ejecuciones de la oposición política. La fuente psicológica más
importante del terrorismo es siempre el sentimiento de venganza que busca una
válvula de escape.
No hay necesidad de insistir en que la
socialdemocracia nada tiene que ver con esos moralistas a sueldo que, en
respuesta a cualquier acto terrorista, hablan solamente del "valor
absoluto" de la vida humana. Son los mismos que en otras ocasiones, en
nombre de otros valores absolutos -por ejemplo, el honor nacional o el
prestigio del monarca- están dispuestos a llevar a millones de personas al
infierno de la guerra. Hoy su héroe nacional es el ministro que da la orden de
abrir fuego contra los obreros desarmados, en nombre del sagrado derecho a la
propiedad privada; mañana, cuando la mano desesperada del obrero desocupado se
crispe en un puño o recoja un arma, hablarán sandeces acerca de lo inadmisible
de la violencia en cualquiera de sus formas.
Digan lo que digan los eunucos y fariseos morales, el
sentimiento de venganza tiene sus derechos. Habla muy bien a favor de la moral
de la clase obrera el no contemplar indiferente lo que ocurre en éste, el mejor
de los mundos posibles. No extinguir el insatisfecho deseo proletario de
venganza, sino, por el contrario, avivarlo una y otra vez, profundizarlo,
dirigirlo contra la verdadera causa de la injusticia y la bajeza humanas: tal
es la tarea de la socialdemocracia.
Nos oponemos a los atentados terroristas
porque la venganza individual no nos satisface. La cuenta que nos debe
saldar el sistema capitalista es demasiado elevada como para presentársela a un
funcionario llamado ministro. Aprender a considerar los crímenes contra la
humanidad, todas las humillaciones a que se ven sometidos el cuerpo y el
espíritu humanos, como excrecencias y expresiones del sistema social imperante,
para empeñar todas nuestras energías en una lucha colectiva contra este
sistema: ése es el cauce en el que el ardiente deseo de venganza puede
encontrar su mayor satisfacción moral.
LA BANCARROTA DEL TERRORISMO
[Este es un extracto del artículo titulado "El
colapso del terror y de su partido (Acerca del caso Azef)" publicado
originalmente en el periódico polaco Przeglad Socyal-demokratyczny en
mayo de 1909.]
[Se trata de un análisis de las sensacionales
revelaciones acerca de Evno Azef, alto dirigente de la Organización de Combate,
brazo terrorista del Partido Social Revolucionario.A principios de 1909 se
reveló que Azef era agente de la policía secreta zarista. En el curso de su
trabajo como provocador, Azef llegó a ser responsable del asesinato del
ministro cuyo departamento lo había contratado. (Los dos tercios restantes de
este artículo aparecen en The Militant del 1º de febrero de 1974.)]
Durante todo un mes, la atención de toda persona capaz
de leer y reflexionar ha estado dirigida hacia el caso Azef, tanto en Rusia
como en el resto del mundo. Todos conocen el "caso" a través de la
prensa legal y las crónicas parlamentarias, por el pedido de interpelación
sobre Azef presentado por algunos diputados en la Duma.
Ahora Azef ha tenido el tiempo necesario para pasar a
la trastienda. Su nombre aparece cada vez menos. Sin embargo, antes de relegar
a Azef al basural de la historia de una vez por todas, creemos necesario
resumir las principales lecciones políticas, no en lo que hace a las
maquinaciones tipo Azef en sí, sino con respecto al terrorismo en su
conjunto, y a la actitud que mantienen hacia el mismo los principales partidos
políticos del país.
El terror como método para la revolución política es
nuestro aporte "nacional" ruso.
Por supuesto que el asesinato de "tiranos"
es casi tan antiguo como la institución de la "tiranía", y los poetas
de todas las épocas le han cantado más de una loa a la daga libertadora.
Pero el terror sistemático, que asume la tarea de
eliminar a sátrapa tras sátrapa, ministro tras ministro, monarca tras monarca
-"Sashka tras Sashka" (Diminutivo aplicado a los zares Alejandro II y
Alejandro III. [N. Del T.]) como formulara familiarmente el programa del
terrorismo un militante de Narodnaia Volia en 1880- esta clase de terror, que
se ajusta a la jerarquía burocrática del absolutismo y crea su propia
burocracia revolucionaria, es producto de los singulares poderes creadores de la
intelectualidad rusa.
Desde luego, deben existir profundas razones para
esto. Debemos buscarlas, primero en la naturaleza de la autocracia rusa, y
luego en la naturaleza de la intelectualidad rusa.
Para que la idea misma de destruir el absolutismo por
medios mecánicos pudiese difundirse, el aparato estatal hubo de aparecer como
un simple órgano de coerción externo, sin raíces en la organización social. Y
ésa es, precisamente, la forma que asumió la autocracia rusa a ojos de la
intelectualidad revolucionaria.
Esta ilusión poseía un fundamento histórico propio. El
zarismo se formó bajo la presión de los estados culturalmente más adelantados
de Occidente. Para poder competir, debía desangrar a las masas populares y
moverles así el piso a las propias clases privilegiadas. Estas clases no
pudieron alcanzar el nivel político de sus similares de Occidente.
A ello se agregó, en el siglo XIX, la fuerte presión
de la Bolsa de Comercio europea. Cuanto mayores eran las sumas que ésta le
prestaba al régimen zarista, menos dependía éste de las relaciones económicas
internas.
El capital europeo le permitió armarse de tecnología
europea, convirtiéndolo así en una organización (relativamente, desde luego)
"autosuficiente", ubicada por encima de todas las clases sociales.
Semejante situación naturalmente podía dar surgimiento
a la idea de hacer volar esta superestructura foránea con dinamita. La
intelectualidad se sintió llamada a realizar esta tarea. Al igual que el
Estado, la intelectualidad habíase desarrollado bajo la presión directa e
inmediata de Occidente; al igual que su enemigo el Estado, se adelantó al nivel
de desarrollo económico del país: el Estado, tecnológicamente; la intelectualidad,
ideológicamente.
Mientras que en las viejas sociedades burguesas
europeas las ideas revolucionarias se desarrollaron más o menos a la par de las
grandes fuerzas revolucionarias, en Rusia los intelectuales tuvieron acceso a
la cultura y política prefabricada de Occidente; su pensamiento sufrió una
revolución antes de que el desarrollo económico del país hubiese dado
surgimiento a clases revolucionarias serias en las cuales apoyarse.
En estas circunstancias, nada les quedaba a los
intelectuales sino multiplicar su ardor revolucionario con el poder explosivo
de la nitroglicerina. Así surgió el terrorismo clásico de Narodnaia Volia.
Alcanzó su cenit en dos o tres años y luego quedó
rápidamente reducida a la nada, habiendo consumido en sus fogosas luchas todas
las reservas de combate que la intelectualidad, numéricamente débil, era capaz
de proveer.
El terror de los socialrevolucionarios fue en gran
medida producto de los mismos factores históricos: por un lado, el despotismo
"autosuficiente" del estado ruso; por otro, la
"autosuficiente" intelectualidad rusa.
Pero dos décadas no habían transcurrido en vano, y
cuando aparece la segunda oleada de terroristas, lo hacen como epígonos, con el
sello "perimidos por historia".
La época del "Sturm und Drang" (tormenta y
tensión) capitalista de las décadas 1880-1890 dieron nacimiento y permitieron
la consolidación de un gran proletariado industrial, afectando seriamente el
aislamiento económico del campo y ligándolo más estrechamente a la fábrica y la
ciudad.
Detrás de Narodnaia Volia no había realmente una clase
revolucionaria. Los socialrevolucionarios simplemente no querían ver al
proletariado industrial; al menos, no fueron capaces de apreciar su
significación histórica.
Por supuesto, sería fácil juntar una docena de citas
de la literatura socialrevolucionaria para demostrar que ellos no plantean
hacer terrorismo en lugar de la lucha de masas, sino junto a las mismas. Pero
éstas sólo atestiguan la lucha que los ideólogos del terror han debido librar
contra los marxistas, ideólogos de la lucha de masas.
Ello no cambia las cosas. El trabajo terrorista, por
su propia esencia, exige tal concentración de energías para el "gran
momento", tal sobreestimación de la significación del heroísmo individual
y, por último, una conspiración tan hermética que -psicológica si no
lógicamente- excluye totalmente el trabajo organizativo y la agitación entre
las masas.
Para los terroristas, no existen más que dos focos
centrales en el terreno político: el gobierno y la Organización de Combate.
"El gobierno está dispuesto a aceptar temporalmente la existencia de todas
las demás corrientes -escribía Gershuni [uno de los fundadores de la
Organización de combate de los socialrevoluconarios] a sus camaradas en
momentos en que pendía sobre él una sentencia de muerte-, pero ha decidido
dirigir todos sus golpes hacia la destrucción del Partido Social
Revolucionario."
"Confío sinceramente -decía Kaliaev [otro
terrorista socialrevolucionario]-, en que nuestra generación, dirigida por
la Organización de Combate, liquidará la autocracia."
Todo lo que queda afuera del marco del terror no es
más que la puesta en escena para la lucha; en el mejor de los casos, un medio
auxiliar. Con el fogonazo enceguecedor de las bombas que explotan, los
contornos de los partidos políticos y las líneas divisorias entre las clases en
lucha desaparecen sin dejar rastros.
Y escuchamos la voz de Gershuni, el mayor de los
románticos y el mejor activista del nuevo terrorismo, instando a sus camaradas
a "evitar una ruptura no solo con las filas revolucionarias, sino también
con los partidos de oposición en general".
"No en lugar de las masas, sino junto
con ellas." El terrorismo, empero, es una forma de lucha demasiado
"absoluta" como para contentarse con un papel limitado y subordinado
dentro del partido.
Engendrado por la falta de una clase
revolucionaria, resucitado luego por la falta de confianza en las masas
revolucionarias, el terrorismo puede subsistir solamente si explota las
debilidades y falta de organización de las masas, si minimiza sus conquistas y
exagera sus derrotas.
"Ven que es imposible, dada la naturaleza del
armamento moderno, que las masas populares utilicen tridentes y palos -armas
milenarias de defensa popular- para destruir las bastillas de los tiempos
modernos", dijo Jdanov, abogado defensor de los terroristas, durante el
juicio de Kaliaev.
"Después del 9 de enero [3] comprendieron bien la
situación; y respondieron a la ametralladora y al fusil de repetición con el
revólver y la bomba; ésas son las barricadas del siglo XX."
Los revólveres de los héroes en lugar de los
palos y tridentes del pueblo; bombas en lugar de barricadas: tal es la
verdadera fórmula del terrorismo.
Y sea cual fuere del papel subordinado que le asignan
al terrorismo los teóricos "sintéticos" del partido, siempre ocupa,
en los hechos, el sitio de honor. Y la Organización de Combate, colocada por la
dirección del partido bajo el Comité Central, inevitablemente termina
colocándose por encima del Comité Central, por encima del partido y
todas sus tareas, hasta que el destino cruel coloca bajo el Departamento
de Policía.
Y es precisamente por ello que la caída de la
Organización de Combate, como resultado de la infiltración policial, significa
inevitablemente la caída política del partido.
EL TERRORISMO Y EL RÉGIMEN STALINISTA EN
LA UNIÓN SOVIÉTICA
[Para justificar el terror oficial desatado contra la
oposición de izquierda trotskista -y prácticamente contra toda la vieja
generación revolucionaria- en las sangrientas purgas de los años 30, Stalin y
su aparato policial y judicial lo acusaron de conspiración y terrorismo
antisoviéticos, incluyendo el sabotaje, asesinato, etcétera.]
[En el siguiente testimonio, pronunciado ante la
"Comisión Internacional de Investigación de los Cargos pronunciados contra
León Trotsky en el juicio de Moscú" el 17 de abril de 1937, Tortsky se
refirió al trasfondo político de las acusaciones de Stalin contra la Oposición,
explicando por qué los terroristas no podían siquiera pensar en recurrir al
terror en la lucha contra la burocracia stalinista en la URSS.]
[Las referencias al asesinato de Kirov aluden a Sergio
Kirov, dirigente del Partido Comunista de Leningrado, asesinado por Nikolaiev
en diciembre de 1934. Nikolaiev había apoyado a Zinoviev en la Oposición
conjunta de 1926-27. Su atentado terrorista fue utilizado para enjuiciar a
Zinoviev, Kamenev y otros grandes dirigentes de la Revolución Rusa por
complicidad con el asesinato. [4]]
Si el terror es factible para un bando, ¿por qué
considerarlo vedado para el otro? Este razonamiento, seductoramente simétrico,
es falso hasta la médula. No se puede colocar el terror de una dictadura contra
su oposición en el mismo plano que el terror de la oposición contra la
dictadura. Para la camarilla dominante, la preparación de asesinatos por
intermedio de una corte o de una emboscada es lisa y llanamente un problema de
técnica policial. En la eventualidad de un fracaso, siempre pueden sacrificarse
algunos agentes de segunda categoría. Para la oposición, el terror supone la
concentración de todas sus fuentes en la preparación de los atentados, sabiendo
de antemano que cada atentado, tenga o no éxito, provocará la liquidación de
decenas de sus mejores hombres. Una oposición no podría permitirse ese
insensato despilfarro de sus fuerzas. Por esta razón y por ninguna otra, la
Comintern no recurre a actos terroristas en los países donde imperan las
dictaduras fascistas. La Oposición tiene tan poco interés en la política
suicida como la Comintern.
Según la acusación, rayana en la ignorancia y la
haraganería mental, los "trotskos" están decididos a liquidar al
grupo dominante para abrirse el camino al poder. El filisteo corriente, sobre
todo si lleva la chapa de "amigo de la URSS" razona de la siguiente
manera: "La Oposición no puede sino luchar por el poder y debe, por
tanto, odiar al grupo que lo detenta. ¿Por qué, entonces, no ha de recurrir al
terrorismo?" En otros términos, para el filisteo la cuestión termina
donde en realidad comienza. Los dirigentes de la Oposición no son advenedizos
ni novatos. El problema no radica en si luchan o no por el poder. Toda
tendencia política sería lucha por el poder. La pregunta es: ¿Podía la
Oposición, educada por la enorme experiencia del movimiento revolucionario,
creer por un solo instante que el terror es capaz de aproximarla al poder? La
historia rusa, la teoría marxista y la psicología política responden: ¡No, no
podía!
Aquí es necesario clarificar, aunque sea brevemente,
el problema del terror desde el punto de vista de la historia y la teoría. En
la medida en que se me tacha de iniciador del "terror antisoviético",
debo darle a mi exposición un carácter autobiográfico. En 1902, recién llegado
a Londres, luego de casi cinco años de prisión y exilio en Siberia, tuve la
ocasión, en un artículo recordatorio del bicentenario de la fortaleza de
Schlusselburg, con sus trabajos forzados, de enumerar a lo revolucionarios
muertos bajo la tortura en ese lugar. "Las sombras de esos mártires
claman por la venganza..." Pero agregué inmediatamente: "Una
venganza no personal sino revolucionaria. No la ejecución de un ministro sino
la de la autocracia." Esas líneas iban dirigidas contra el terror
individual. Su autor tenía veintitrés años de edad. Desde los primeros días de
su actividad revolucionaria ya era un adversario del terrorismo. De 1902 a 1905
pronuncié, en varias ciudades de Europa, ante estudiantes y emigrados rusos,
decenas de informes políticos contra la ideología terrorista, que a comienzos
de siglo volvía a cundir entre la juventud rusa.
A partir de la década de 1880, dos generaciones de
marxistas rusos experimentaron la era del terror, aprendieron sus trágicas
lecciones y asimilaron orgánicamente una actitud negativa hacia el
aventurerismo heroico del individuo solitario. Plejanov, fundador del marxismo
ruso; Lenin, dirigente del bolchevismo; Martov, máximo representante del
menchevismo; todos ellos dedicaron miles de páginas y cientos de discursos a la
lucha contra la táctica terrorista.
La inspiración ideológica proveniente de estos
maestros del marxismo alimentó mi actitud hacia la alquimia revolucionaria de
los círculos intelectuales cerrados durante mi adolescencia. Para nosotros, los
revolucionarios rusos, el problema del terror era una cuestión de vida o muerte
en el sentido tanto político como personal del término. Para nosotros, el
terrorista no era un personaje novelesco sino un ser humano viviente y
familiar. En el exilio convivimos con los terroristas de la vieja generación. En
las cárceles y bajo la custodia policial conocimos terroristas de nuestra misma
edad. Nos enviábamos mensajes, en la fortaleza de Pedro y Pablo, con los
terroristas condenados a muerte. ¡Cuántas horas, cuantos días, invertimos en
apasionada discusión! ¡Cuántas veces rompimos relaciones personales por esta
cuestión tan candente! La literatura rusa sobre el tema, alimentada por estos
debates, llenaría una gran biblioteca.
Las explosiones terroristas aisladas son inevitables
allí donde la oposición política traspasa ciertas fronteras. Semejantes actos
tienen casi siempre un carácter sintomático. Pero la política que consagra al
terror, la que lo eleva a la categoría de sistema, eso es otra cosa. "El
trabajo terrorista -escribí en 1909-, por su propia esencia, requiere tal
concentración de energías para el ‘gran momento’, tal sobreestimación de la
significación del heroísmo personal y, por último, una conspiración tan
hermética que [...] excluye totalmente el trabajo organizativo y de agitación
entre las masas [...]. Al luchar contra el terrorismo, la intelectualidad
marxista defendió su derecho o su deber de no salir de los barrios obreros para
cavar túneles bajo los palacios de los zares o grandes duques". Es
imposible engañar a la historia. A la larga la historia coloca a cada cual en
su lugar. La característica fundamental del terrorismo como sistema es que
busca compensar su falta de fuerza política mediante compuestos químicos.
Existen, desde luego, circunstancias en que el terror puede sembrar la
confusión entre las filas gobernantes. Pero, en ese caso, ¿quién puede cosechar
los frutos? No la organización terrorista, ni las masas a cuyas espaldas
transcurre el duelo político. Así en su momento, los burgueses liberales rusos
simpatizaron con el terrorismo. La razón es clara. En 1909 escribí: "En
la medida en que el terror siembra la confusión y la desorganización en las
filas del gobierno (al precio de desorganizar y desmoralizar las filas
revolucionarias), les hace el juego nada menos que a los liberales".
Encontramos la misma idea, expresada en casi las mismas palabras, un cuarto de
siglo más tarde en relación al asesinato de Kirov.
El hecho mismo de los actos terroristas individuales
es señal inconfundible del atraso político de un país y de la debilidad de las
fuerzas progresistas en el mismo. La Revolución de 1905, que reveló la fuerza
inmensa del proletariado, puso fin al romanticismo del combate singular entre
un puñado de intelectuales y el zarismo. "El terrorismo ruso ha muerto
-reiteré en una serie de artículos- [...]. El terror ha emigrado al Lejano
Oriente, a las provincias de Punjab y Bengala [...]. Puede que en otros países
de Oriente el terrorismo esté destinado a conocer una época floreciente. Pero
en Rusia ya es parte de la herencia de la historia."
En 1907 me encontré nuevamente en el exilio. El azote
de la contrarrevolución se abatía salvajemente, y las comunidades rusas en las
ciudades europeas se volvieron muy numerosas. Dediqué todo el período de mi
segunda emigración a hacer informes y artículos contra el terror de la venganza
y la desesperación. En 1909 se reveló que a la cabeza de la organización
terrorista de los autotitulados "socialrevolucionarios" había un agente
provocador, de nombre Azef. "En el callejón sin salida del
terrorismo -escribí en enero de 1909- la mano del provocador actúa con
seguridad". El terrorismo sigue siendo para mí un "callejón sin
salida".
En el mismo periodo escribí: "La actitud
irreconciliable de la socialdemocracia rusa para con el terror burocrático de
la revolución como método de lucha contra la burocracia terrorista del zarismo
ha suscitado el asombro y la condena, no solo de los liberales rusos sino
también de los socialistas europeos". Éstos, al igual que aquéllos,
nos acusaron de "doctrinarismo". Nosotros, los marxistas rusos,
atribuimos esta simpatía hacia los terroristas rusos al oportunismo de los
dirigentes de la socialdemocracia europea que se habían acostumbrado a
transferir sus esperanzas de las masas a las cúpulas dominantes. "Quien
quiera que ande al acecho de una cartera ministerial ... lo mismo que aquellos
que, portando una máquina infernal bajo la capa, acechan al propio ministro,
deben sobreestimar por igual al ministro: a su personalidad y a su puesto. Para
ellos el sistema desaparece y retrocede y sólo queda el individuo investido con
el poder". Más adelante veremos, en relación al asesinato de Kirov,
cómo reaparece este pensamiento, que está presente en mis décadas de actividad.
En 1911 cundieron sentimientos terroristas entre
ciertos grupos de obreros austríacos. A pedido de Federico Adler, editor de Der
Kampf, mensuario teórico de la socialdemocracia austríaca, escribí un artículo
a propósito del terrorismo:
Que un atentado terrorista, incluso uno "exitoso,
cree la confusión en la clase dominante, depende de la situación política
concreta. Sea como fuere, la confusión tendrá corta vida; el Estado capitalista
no se basa en ministros de Estado y no queda eliminado con la desaparición de
aquellos. Las clases a las que sirve siempre encontrarán personal de reemplazo;
el mecanismo permanece intacto y en funcionamiento.
Pero el desorden que produce el atentado terrorista en
las filas de la clase obrera es mucho mas profundo. Si para alcanzar los
objetivos basta armarse con una pistola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha
de clases? Si una medida de pólvora y un trocito de plomo bastan para perforar
la cabeza del enemigo, ¿qué necesidad hay de organizar a la clase? Si tiene
sentido aterrorizar a altos funcionarios con el rugido de las explosiones, ¿qué
necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y
elecciones si es tan fácil apuntar al banco ministerial desde la galería del
parlamento?
Para nosotros el terror individual es inadmisible
precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia
conciencia, la hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas
hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir con misión.
Cinco años después, al calor de la guerra
imperialista, Federico Adler, a cuyo pedido escribí este artículo, asesinó al
ministro-presidente austríaco Stuergkh en un restaurante vienés. El escéptico
oportunista heroico no pudo encontrar otra válvula para su indignación y
desesperación. Naturalmente, mis simpatías no estaban con el funcionario de los
Habsburgo. Sin embargo, a la acción individualista de Adler contrapuse el
accionar de Carlos Liebknecht, quien en plena época de guerra salió a una plaza
de Berlín a distribuir un manifiesto revolucionario dirigido a los obreros.
El 28 de diciembre de 1934, cuatro semanas después del
asesinato de Kiov, cuando el poder judicial soviético aun no sabía hacia qué
lado apuntar las flechas de su "justicia", escribí en el Boletín de
la Oposición:
[...] Si los marxistas han condenado categóricamente
el terrorismo individual [...] aun cuando las balas fueran dirigidas contra
agentes del gobierno zarista y de la explotación capitalista, tanto más
implacablemente condenarán y rechazarán el aventurerismo criminal de los actos
terroristas dirigidos contra los representantes burocráticos del primer estado
obrero de la historia. Las motivaciones subjetivas de Nikolaiev y Cía, nos son
indiferentes. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
Mientras la burocracia soviética no sea derrocada por el proletariado -lo que
eventualmente ocurrirá- cumple una función necesaria en la defensa del estado
obrero. En caso de cundir, el terrorismo al estilo Nikolaiev podría, si se
dieran otras circunstancias desfavorables, servir sólo a la contrarrevolución
fascista.
Sólo los farsantes políticos podrían tratar de incluir
a Nikolaiev en la Oposición de Izquierda, aunque sólo fuera como miembro del
grupo de Zinoviev tal como existía en 1926-1927. La organización terrorista de
la juventud comunista no es alentada por la Oposición de Izquierda, sino por la
burocracia, por su descomposición interna. El terrorismo individual es en
esencia la otra cara del burocratismo. Los marxistas nos descubrieron esta ley
recién ayer. El burocratismo no confía en las masas, y trata de sustituirlas.
El terrorismo hace lo mismo; quiere hacer felices a las masas sin dejar las
participar. La burocracia ha creado un repugnante culto al líder, otorgando a
los dirigentes poderes divinos. El culto al "héroe" es también la
religión del terrorismo, sólo que con un signo negativo. Los Nikolaiev imaginan
que basta con eliminar con revólveres a unos cuantos dirigentes paraque la
historia tome otro rumbo. En tanto que grupo ideológico, los terroristas
comunistas están hechos con la misma madera que la burocracia stalinista.
[No.41, de enero de 1935].
Como ustedes ya han podido convencerse, estas líneas
no fueron escritas adhoc. Sintetizan la experiencia de toda una vida,
enriquecida a su vez por la experiencia de dos generaciones.
Ya en la época del zarismo, un joven marxista que
pasara a integrar las filas del partido terrorista era un fenómeno
relativamente raro: lo suficiente como para que se lo señalara con el dedo.
Pero en esa época se desarrollaba una polémica teórica incesante entre las dos
tendencias; las discusiones públicas eran cosa de todos los días. Ahora, en
cambio, quieren hacernos creer que no son los revolucionarios jóvenes sino los
viejos dirigentes del marxismo ruso, que tienen tras de sí la experiencia de
tres revoluciones, los que se han volcado repentinamente, sin crítica, sin
discusión, sin una sola palabra de explicación, hacia el terrorismo que siempre
rechazaron, por considerarlo un suicidio político oficial, y ni qué hablar de
la justicia soviética. A las convicciones políticas logradas a través de la
experiencia, selladas por la teoría, templadas al fuego de la historia de la
humanidad, los falsificadores contraponen testimonios de fuentes sospechosas y
desconocidas, rudimentarios, contradictorios y sin ninguna clase de prueba.
A FAVOR DE GRYNSZPAN: CONTRA LAS BANDAS
FASCISTAS Y LA CANALLA STALINISTA
[Herschel Grynszpan asesinó a un funcionario nazi en
la embajada alemana en París el 7 de noviembre de 1938. En este artículo,
aparecido por primera vez en la publicación estadounidense Socialist Appeal el
14 de febrero de 1939, Trotsky se solidariza con el heroísmo personal de
Grynszpan, a la vez que señala la inutilidad de su acción.]
Resulta claro para cualquiera que posea siquiera
mínimos conocimientos de historia política, que la política de los pandilleros
fascistas provoca, abierta y a veces deliberadamente, actos terroristas. Lo más
asombroso es que hasta ahora haya habido un solo Grynszpan. Indudablemente esos
actos proliferarán.
Los marxistas consideramos que la táctica del
terrorismo individual es inconveniente para la lucha liberadora, tanto del
proletariado como de las nacionalidades oprimidas. Un héroe aislado no puede
reemplazar a las masas. Pero comprendemos con toda claridad la inevitabilidad
de semejantes actos de desesperación y venganza. Todas nuestras emociones,
nuestra simpatía están con los sacrificados vengadores, aunque ellos hayan sido
incapaces de descubrir el camino correcto. Nuestra simpatía es mayor porque Grynszpan
no era un militante político sino un joven inexperto, casi un muchacho, cuyo
único consejero fue la indignación. ¡Arrancar a Grynszpan de las manos de la
justicia capitalista, capaz de decapitarlo para servir a la diplomacia
capitalista, es la tarea elemental, inmediata, de la clase obrera
internacional!
Tanto más repugnante en su policíaca estupidez e
inconfesable violencia es la campaña contra Grynszpan de la prensa estalinista
internacional, bajo las órdenes del Kremlin. Tratan de pintarlo como agente de
los nazis. Al meter en una bolsa al provocador y a su víctima, los estalinistas
atribuyen a Grynszpan la intención de crearle a Hitler un pretexto para sus
pogromos. ¿Qué puede decirse de estos "periodistas" venales a quienes
ya no les queda vestigio de pudor? Desde el inicio del movimiento socialista la
burguesía ha atribuido toda muestra violenta de indignación, sobre todos los
actos terroristas, a la influencia degeneradora del marxismo. Aquí como en
otros campos, los estalinistas han heredado las tradiciones mas sucias de la
reacción. La Cuarta Internacional [5] puede enorgullecerse con toda razón de
que la escoria reaccionaria, incluido el estalinismo, vincule a la Cuarta
Internacional toda acción y protesta audaz, todo estallido de indignación, todo
golpe dirigido contra los verdugos.
Así ocurría con la Internacional de Marx en su
momento. La solidaridad moral nos une, desde luego, a Grynszpan, no a sus
carceleros "democráticos" ni a los calumniadores estalinistas que
necesitan el cadáver de Grynszpan para apuntalar, aunque sólo sea parcial e
indirectamente, los veredictos de la Justicia moscovita. La diplomacia del
Kremlin, degenerada hasta la médula, trata al mismo tiempo de utilizar este
incidente "feliz" para renovar sus maquinaciones tendientes a lograr
un acuerdo internacional entre varios gobiernos, incluidos los de Hitler y
Mussolini, para la extradición mutua de terroristas. ¡Cuidad maestros del
engaño! La aplicación de semejantes ley requerirá la entrega de Stalin a por lo
menos una docena de gobiernos extranjeros.
Los estalinistas gritan en los oídos de la policía que
Grynszpan asistía a reuniones "trotskistas". Lo cual
desgraciadamente, no es cierto. Porque si se hubiese acercado a la Cuarta
Internacional habría descubierto una válvula distinta y más efectiva para su
energía revolucionaria. Personas capaces de clamar contra la injusticia y la
brutalidad, las hay a montones. Pero aquéllos que, como Grynszpan, son capaces
también de actuar, hasta el punto de sacrificar sus vidas si es necesario, son
la preciosa levadura de la humanidad.
En el sentido moral, aunque no por su forma de actuar,
Grynszpan puede servir de modelo para todo joven revolucionario. Nuestra
sincera solidaridad moral con Grynszpan nos otorga el derecho de decirles a
todos los futuros grinszpans; a todos aquellos capaces de sacrificarse en la
lucha contra el despotismo y la bestialidad: ¡Buscad otro camino! No es
el gran vengador sino sólo el gran movimiento revolucionario de masas el que
puede liberar a los oprimidos, movimiento que no dejará vestigios de la
estructura de explotación de clase, opresión nacional y persecución racial. Los
crímenes sin precedentes del fascismo crean un deseo de venganza totalmente
justificable. Pero es tan monstruosa la envergadura de estos crímenes, que no
puede satisfacerse este deseo mediante el asesinato de burócratas fascistas
aislados. Para ello es necesario poner en movimiento a millones, decenas y
centenas de millones de oprimidos de todo el mundo y conducirlos al asalto de
las fortalezas de la vieja sociedad. Sólo el derrocamiento de toda forma de
esclavitud, solo la destrucción total del fascismo, sólo los pueblos juzgando
implacablemente a los bandidos y matones contemporáneos pueden dar una
verdadera satisfacción a la indignación popular. Esta es precisamente la tarea
que ha asumido la Cuarta Internacional. Limpiará el movimiento obrero de la
plaga del estalinismo. Reunirá en sus filas a la heroica generación juvenil.
Abrirá el camino a un futuro más digno y humano.
EL TERRORISMO Y LOS ASESINATOS DE RASPUTÍN
Y NICOLÁS II
[Este artículo está fechado el 14 de noviembre de
1938. La presente traducción se tomó de Writings of Leon Trotsky (1938-1939)
(Escritos de León Trotsky), que Pathfinder editó con permiso de la Harvard
College Library, Cambridge, EE.UU. Para más detalles sobre la ejecución de la
familia real, véase Trotsky´s Diaryin Exile (Diario de Trotsky en el exilio),
Harvard University Press, 1958; en las anotaciones de los días 9 y 10 de abril
de 1935.]
Me preguntan qué papel personal desempeñé en el
asesinato de Rasputín [6] y en la ejecución de Nicolás II. Dudo que este
problema, ya que pertenece a la historia, pueda interesar a la prensa; trata de
cosas que pasaron hace mucho.
Yo nada tuve que ver con el asesinato de Rasputín.
Rasputín fue asesinado el 30 de diciembre de 1916. En ese momento mi esposa y
yo nos hallábamos a bordo de un barco que había zarpado de España rumbo a
Estados Unidos. Esta separación geográfica basta para demostrar que yo no tuve
participación en el asunto.
Pero existen también razones políticas profundas. Los
marxistas rusos no tenían nada en común con el terrorismo individual. Fueron
los organizadores del movimiento revolucionario de masas. El asesinato de
Rasputín fue, en realidad, obra de ciertos elementos que rodeaban la corte
imperial. Participaron directamente en el asesinato, entre otros, el diputado
ultrarreaccionario monárquico de la Duma [7] Urishkevich, el príncipe Yusupov,
pariente de la familia real, y otras personas de esa calaña; parece que uno de
los Grandes Duques, Dimitri Pavlovich, tuvo participación directa.
El propósito de los conspiradores era salvar la
monarquía, liquidando a un "mal consejero". El nuestro era liquidar a
la monarquía junto con todos sus consejeros. Jamás nos ocupamos de aventuras de
asesinatos individuales, sino de la tarea de preparar la revolución. Como es
sabido, el asesinato de Rasputín no salvó a la monarquía; la revolución
sobrevino apenas dos meses después.
La ejecución del zar fue otra cosa totalmente
distinta. Ya el Gobierno Provisional [8] había arrestado a Nicolás II; lo
mantuvo bajo custodia primero en Petrogrado, luego en Tobolsk. Pero Tobolsk es
una ciudad pequeña, sin industria ni proletariado, y no era una residencia
bastante segura para el zar; era de esperar que los contrarrevolucionarios
intentaran rescatarlo para ponerlo a la cabeza de las Guardia Blancas [9]. Las
autoridades soviéticas trasladaron al zar de Tobolsk a Ekaterinburgo (en los
Urales), un importante centro industrial. Allí se le podía garantizar una
custodia adecuada.
La familia real vivía en una casa particular y gozaba
de ciertas libertades. Hubo una propuesta de hacerles al zar y a la zarina un
juicio público, pero no prosperó. Mientras tanto, el curso de la guerra civil
dispuso otra cosa.
Los Guardia Blancos rodearon Ekaterinburgo y podía
esperarse que cayeran sobre la ciudad de un momento a otro. Su propósito
fundamental era liberar a la familia imperial. En esas circunstancias el soviet
local decidió ejecutar al zar y a su familia
En ese momento yo me hallaba en otro sector del frente
y, por extraño que parezca, me enteré de la ejecución una semana más tarde, si
no más. En medio del torbellino de los acontecimientos, el hecho no me
impresionó mayormente. Jamás me preocupé por averiguar "cómo"
ocurrió. Debo agregar que demostrar un interés especial en los asuntos de
realeza, gobernante o depuesta, evidencia cierto grado de instintos serviles.
Durante la guerra civil, provocada especialmente por los capitalistas y terratenientes
rusos con la colaboración del imperialismo extranjero, murieron cientos de
miles de personas. Si entre ellos se encuentran los miembros de la dinastía
Romanov, es imposible no ver en ello un pago parcial de los crímenes de la
monarquía zarista. El pueblo mejicano, que fue muy duro con el Estado imperial
de Maximiliano, posee una tradición al respecto que no deja nada que
desear.[10]
NOTAS
[1] Vera Zasulich (1849-1919), perteneció a la
dirección del Partido Socialdemócrata Ruso hasta 1903, en que éste se dividió
en mencheviques y bolcheviques. Pasó entonces a la dirección de la fracción
menchevique. El 24 de enero de 1878 atentó contra el jefe de policía, Trepov,
por cuya orden un detenido había sido sometido a castigos corporales poco
antes.
[2] Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo) era el
partido de los narodniki (populistas), intelectuales rusos organizados para
liberar a los campesinos con concepciones anarquistas y medios terroristas.
Después del asesinato del Zar Alejandro II en 1881, la organización fue
aplastada por el gobierno zarista.
[3] El 9 de enero de 1905 fu la masacre del
"domingo sangriento" que marcó el comienzo de la Revolución Rusa de
1905.
[4] La Oposición de Izquierda se formó en 1923, a
iniciativa de León Trotsky, como fracción del Partido Comunista Ruso para
luchar contra la burocratización y por la vuelta a los principios de la
democracia y el internacionalismo proletario. En 1926-1927 se formó un bloque
con otros sectores que también pasaron a oponerse a Stalin. Uno de los
dirigentes de la Oposición conjunta fue Grigori Zinoviev (1883-1936), que había
ayudado a Stalin en su campaña contra los "trotskistas". Juntamente
con León Kamenev (1883-1936) formaron parte de la Oposición hasta que ésta fue
derrotada en diciembre de 1927. Luego capitularon ante Stalin y fueron
reincorporados al partido. En 1932 los expulsaron nuevamente, y los
reincorporaron en 1933. En las parodias de juicios de Moscú de 1936 fueron
condenados y ejecutados.
[5] En 1930 se formó la Oposición Internacional de
Izquierda, como fracción de la Comintern, con el objetivo de hacerla retornar a
los principios revolucionarios. Cuando el Partido Comunista Alemán dejó que
Hitler tomara el poder sin mover un dedo, y la Comintern ni siquiera discutió
la derrota, Trotsky decidió que la Comintern había muerto como movimiento
revolucionario y que había que formar una nueva internacional. La conferencia
de fundación de la Cuarta Internacional se llevó a cabo en París el 3 de septiembre
de 1938.
[6] Grigori Rasputín (1871-1916), un monje proveniente
de una familia de campesinos pobres, llegó a tener tal ascendiente sobre el zar
y la zarina que se convirtió en la principal influencia en la política de la
corte. Su ignorancia y corrupción fueron legendarias. Lo asesinó un grupo de
nobles para sustraer a la familia real de su influencia.
[7] La Duma era el parlamento ruso en la época
zarista.
[8] El Gobierno Provisional se estableció en Rusia con
la Revolución de Febrero de 1917. El poder estaba en manos de los burgueses
liberales (Partido Demócrata Constitucional o Cadete), mencheviques y
socialrevolucionarios (populistas).
[9] Guardias Blancas, o "los blancos", era
el nombre que se les daba a las fuerzas contrarrevolucionarias rusas después de
la Revolución de Octubre.
[10] Fernando Maximiliano José (1832-1867), Archiduque
de Austria, fue coronado emperador de México en 1864, cuando Francia había
conquistado parcialmente el país. Napoleón III debió retirar sus tropas por
presión de los EE.UU. y Maximiliano fue derrotado por las fuerzas mexicanas de
Juárez, juzgado por una corte marcial y fusilado.
*El texto fue tomado en su totalidad desde el
siguiente enlace https://www.marxists.org/espanol/trotsky/terrorismo.htm#4
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